Navidad y un cigarrillo.

4 0 0
                                    

Es de noche, el viento sopla fríamente fresco ahuyentando el humo de mi cigarrillo echándolo lejos del perímetro. Observo la luna que me ilumina, recordándome que hay luz de compañía por medio del manto oscuro del cielo, con luces blancas y diminutamente lejanas brillando apenas esparcidamente. Observo la soledad no tan sola gracias a los carros que pasean de un lado a otro por la carretera y alguna que otra persona caminado mientras otras sólo salen de la iglesia. Todo eso me distrae fácilmente, hasta que de nuevo el viento sopla recordándome que estoy aquí, sentado en una banca solitaria del parque fumando mientras que el recuerdo del mes de diciembre me saluda cada vez que puede de manera lenta, haciéndome saber que aún seguimos en éste. Le doy una calada a mi cigarro mientras sin querer siento mi alma calar al mismo tiempo el humo del sentimiento llamado melancolía, inundando mi ser hasta en la más pequeña cavidad de lo que soy. La soledad me hace compañía, ella se sienta a mi lado en el espacio suficientemente sobrante de la banca, es una buena amiga. Pero no por ello quiere decir que siempre será una mejor compañía. El viento viene y se detiene justo al frente de mí. Toma una posición cómoda en el suelo de cemento. Y ahora, los tres estamos en un melodioso silencio. Soledad me mira, y la única acción que hago es llevar el cigarro hasta mis labios, absorbo de éste para luego botar el humo de mala manera, pues aunque votemos lo que votemos, residuos siempre quedarán atacando nuestro organismo. Mi silencio aún sigue siendo sólo un normal silencio. Y luego pienso: el amor; oh amor, amor mío, tanto daño le has hecho a este pobre chico. Un poeta mendigando por algo de amor, que cruel dolor. De pedazos ahora sólo estoy conformado. Algunos lamentablemente ya no los he encontrado. Oh amor, te creí mía cariño, ¿es posible que ese haya sido mi error? ¿Tan malo es buscar una musa para poder obtener mi inspiración? Acabado estoy, ya no sé lo que realmente es bueno o malo, ya que, lo malo se viste de dulce para obtenernos más rápido mientras lo bueno se viste de amargo para acabar posiblemente igual de ingrato. Y luego me percato; oh melancolía, creo que tú si eres mía, me acompañas de noche y de día, pues te he escuchado decir mientras duermo, cuando pasas suavemente tus dedos por mi cabello, que amas mi dolor y como lo convierto en versos de amor, en poesía barata, en el poeta roto que tanto te gusta mientras me llevas la contraria, musitando lo bueno que soy y lo tanto que te encanta. Oh, eres mí amada.
Tomo otra calada, la realidad me dice que volver es lo que debo de hacer, que ya no debo de nadar en el mar infinito de recuerdos. De amores pasados, de compañías rotas, del calor muerto, de la esperanza que una vez vi con mis propios ojos suicidarse, de la alegría que me dijo que probablemente por un tiempo de mí se iba a ir. De rosas marchitas diciendo con su color opaco de éste mundo despedirse. De vasos llenos hasta la mitad con el líquido del tequila hablándome de tantas cosas sin parar.
Algo me dice que el silencio hasta aquí llegará. Pues a veces el pobre corre con suerte de ser interrumpido por otras voces.

-¿Acaso me quieres hablar? -pregunto a la soledad. Pues me sorprende que a veces tímida se llega a colocar. Y sé que ella no siempre es de palabras, y aunque mayormente habla mucho, también hay veces que no lo hace. Sé que ella toca mi dañada alma, pero no lo hace de manera mala, sólo quiere inspeccionar que tal me encuentro durante el paso del señor tiempo. Ella sabe que he sufrido, pues ve en ella grietas de las que salen pequeños ríos, si, mi alma ahogada está, y de tanto, eso es lo que pasa, y posiblemente si la lleno un poco más, puede que se llegue a romper y todo lo de adentro se vaya a desbordar. Observo al viento y éste me mira sin filtro mientras hace un soplido, él sabe que eso es como un manjar para mi cuerpo mortal. Después de tanto, estoy seguro de que alguien dirá algo, tal vez sea ella recordándome lo que sucede y lo que se siente. Después de todo, alguien tienen que romper el silencio siempre ¿no?

-Te hemos venido a saludar -dice ella.

-¿Qué tal estás? -pregunta él.

-Es incongruente cuando la respuesta ya la saben y sienten -espeto yo, quizás dolido, obvio y con un toque de tranquilidad.

-¿Recuerdas bien en qué fecha estás? -inquiere tranquila y casi dulcemente.

-Por supuesto que lo sé -respondo-, aunque a veces olvidar es lo que quizás inconscientemente me obligo a hacer.

-Pero no funciona absolutamente bien -musita el viento.

-No se puede si eres alguien etrometidamente juguetón incluso hasta con mis propios sentimientos y recuerdos.

-No se es posible -soledad dice.

-Sabes que lo sé -espeto. Está conversación ha tomado otra ruta, pues ya no se siente tan cómoda, segura y hasta reflexiva como las demás otras.

-No vinimos para ser siempre tus amigos -farfulla. Ella siempre tan serena. Es la única que sabe decir sin tapujo alguno la sinceridad sin matarte de una vez como al parecer los demás, hace el mundo.

-Tan claro como el agua -digo.

-A veces las formas se distorsionan y cambian -me recuerda la voz del viento.
Soledad se acerca hasta mí y coloca su mano en mi pecho, yo no me muevo.

-Tu alma llora como un niño -murmura ella mirándome-, sólo escucha las palabras que te digo -espeta la soledad audiblemente dirigiéndose a mí. Yo ni siquiera la miro.

-Feliz Navidad -dice él colocándose de pie despidiéndose-, y buenas noches amigo -musita el viento con una sonrisa que parece ser juguetona para luego desaparecer entre la nada. No sé si fue sincero o realmente lo dijo molestandome. Pero lo que si sé es que sus palabras tan comunes tuvieron un significado en mí tan diferentemente normal, dejando al parecer un sabor agridulce en mi paladar.

Short Stories Donde viven las historias. Descúbrelo ahora