Capítulo 60: Adler

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Treinta para actualizar






Londres se despertaba cubierto de bruma. 

Era sábado y la mayoría de los habitantes de la ciudad, al menos los de las zonas más adineradas, dormían la resaca de una noche de fiesta.

Pero las niñas de la familia Greenswood tenían actividades en la escuela parroquial. 

Llevaba trabajando en esa casa desde hacía cinco años.  Eran buenos y amables con él.  Eran un matrimonio formado por dos mujeres que tenían puestos importantes y siempre estaban muy ocupadas.

Cuando había despertado en el hospital, le habían adscrito a un programa de inserción.  No querían vagabundos alemanes. 

Tuvo mucha suerte de encontrar ese hogar.

Aunque Adler despertase cada mañana llorando porque desde hacía cinco años no lograba encontrar ni saber nada de Josh.

Josh no estaba cuando había despertado.  Josh había desaparecido.

Y se había llevado parte del alma de Adler con él.

A veces recordaba los días en que él y Herman eran una familia feliz y le parecían absurdamente lejanos, un sueño, algo que en realidad jamás había existido. 

Al principio en el pueblo donde vivían existía una tranquilidad que unida a sus apellidos alemanes les permitía vivir serenamente.

Fueron siete años como un matrimonio de verdad. 

Josh se estaba criando en una familia feliz pese a todas las inconveniencias. 

Pero entonces la situación política se empezó a complicar.

Hitler avanzaba en el poder, había invadido y anexionado varios territorios y en cualquier esquina se escuchaba la palabra guerra.

Los alemanes caían ante el Führer presos de un éxtasis de patriotismo ante el cual todos los abyectos crímenes que el gobierno nacionalsocialista cometía no parecían tener importancia. 

Lo único que importaba era volver a ser una nación grande, poder sacar pecho de nuevo, cobrarse la venganza ante quienes les habían puesto de rodillas al final de la Guerra Mundial.  La mayoría de los alemanes se sentían víctimas.  Habían sido tan absolutamente derrotados que no significaban nada como nación, endeudados de por vida y considerados como los parias de Europa.

La mayoría de la gente prefería obviar ciertas evidencias.  Ellos habían nacido en Alemania, no tenían descendientes judíos ni de otras razas ni Dios les había castigado con algún lisiado o enfermo mental.  Y si lo había hecho, bien, eran capaces de creer que a ellos no les ocurriría nada porque eran buenos patriotas.

Goebbels, principal responsable de la propaganda hitleriana, decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.

Esa frase, independientemente de su autor, está cargada de verdad.

Cuando a una nación derrotada y empobrecida les ofreces orgullo, lo aceptarán, se beberán la copa de tu veneno y te pedirán más.  Se prefería mirar hacia otro lado porque el paro descendía, la industria crecía y si, había gente que moría pero, ¿y el orgullo ante las demás naciones?  Además, pensaban, el Estado niega todo y lo que hace, lo hace por nuestro bien...

Se decía que habría guerra.  Que la expansión del Tercer Reich iba a traer un conflicto.

Pero Hitler seguía anexionando territorios y no pasaba nada.

En un viejo continente cansado y al que no se le habían cerrado las cicatrices de la primera gran guerra, el miedo de los grandes mandatarios a una segunda pesaba más que nada. 

Y eso precipitó aún más el desastre.

Hasta que Hitler invadió Polonia.

Adler ni sabía mucho de política ni se interesaba por ello.

Pero un día entraron en su casa.

Se llevaron a Herman.  Y a Josh.





Adler se levantó y se miró en el espejo.  No parecía que fuese tan joven como en realidad era.  Acababa de celebrar su trigésimo cumpleaños. Y se sentía como si hubiese vivido una eternidad.

Bajó las escaleras de la casa. 

Tenía que llevar a Claudia y a Pauline a las actividades para el rastrillo de caridad.

Su hija no tenía que ir.

Sus patronas le habían ayudado en los cuidados de la bebé que había nacido apenas había pisado suelo inglés.  El último eslabón que le unía a Herman.  Su hija menor. 

Era inglesa pero su ascendencia alemana hacía que fuese rechazada en muchos sitios, como por las señoras de alta sociedad de la escuela parroquial.

Le besó.

Era rubia y de ojos azules.  Sonrió con tristeza.  Llevaba toda la sangre alemana posible, pura raza aria y además alfa. 

La vida a veces tiene bromas crueles.

Como que Herman nunca la hubiese conocido.

Como que durante su parto Josh se perdiese.

La vida tiene bromas crueles.

Pero tenía una hija y un hijo en algún lugar y eso era lo único que había impedido a Adler pegarse un tiro.

-Vamos, niñas – Les dijo a las chicas de la casa – hora de ir a la parroquia.



Mientras caminaba, le pareció sentirse observado.  Así le ocurría desde hacía varios días, aunque tratase de ignorarlo.

Pero había algo dentro de él que le gritaba que algo estaba a punto de cambiar.

Acendrado ||Narry||Ziam||Omegaverse|| Historical-Fiction||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora