Capítulo 47

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No detuvo su búsqueda sino hasta tres horas después de haber dejado la fiesta atrás.

La única razón para detenerse era porque estaba quedándose sin aire, debido a que apenas y había dejado de correr, ignorando olímpicamente que su cuerpo no estaba acostumbrado a tal exigencia continua. Haber vuelto al tabaco tan bruscamente tampoco ayudaba a normalizar su respiración, pero era lo único que se permitía a sí mismo consumir para aliviar su ansiedad; era eso o perder la cabeza completamente.

No había ni rastros de Aitana en los alrededores del salón de su cumpleaños, y ella seguía sin cogerle el teléfono. El agobio se hacía cada vez más grande a medida que volvía a vibrar el suyo y la esperanza de que fuese ella se rompía cada vez que la pantalla se iluminaba por otro nombre. U otros nombres, en plural, los cuales probablemente debería contestar para tranquilizar a la gente, pero para ser sinceros no quería ocuparse de sus propios asuntos antes de asegurarse que ella estuviese bien.

No fue hasta que cayó rendido en la calle por el agotamiento que empezó a razonar los hechos parte por parte, mientras se sentaba en una plaza con la espalda contra un árbol, llevándose las manos a la cara, como si eso pudiese cubrir su vergüenza del resto de las personas que paseaban divertidas por el centro de Madrid, disfrutando de una típica noche de verano en la capital.

Una parte muy pequeña de sí mismo siempre albergó la ilusión de que Mimi estuviese mintiéndole y que en realidad el vídeo del que tanto hablaba no existía, y era solo una excusa para enloquecerlo y tenerlo agarrado de los cojones en cada movimiento que daba. Se alegraba, al menos, de no haber retroalimentado ese pensamiento mucho más o ahora se encontraría en perores condiciones, si es que las existían.

Porque las esperanzas rotas eran las peores, las heridas más difíciles de sanar. El dichoso vídeo le había traído a colación todos sus pensamientos del pasado: su idea fallida de formar una familia con la catalana, la repercusión tan agravada que tuvo la ruptura en su subconsciente y, sobre todo, la seguridad con la que solía hablar sobre la posibilidad de volver a verse en una situación similar con ella. Llevaba años diciendo que nunca lo volvería a hacer, pero la esperanza que había revivido pocos días atrás se caía a pedazos con los acontecimientos del presente.

Una herida más que sanar.

Pero eso ni siquiera era lo más importante. No, ni de lejos. Lo más importante era que había vuelto a recordar la clase de persona que era hasta hacía muy poco, la clase que usaba a las personas, principalmente a las mujeres, que aplastaba a cualquiera que se preocupase por él y que encontraba consuelo solo en las drogas para liberarse de los pensamientos de su cerebro. El cobarde que prefería estar hasta la coronilla de heroína antes de enfrentar a los fantasmas que le asustaban por las noches cuando no estaba colocado.

Quería decir que no se reconocía en esas imágenes, pero por supuesto que lo hacía. Había sido su versión por dos largos años, no era tan fácil de olvidar, incluso podía cerrar los ojos y sentir el pinchazo de la jeringa en su brazo y el repique del colchón ajeno que sonaba con un bombeo desmedido todas las veces. Él fue eso. Lo fue mucho tiempo, era una parte de su pasado que no podía borrar ni intentándolo con todas las ganas del mundo, porque las cicatrices siempre permanecerían de forma oculta, esperándole desde la oscuridad, buscando la oportunidad para salir a relucir.

Pero no tenía ni el más mínimo recuerdo de haberle contado nada de eso a Mimi, ni a nadie. Había escuchado palabras de su propia boca, de su propia voz, y se había sentido ajeno a cada una de ellas. Solo sabía que había ocurrido en algún período lejano en el tiempo porque las pulseras seguían en su muñeca, lo que quería decir que todavía no había pasado el accidente que le había arruinado la vida para siempre.

El cerebro de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora