Capítulo 24

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El tiempo le quemaba las manos.

Ya no era por ella, por tener un peso sobre su cabeza que estuviera a punto de caérsele y explotarle. No era por ella porque sentía, por una vez, que podía confiar en su palabra. Pero debía resolver ese asunto lo más pronto posible por él mismo, porque era lo correcto.

No había hablado con Aitana en esos días, no desde que le había ayudado a hacer dormir a Olivia, pero ya estaba cumpliéndose el cuarto día desde que hablaron a los gritos sobre el tema de las drogas y debía resolverlo pronto. Una parte de sí mismo le decía que la catalana no iba a decirle a Ana aunque él no se pronunciase; la parte más optimista de sí mismo que salía a relucir después de años, la parte que estaba convencida de que separarse había sido una buena idea porque tarde o temprano acabarían consumidos por la angustia.

Era una parte confusa de su ser, de su personalidad. No la utilizaba mucho, tampoco antes cuando definitivamente tenía menos problemas en su vida, pero no sabía bien por qué. No podía quejarse al crecer, tenía una familia que le quería y le apoyaba, buenos amigos, un techo sobre su cabeza y un trabajo estable. Sí que estaba ese pequeño detalle de que él detestaba ese estúpido trabajo estable, pero algo era algo y servía para vivir bien.

Aunque él hubiese preferido no vivir tan bien tantos años con tal de vivir feliz, pero eso ya era otra historia.

La ilusión que alguna vez sintió por su carrera se desvaneció con el paso de los años, lento, sin darse cuenta, y luego de golpe. Estudiarla no había sido un tormento, recordaba sus años de universitario con cierto cariño, pero en el fondo sabía que en general no debería sentirse tan así. Decidió estudiar Ingeniería porque se le daba bien, y le gustaba hacer cosas que se le dieran bien, como a cualquier ser humano que no le gusta vivir en la frustración constante, pero nunca se preguntó si acaso eso era suficiente para hacer una carrera de por vida.

De por si la idea de dedicarse entera y completamente a una sola cosa en su vida le ponía nervioso, siempre había conseguido ponerle los pelos de punta. Pero Madrid no era fácil ni barato, así que apenas recibió su diploma buscó trabajo. Y luego estudió otra cosa, profundizó en el Diseño. Y luego buscó trabajo. Y buscó. Y buscó.

No fue tan difícil encontrarlo, pero sí aceptarlo, tener que hacerse la idea de que el trabajo de oficina sería lo suyo. Era incluso tonto pensarlo así, porque debería ser algo que él ya esperase debido a las carreras que estudió que claramente había poca posibilidad de tener alguna emoción como en trabajos de campo más allá de algunos esporádicos. Pero él creyó que podía ser diferente, que él mismo podría hacer algo diferente.

Pero se equivocó.

Comenzó a vivir en piloto automático, a irritarse con compañeros de trabajo estirados, a repudiar las fiestas de la empresa, a odiar todo lo que se asemejase con los planos que debía revisar. Y empezó a irle mal, a decaer, a rendir menos por falta de interés o motivación, por faltas de ganas de salir de la cama y hacer la misma rutina una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...

Hasta que conoció a Aitana.

Ella era sonriente, pero seria. Era cálida, pero distante. Era alegre, pero cabizbaja. Era muchas cosas al mismo tiempo, era un soplo de aire fresco. Nunca había conocido a alguien que se dedicase enteramente a la danza, mucho menos a una tan exigente como el ballet. Nunca había conocido a alguien tan joven que hablase con tanta pasión de lo que parecía ser la carrera de su vida, a juzgar por las decisiones monumentales que había tomado en el pasado para hacerlo realidad.

Luis no sabía absolutamente nada del ballet, ni lo más mínimo, y fue bastante confuso al principio entender por qué la nueva chica catalana que Ana quería unir a ese grupo de amigos formado enteramente por tíos y ella, era como era. El gallego no entendía la cantidad de horas que Aitana pasaba entrenando, no entendía lo estricta que era su dieta y menos los desvaríos que tenía con sus padres al respecto. Pero jamás la juzgó.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora