Capítulo 39

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Todavía tenía el móvil en la mano, a pesar de que la pantalla ya se le había puesto en negro cuando la persona del otro lado de la línea colgó a la llamada. Simplemente estaba allí, inmóvil, como si fuese una puñetera estatua, con el aparato en la mano, acostado boca arriba en su cama con la vista fija en el techo. Ya llevaba varios minutos así, y si no fuese algo medianamente regular que le pasaba desde que estaba en su medicación debería asustarse por la nula necesidad de levantarse y hacer algo por su vida. O al menos hacer algo por esa situación en sí.

Aunque, francamente, no tenía idea de qué hacer. No sabía que sus palabras habían afectado tanto a la catalana, no se hubiera imaginado nunca que ella pudiese terminar en tal estado de agobio que le describía el bailarín solo por un par de tonterías que le había dicho al pasar. Admitía que no había sido simpático con ella, pero lo cierto era que le había tratado cien veces peor anteriormente, por mucho que le doliese admitirlo.

Probablemente acordar aquellos límites en la tormenta había sido una de las peores cosas que decidieron hacer, porque desde entonces habían condenado la mínima relación que podrían seguir manteniendo al mismísimo fracaso. La incomodidad seguramente nunca dejaría sus pieles, porque no estaban acostumbradas al impedimento del tacto después de haber resbalado en el sudor tantas horas. Cualquier otra clase de trato les iba a resultar extraño y molesto, ya que reaccionaban sus propios cuerpos antes que ellos mismos.

Porque su cuerpo había querido proteger a Aitana de Mimi cuando ella se empeñó en que fuese a bailar, fue un acto reflejo el tratar de apartarla, y también lo fue el gritarle que podía hacerlo cuando le vio paralizada por el pánico en el medio de la pista de baile, rodeada de ojos críticos. También lo fue, por supuesto, los latidos de su corazón desbocados al verla moverse, sonreír, disfrutar la música.

Lo fue el dejarla ir, el meterla en un taxi porque no podía soportar su mirada inquisitiva y sus preguntas certeras. Daría cualquier cosa con tal de no portarse así, como si no le importara nada, pero era mucho más sencillo hacerlo, así el dolor del rechazo cuando se enterase del chantaje dolería menos, muchísimo menos. Era algo que iba a pasar, tarde o temprano, Luis lo tenía clarísimo, porque las mentiras tenían patas cortas y él nunca había tenido buena suerte.

Por eso prefería que se decepcionase de él ahora y no después, cuando él ya volviese a cogerle cariño a ella.

Era una tontería, en realidad, porque el cariño iba a estar ahí siempre, por más que había intentado no sentirlo por años; pero lo que sí haría la diferencia sería el mantener ese trato cordial con ella, esas puyas inofensivas, esas miradas pícaras como quien comparte un secreto bajo llave, y que todo se esfumase de repente, bruscamente, porque él era un imbécil.

No soportaría volver a sentir que lo tuvo todo a su alcance y lo echó a perder. Ya le había pasado con ella una vez, después con la música cuando la reemplazó como el pilar fundamental de su vida... pero no podía, sinceramente, soportar una tercera pérdida. Se volvería loco.

Si es que no lo estaba todavía.

A pesar de que le hormigueaban las manos con las ganas de contactar a Aitana y pedirle perdón, o al menos dialogar mínimamente lo que había pasado, para así dejar de comerse la cabeza y el corazón de la preocupación y angustia que le causaba pensar que ella podía estar así de mal, sabía que no podía hacerlo. Principalmente porque Nicolás tenía su móvil, entonces llamarla quedaba descartado. Pero, eso también significaba que estaba con él en ese momento, a las jodidas seis de la mañana, pero seguía durmiendo.

Y no quería seguir dándole caña a ese pensamiento.

Ella le había dicho una y otra vez que lo que sentía por uno y otro era distinto, había insistido en que su compañero bailarín entendía la relación sin ataduras que mantenían, pero eso no dejaba de sentarle como la mierda el imaginarla dormida abrazada a otro. No después de que hace muy poco, ese panorama lo ocupase él.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora