Capítulo 17

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El shock inicial duró lo suficiente como para que él pudiese cogerla de la cintura, levantarla, y apartarla de su camino.

—¡Luis! —chilló ella, apenas la soltó y un frío desconocido le azotó la piel.

Pero él no miró atrás, como no lo hizo tampoco en esa noche de tormenta.

Pero ella era lo suficientemente ágil y rápida, una vez consciente, que corrió tras él, como debió haber hecho aquella vez.

—¡Para, tío!

—¿Qué pasa? —le preguntó, haciéndose el desentendido cuando llegó hacia él y le cogió del brazo, con toda la intención del mundo de volverle a arrastrar al baño.

—¿Cómo que te acostaste con Mimi?

Luis dejó salir una risa burlona, todavía sin mirarle a la cara.

—Creo que sabes cómo...

Sin pensarlo dos veces le dio un golpe en el brazo, con la mano abierta.

—Imbécil —rechistó, por hacerle enrojecer. Claro que sabía cómo, lo sabía de primera mano, pero evidentemente no iba por ahí su duda—. ¿Qué tiene que ver que te hayas acostado con Mimi con que hayas dejado la música? No entiendo, ¿te robó la voz como Úrsula a Ariel en La Sirenita?

A pesar de que no era el momento indicado y probablemente iba a ganarse otro golpe, reírse con ternura fue inevitable. Solo ella podría hacerle referencias a películas de princesas de Disney en un momento así, solo su mente sería capaz de unir esas ideas con tanta rapidez y encima decirlas en tono serio.

—No te pases de los límites, Aiti.

—¡No me Aiti a mí! —dijo ella, haciendo un mohín con la boca. Cuando le solía hablar con tal superioridad y su apodo en el medio sentía la necesidad de golpearle para quitarle la sonrisita, pero siempre terminaba borrándosela a besos, aunque esta vez no podía—. ¿Qué vas a hacer?

—Nada —dijo él, como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿Nada? —repitió ella, inconforme—. ¿No vas a decirle a Ana?

—¿Quieres que le diga que dormí con su primer novia seria? Ni de coña —insistió, negando con la cabeza—. Además, no hablo seriamente con Ana desde hace meses, nunca supe el nombre de Mimi. Pero ella sí debía saber el mío, si no le contó nada, no tengo por qué hacerlo yo.

—¿Qué es «nada», Luis? —preguntó Aitana, acercándose para oírle sobre la música que ya se dejaba escuchar, impertinente, en ese pasillo—. Ya sé que no podemos hablar de eso, pero ¿es grave? Porque los dos tenían una cara de pánico para enmarcar, no era vergüenza.

—¿Me estabas observando?

Aitana bufó y dejó de mirarle, poniendo los ojos en blanco para disimular.

—Solo me llamó la atención, no te flipes.

Luis suspiró, esperaba una respuesta así, pero no había podido evitar ese comentario.

—Aitana, este alto al fuego es solo para contentar a los demás, ¿cierto? No necesitamos realmente querer involucrarnos en la vida del otro —dijo, con firmeza, sabiendo que si permanecía en ese lugar mucho tiempo no iba a tardar en confesarle todo lo que ella quisiese saber, incapaz de decirle que no—. Y ahora no están los demás aquí. Somos solo tú y yo, pero ese tema no somos tú y yo. Ese tema es entre Lo... Mimi y yo. Y ya está, tienes que aprender a respetar tus propios putos límites.

Aitana tragó en seco al oírle y se puso a juguetear con sus manos a la altura de los huesos de su cadera, sintiéndose pequeña y desubicada. Porque era pequeña y desubicada, a menos con Luis.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora