Capítulo 68: La historia de Adler

774 103 27
                                    







Para Adler los días eran largos y duros, a pesar de que consideraba un hombre muy afortunado.

La familia que le había acogido y dado trabajo cuando salió del hospital era comprensiva y amable con un viudo de guerra.

No obstante, se levantaba mucho antes del amanecer para poder asearse con calma y hacer su cama.  Después preparaba el desayuno de los niños.

En esos momentos a veces recordaba cuando era él el servido.  Nunca había sido un jefe que adoleciese del mal de tratar incorrectamente a sus empleados, pero tampoco había valorado aquello que le había llegado innato.

Cuando se llevaron a Hermann al campo de concentración se llevaron a Josh también. 

Quiso volver a su hogar y tratar de convencer a sus padres de ayudarles a liberar a su yerno y nieto.  Estaba incluso dispuesto a divorciarse de Hermann si con eso lograba salvarle la vida.

Pero la ideología de su casa se había vuelto más radical, tanto que daba miedo.

Su madre le escondió en la buhardilla.  Su casa era un auténtico nido de estrategas mazos e incluso el mismísimo Adolf Hitler la visitaba a veces.

Así fue cómo logró el salvoconducto para poder ir al campo y ver a Hermann y Josh.  Uno de sus antiguos compañeros de Universidad se lo consiguió. 

Lo tenía debajo de la almohada cuando comenzó el bombardeo.

Al principio creyó que soñaba.  Los ruidos de aviones a lo lejos.  Esa noche había habido una reunión en casa de su padre que se había prolongado mucho más de lo normal. 

Luego llegaron las bombas sobre Berlín.

Salió de la cama.  No podía morir sin ver a las razones de su existencia una vez más.

Su padre y su madre estaban bajando al sótano pero él se limitó a salir a la calle.

El espectáculo era horroroso, dantesco.  La gente corría de uno a otro lado buscando refugio.  Un hombre le miró y le hizo señales con el brazo.

-¡Aquí!¡Muchacho!

Le siguió a un sótano comunitario, de ambiente irrespirable y nido de miedo.  Se escuchaban las bombas y el techo temblaba, la única bombilla titilaba. 

Cuando todo cesó, el paisaje era apocalíptico y solo era el primer bombardeo sobre Berlín.

Estaban perdiendo la guerra, pero la guerra había sido fuente para el de inquietudes personales, no políticas.

Sin maleta, comenzó a andar y hacer autostop.

Quería llegar a ese campo de concentración.

No se fiaba de nadie.  Muchos camioneros le recogían y se ponían a hablar de política y de que al final el glorioso pueblo alemán se impondría a esos inútiles internacionales.

El último día le recogió el verdulero que se llevaba lo que cultivaban los trabajadores forzosos del campo.

-He escuchado en la radio que Berlín está siendo destruida, que el Führer se ha escondido en su búnker.

Adler le miró, desconfiado.

-No se asuste por el olor.  Están matando a mucha gente.

Efectivamente conoció ese olor que jamás olvidaría a la carne humana en descomposición o ardiendo.  También olía a heces y a suciedad.

Acendrado ||Narry||Ziam||Omegaverse|| Historical-Fiction||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora