Recuerdos de melancolía.

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Cuando era un niño y me sentía mal por alguna razón, por más estúpida que pareciese, ella siempre llegaba a mí para hacerme reír, o inclusive, solo sonreír. Pero notaba el esfuerzo que ella hacía para lograrlo, y la satisfacción que sentía al llevarlo a cabo. Eso fue algo que me encantaba de ella, siempre estaba ahí para mí, no era necesario que me entendiera, su mera presencia era como una cura humana esencial para mí. Una bendita para mis heridas era ella. No necesitaba hablarle, ella sabía qué hacer sin más. Siempre me gustó eso. Pero, ¿qué sucede cuando tu medicina se acaba y ya no hay otra igual? Cuando la bendita en tu piel se despega y la herida comienza a sangrar. O algo más, se extiende como si las entrañas se quisieran escapar.
Mi cura ya no está, desapareció cuando la vida la quiso dejar y la muerte llevar.
Se fue sin su propio consentimiento.
Y ahora, no sé qué hacer. ¿Por qué? ¿Por qué la vida crea estos juegos de ironía? En donde tengo que sufrir sin una medida, donde mi única medicina se convierte en una enorme y devastadora herida. ¡Maldita pesadilla! El saber que no estás y que no habrá alguien como tú que me consuele en mis días. El saber que ya no estarás para mí en las noches con pesadillas.

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