Capítulo 20

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El ambiente que se respiraba era muy, muy diferente al de la noche anterior.

Ahora era serio. Era volver a verles las caras, de verdad, a aquellos bailarines profesionales con los que su carrera había nacido, de forma propiamente dicha. Era la capacidad que tenían todos de centrarse en lo importante y dar lo máximo de sí mismos en el primer ensayo de «El cerebro de la mariposa», a pesar de haber salido de fiesta la noche anterior. Poseían una concentración y necesidad de ubicación que la catalana más pequeña todavía carecía, faltándole tablas en comparación al resto.

Al menos eso creía ella, en silencio, por dentro, pero lo cierto era que por fuera no se notaba para nada y podría hacerse pasar por una bailarina con diez años de ballet como trabajo encima sin despeinarse. Era el porte, la elegancia, la luz. Sí que era la luz, probablemente. Esa luz que tanto le habían dicho que tenía durante toda su vida, pero que ella nunca había logrado ver por sí misma.

Ella no solía tomarse los descansos durante los ensayos, no lo hacía desde hacía años y mucho menos en Ámsterdam, pero esa vez tuvo que utilizarlos con propiedad para hidratarse. Pero no era por la resaca, era por la necesidad humedecerse los labios con algo, ya que tenía la boca y la garganta seca desde que le había colgado el teléfono al santiagués unas cuantas horas atrás.

Hizo su mayor esfuerzo por pensar lo mismo que se repetía constantemente en Holanda, que para ser la mejor tenía que creérselo primero. Debía convencerse de que era la mejor versión de ella misma, la única que era capaz de coexistir con su realidad actual, la verdadera que había tardado tantos años en relucir debido a las críticas malintencionadas y las palabras de desaliento de lenguas viperinas.

Recordó sus primeros años en las academias extranjeras, como tenía entre seis y siete horas de baile al día y aun así había logrado acoplarse con la facilidad que la caracterizaba. Luego en su compañía, donde las clases no comenzaban hasta las 10am pero no terminaban hasta las 6pm, con sus determinados descansos. El itinerario presionaba duro y fuerte seis días a la semana, y ella había conseguido acostumbrarse como una campeona.

Los días que tenían una actuación las clases podrían empezar un poco más tarde, pero luego tendría entre tres y cuatro horas de ensayo antes de las tres horas que duraba su tiempo en el teatro. Y volvía al día siguiente para hacerlo todo otra vez.

No había peligro de daños, porque la verdad era que detrás de cada bailarín profesional había un equipo dedicado a apoyarlo. En teoría, debía haber un profesor de ballet, que era su tutor, un psicoterapeuta, un instructor de Pilates, un psicólogo del show, y un nutricionista. Aitana tenía a todas esas personas en Ámsterdam, pero en Madrid solo tenía a Belén, quien manejaba solamente su imagen pública.

Y su futuro, en realidad. No por nada era su representante.

Se sintió ajena durante las presentaciones previas al ensayo con el elenco. Se sintió ajena porque estaba acostumbrada a lo suyo, a los suyos, y lo desconocido en el ámbito del ballet le ponía nerviosa. Su equipo era el mejor, reunido especialmente de diferentes partes del mundo, y confiaba en ellos plenamente. Ahora en lo único que podía confiar era en el juicio de Clemente al haberles contratado a las personas que se habían parado frente a ellos, insistiéndoles que estaban a su disposición para lo que necesitasen.

Aitana se murió de vergüenza cuando tuvo que pedirle al psicoterapeuta si podía revisarle los cortes de las piernas, porque sabía cómo se vería desde el exterior: una niñata irresponsable. Llevaba el peso de toda la obra en sus hombros, no podía permitirse hacer tales tonterías como dañarse su forma de trabajo.

Pero nadie le prestó atención, creyendo que se trataba de un chequeo de rutina.

Nadie menos el murciano que era su pareja de baile, quien tenía cierta preocupación plasmada en los ojos azules. Sabía que la catalana le había mentido la noche anterior: era imposible que se hubiese resbalado en el baño, era incluso tonto que ella pusiese una excusa tan mala, cuando lograba pararse en las puntas de sus pies incluso dormida y tenía la mejor coordinación pies ojos que él había visto nunca, además de que no era una persona torpe por naturaleza, ni torpe por tragos. Pero decidió no presionar. No era el momento, ni la situación, ni el lugar.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora