Capítulo 53

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En determinado momento, cuando le pareció ya demasiado perturbador el observarla dormir sobre su pecho, Luis se decidió por levantarse del sofá, con ella en brazos, y llevarla hacia su habitación en el segundo piso para que durmiese apropiadamente. Aitana apenas y se inmutó, lo que le confirmó a él que el cansancio que acarreaba la catalana en sus hombros era mucho más intenso del que ella había dejado entrever antes.

Sumida en su profundo sueño, ella se acurrucó entre las sábanas y apretó la almohada contra su perfil derecho, inconscientemente, sucumbiendo definitivamente a lo exhausta que estaba.

Y él se derritió completamente al mirarla, porque todavía le quemaba su «te quiero mucho» en el corazón, y dudaba que pudiese volver a cerrar esa herida en caso de no curarse debidamente, ya que todos esos años apenas estaba emparchada con trapos ensangrentados.

Nunca, ni en sus mejores imaginaciones, Aitana iba a llegar a la conclusión de que le seguía queriendo después de escuchar su primer disco. Era algo que le hacía volar la cabeza, porque no era como si hablase siempre bien de ella, pero cuando sí lo hacía se le iba muchísimo a la idealización, y la cantaba como la mujer de su vida. Siempre creyó que ella sentiría algo parecido al pánico al escucharlo, no que notase el mismo dolor que sintió él al escribirlas, incluso las buenas.

Después de tanto sentía que estaban a mano, en la misma página, de todas las formas posibles. Sentía que ahora estaban en el mismo nivel de vulnerabilidad, porque él había leído (y todavía conservaba) su obra, que era específicamente para él y el amor que le tenía, y ella había escuchado sus canciones, que eran específicamente para ella y el amor que le tenía. Estaban al mismo nivel, en ese sentido, ya no había dudas de lo que habían sentido antes era mutuo.

Y ahora sentía una alegría indescriptible recorrerle entero al saber que también lo era, porque ambos lo habían dicho. Que se querían, joder, que sí lo hacían, después de todos esos años, después de todas las peleas, los gritos y las mentiras. Era ridículo negarlo, pero se alegraba que no quisiesen intentar hacerlo más.

Pero la felicidad que sentía por volver a tenerla a su lado estaba siendo levemente opacada con la angustia que le producían las palabras que le había dicho antes de ponerse seria sobre ellos, las que tenían que ver con Mimi y la información que supuestamente le había vendido a un anónimo porque no confiaba en él.

Y no le creía una mierda.

Incluso, la parte más oscura de su ser, ni siquiera le creía la parte de la madre enferma. Sabía que por una parte era coherente porque eso explicaría la extrema necesidad que presentaba ella para tener un ingreso fijo cuando cerró Triunfo, tanto como para volverse a meter hasta el cuello en el mundo del tráfico de drogas cuando parecía que lo había superado hacía mucho, pero parte de su historia tenía lagunas tan grandes como para encallar un crucero en ellas, y eso no le hacía ni una pizca de gracia.

Necesitaba saber cuánto antes las respuestas a todas las incógnitas que rodeaban a la bailarina de danzas urbanas, porque el futuro de Roi estaba en juego, el que él mismo le había hecho comprometer, y quien fuera que tuviese esa información ya había demostrado que no tenía miedo en usarla, como el dejar caer la pista hacia Miriam y costarle unos buenos gritos de parte de su discográfica, además de un leve trauma por pasar tantas horas tras las rejas en una comisaría.

Temblaba de ira al recordarlo, y volvía su impulso de coger las llaves del coche e ir a tirarle la puerta a patadas a Ana, en caso de que se negase a recibirlo. Pero automáticamente recordaba que lo mejor, para que mostrasen un frente unido, además, era que fuese con la misma Aitana, y eso no iba a ser posible mientras ella estuviese durmiendo plácidamente en su cama en el piso de arriba.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora