La voz.

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La voz -¿Qué quieres que te diga?

La chica -¿Vale la pena vivir la vida?

La voz -Supongo que si.

La chica -Sólo supones.

La voz -No puedo decir más.

La chica -¿No puedes decir más? ¡No sabes qué decir! Núnca sabes qué decir.

La voz. -¿Entonces? ¿Qué quieres? Acudes a mí como si yo fuese nada más que tú momento de salvación. No siempre puedo ser tú salvación.

La chica. -Tienes razón.

La voz. -¿En qué?

La chica. -El que no eres mí salvación, eres mí perdición. Mí destrucción. No me culpes si sólo trato de buscar ayuda, eres la única a la que acudo. ¿Para qué? No sé. Quiero respuestas, pero tú no las tienes, yo obviamente no las tengo. Acudo a ti sin recordar que no siempre me ayudarás. ¿Entonces? ¿Qué haces aquí?

La voz. -Cariño, todos queremos respuestas, eso es lógico. Yo también tengo preguntas, yo también tengo dudas. Y es cierto, acudes a mí para yo ser tú salvación, no puedes evitarlo, no tienes a nadie. Soy tú salvación, y otras veces seré tú perdición. ¿Por qué? Por la simple razón, es un balanze, el mundo es un balanze. No se puede vivir sólo de respuestas, también de preguntas, por que ¿cómo haríamos las preguntas sin respuestas? ¿Las respuestas sin preguntas? Todo va de la mano. Y sé que está bien que acudas a mí, a como también no lo es. Sé que también te podré ayudar, a como también te podré segar. Soy parte de ti, cariño, y siempre lo seré. Soy la voz en tú cabeza, en tú interior, y no te dejaré de ayudar -o por el contrario, en paz- hasta que llegue nuestro final. Y esto siempre será así, cariño, yo de ti, y tú de mí, hasta lograr hacer una sola.

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