Capítulo 52

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Tenía cogido el dije entre dos dedos, presionándolo, tirando de él, jugueteando con la cadena del que estaba colgado alrededor de su cuello. No solía usar collares desde hacía años, entonces cada vez que tenía puesto uno por un período de tiempo prolongado sentía la necesidad de toquetearlo, como para asegurarse de no haberlo perdido. Siempre le pasaba cuando se aburría, porque empezaba ponerse muy consciente de todo lo que estaba en su entorno, y eso salía de lo común.

Como en ese momento, que llevaba unos quince minutos oyendo a personas discutir sobre ella, sentadas en torno a una mesa rectangular de vidrio, pero no realmente preguntándole por su opinión de nada, como era costumbre. Estaban así desde que había llegado a la reunión, lo cual la ponía más de nervios, peros sus pensamientos estaban a calles de distancia como para centrarse ahí.

Estaba cumpliendo su plan de ir paso a paso, de preparar un control de daños antes de meterse en otro, pero no esperaba que su madre fuese tan rápida para organizar una reunión con los abogados tan solo media hora después de haberle contado sobre la misteriosa llamada de la vestuarista Laura Andrés, a quien parecía que se la había tragado la tierra. Por eso, ahora Belén y el equipo legal de la bailarina estaban perdiéndose entre sí en cosas que no eran tan relevantes para ese momento, pero que no habían discutido antes.

Mientras tanto Aitana miraba por la ventana del salón de conferencias del edificio del Centro en el que habían quedado, pensando en lo cerca que quedaba ese lugar de la casa de Luis y lo fácil que sería pedir para ir al baño y pirarse definitivamente para explicarle todo a él. Pero la parte más sensata de su ser la mantenía anclada a esa silla como si le fuese la vida en ello, obligándola a soportar los desvaríos del grupo de personas que supuestamente estaban encargados de solucionarle la vida.

Trataba de formar un discurso más o menos coherente en su cabeza que no derrapase en un fracaso abismal, pero siempre que formaba ideas en su cabeza se recordaba que probablemente no recordase ninguna cuando le tuviese a él en frente. Pero no sabía por dónde empezar, no sabía el qué decirle antes. Solo sabía que era de vital importancia que se dejase de tonterías porque no lo soportaba más, porque le estaba haciendo daño el esperar y dudar.

¿Cómo explicarle que de pronto veía todo claro como el cristal, si solo había pasado una semana desde que le había insistido que no podía más? Parecería precipitada, y quizás él decidiría no tomarla en serio. Y ella realmente, realmente quería ser tomada en serio. Quería que entendiese que por fin había soltado el miedo cuando cogió su collar de mariposa, y que estaba dispuesta a todo si él le dejaba.

A pesar de que era Aitana quien replanteaba sus pensamientos una, dos, tres y hasta diez veces antes de tomar decisiones que le cambiarían la vida, era Luis el que tenía más problema en creerle cuando eso no era así. Él era impulsivo, lo había sido toda la vida y cuando estaban juntos siempre le apoyaba para que ella intentase vivir así también, pero cuando realmente lo ponía en práctica se acojonaba. Era parte de lo que les había hecho terminar la primera vez, y ella temía que fuera lo que les impidiese empezar a la segunda.

Cuando empezó a notar como los temas de conversación variaban irremediablemente de la cuestión que los traía ahí, y los minutos empezaban a pesarle en la espalda inspiró aire profundamente y lo soltó en un fuerte resoplido, logrado que las tres personas presentes volviesen a mirarla.

—¿Quieres contarnos otra vez qué te dijo la señora Andrés, Aitana? —le preguntó el abogado, reacomodándose las gafas en el tabique.

Aitana suspiró porque no podía creer que le preguntasen semejante tontería después de la cantidad de tiempo que llevaba allí.

—Que le dijeron que la estaba buscando —contestó la bailarina, encogiéndose de hombros—. Vino a visitar familia a Madrid y decidió llamarme cuando se enteró, y saldremos a cenar por aquí mañana por la noche.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora