Capitulo 18

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DIANA

Día de universidad. No puede ser que me esté emocionando por el simple hecho de hacer algo cotidiano, pero de solo pensar en la cantidad de cosas locas que me han pasado últimamente, con toda honestidad, me apetece tener un día normal. Solo Carmina y yo, y los profesores, y el cadáver del anfiteatro, y las placas de histología en la mira del microscopio, y las papas rellenas sin sabor de la Cafetería.

Una puede soñar con un día normal.

El problema es que Dante vuelve mi normalidad una anormalidad.

¿Como es posible que no contento con que Bayron haya dormido en la camioneta afuera del edificio, ahora envié a dos escoltas a que me lleven a la universidad?. Esto es de locos.

No, corrección. No es de locos, es típico de un De Luca.

-Señorita, por aquí-. El hombre me tomó del codo dirigiéndome a la Cayenne color plata que aguardaba con la puerta abierta al final de las escaleras del centro comercial sobre el cual vivo.

-¿No... puedo ir en mi camioneta?-. Pregunté, estoy segura que luciendo completamente anonadada.

-No señorita, el señor De Luca ha dado la orden de que no la perdamos de vista-. Me contesto con toda formalidad.

Resople. ¿Que sentido tenía oponerme a lo inevitable?. Estoy segura que de no acceder, el mismísimo Dante vendría y me subiría a su camioneta.

Esa es una buena idea...

Hay Dios... ya estoy desvariando.

Me subí en la parte trasera, enfurruñada y completamente dispuesta a decirle cuántas son cinco a Dante la próxima vez que lo vea. No obstante, la pobre Carmina estaba tan sobreprotegida o incluso más que yo. Ella llevaba tres, en lugar de dos escoltas. ¿Debería sentirme aliviada?.

Ni idea de cómo los De Luca consiguieron que dejaran entrar a los escoltas hasta la puerta de los salones de clase. Solo se que a partir de ese día, Carmina y yo fuimos coronadas las chicas raras de la universidad. Perfecto para la popularidad y no es que a mí me importe ser popular, lo que si me importa es dejar de escuchar las quejas de Carmina. Se la ha pasado toda la mañana de aquí para allá diciendo cuán desgraciada es su vida.

Me senté junto a ella durante el almuerzo, solo porque nadie más se sentaría junto a las raras que necesitan protección. Mire fijamente mi bandeja, con lasaña, pan de ajo y Coca Cola. En realidad el almuerzo se veía apetecible, para variar, pero con Carmina golpeando su frente una y otra vez contra la mesa, repitiendo que "esto no puede estar pasando", se me cerró el estómago.

Hice a un lado la bandeja, ofreciéndosela a los escoltas. Si, hasta en la cafetería nos acompañan. Es algo exagerado. ¿Quien podría entrar a la cafetería de una universidad a hacernos daño?.

Esto definitivamente se tiene que acabar. Apenas llevamos una mañana y ya estoy a punto de gritar como una loca histérica. Ni siquiera podemos tener a solas una charla de chicas.

Insólito.

Ya me había dado por vencida con el almuerzo, con Carmina y con todo, cuando una ola de murmullos se levantó en el recinto. Mire hacia las mesas, buscando el origen del alboroto, pero no había nada inusual, aparte de las muchas mujeres que se secretaban entre entre ellas y las risitas tontas por parte de estas, pero seguía sin ver el origen del hervidero de hormonas, hasta que lo vi, de pie y muy cerca de la puerta de entrada. Su penetrante mirada azul me atrapo.

Camino en dirección a mi, con paso imponente y arrolladoramente sexy. El jean desgastado y de un azul claro envejecido, se ajustaba lo justo a sus muslos para hacerlos ver trabajados y atléticos. La boca se me hizo agua. Llevaba una simple camiseta blanca y lisa, pero los pectorales se marcaban a través de esta y sobresalían un poco por encima del cuello de la camiseta, gracias al peso de los lentes oscuros colgados en el ribete. Esta vez trague con dificultad la saliva acumulada en mi boca, antes que se me escurriera por una de las comisuras.

Los De Luca: El Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora