Despedida.

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Me encuentro en el cementerio, en frente de su lápida, pongo mi mano en esta y mis ojos se llenan de lágrimas, pero no salen. Solo están ahí. Abro mis labios con la intención de decir algo, pero no digo nada. Aún no me atormenta el nudo en la garganta, y eso me da un poco más de fuerza para poder decir unas palabras. Vuelvo a hacer el intento de decir algo, pero está vez si se hace presente el dolor en mi ser, en mí garganta. Pero no importa.

—Coloco mi mano aquí con el pensamiento que de alguna manera me hace sentir más cerca a ti de algún modo. Pero que iluso, solo estoy tocando la fría cerámica —digo. Mis ojos siguen llorosos—. Sé que eso no sucederá, no volverá a pasar. No te sentiré de nuevo, no sentiré tu calor, tu vivo cuerpo. No escucharé tus palabras, no habrá ya más nada —espeto. Guardo silencio por unos segundos e increíblemente se esfuman las lagunas de mis ojos—. Ya no estarás más, lo sé, sé que no volverás —digo mientras observo mi mano en la lápida y esta traspasa su frío a mí—. Así que, es momento de despedirme, es momento de decir adiós, y duele, no sabes cuanto duele. Pero supongo que es lo mejor. A veces, la decisión correcta no te hará sentir mejor, a veces te destrozará, pero será con el fin de liberar.

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