Prólogo

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Planeta Tormlezz, Año 2071

En el piso número cien los pasillos parecían ser más extensos, en especial el que daba a la habitación de los padres de Keyla. En el bolsillo de su falda se sentía el peso de un pequeño aerosol que ella misma había creado y probado con ciertos individuos solo para ese momento. Había peleado tantas veces con sus padres, dos hombres, para ser más específicos, que la habían adoptado desde que tenía memoria y aun así jamás les tomó un gran cariño porque ¿Cómo amar a alguien que, aunque te dio un techo donde vivir, jamás se preocupó por la manera en la que los demás te trataban? Había sufrido bastante, pero era de esperarse, nunca había sido como los demás Eléctricos, ellos siempre habían sido más inteligentes que ella por más que se esforzara.

La manera en la que sus padres gobernaban ese planeta no le agradaba a Keyla y esa era la razón principal por la cual empezaba discusiones con sus padres, ellos querían experimentar con guerreros y, de hecho, ya lo habían hecho hace varios años atrás. Sus experimentos fallaron uno tras otro; de los cincuenta guerreros que habían logrado capturar, trece murieron, tres se volvieron locos, los demás escaparon y nunca más se volvió a saber de ellos, hasta este punto ya habían dejado de buscarlos. El punto era que detestaba la forma en la que sus padres veían las cosas, querían mejorar a los guerreros, darles la inteligencia de un eléctrico, volverlos mucho más silenciosos, que saltaran más alto, entre muchas cosas más. Pero ¿Por qué no solo creaban otra raza? O, si tanto estaban interesados en los guerreros ¿Por qué no investigarlos más a fondo y encontrar que es lo que los hace tan fuertes? Todas estas cosas y más les había dicho Keyla a sus padres, pero ellos si quiera la escucharon. Pero, al ser su única hija, ella sería el siguiente gobernante cuando ellos murieran, y eso era exactamente lo que quería, tener el poder del edificio de cien pisos que se encontraba en el centro del planeta; contenía cientos de laboratorios, de celdas, de cuartos para experimentar. Ella tendría a los mejores científicos trabajando para ella, a los mejores guardias.... Todo sería tan fácil con tan solo mover un dedo.

Se detuvo unos segundos para repasar el plan una vez más antes de girar al pasillo que la guiaría al único dormitorio del edificio. Casi no había cámaras de seguridad ahí dentro, solo en los lugares importantes, por lo tanto, habría tres cámaras grabando desde diferentes ángulos en el pasillo donde se encontraban las puertas que daban a la habitación y además de ello, solo habría dos guardias puesto que los primeros cinco pisos del edificio estaban repletos de seguridad y las ventanas eran técnicamente irrompibles, pero eso cambiaría, el aerosol no era lo único en lo que había pensado.

Sacó el frasco de su falda, tomó aire y lo roció en su cuello tres veces, el efecto del olor tan solo duraría siete segundos, si acaso menos. Se metió al pasillo no sin antes volver a guardar el frasco, a lo lejos vio a ambos guardias que se irguieron más al verla entrar. Ella avanzó con elegancia, como siempre hacía, le encantaba que todos la miraran, ser el centro de atención. Finalmente se detuvo frente a los guardias quienes no se movieron. Arrugaron la nariz como si un desagradable olor estuviera presente, después sus rostros se relajaron y se mantuvieron inexpresivos.

Cuatro... tres... dos... uno. El efecto había pasado, pudo respirar una vez más y les sonrió a los guardias, una de las cámaras se encontraba justo encima de su cabeza.

- ¿Puedo pasar? –dijo con una voz dulce-

Uno de los guardias, abrió la puerta sin si quiera tocar y le abrió paso a la chica que aparentaba ser menos peligrosa que un tierno cachorro. Entró con confianza y ambos guardias la siguieron sin que ella se los ordenara, pero todo estaba planeado de esa manera. La puerta se cerró a sus espaldas al mismo tiempo que sus padres volteaban para verla. A su derecha, se encontraba Scott, el hombre con ojos turquesa y un cabello tan azul como el mar, estaba sentado en su sillón de trabajo y en la mesa baja había cientos de papeles esparcidos. De otro lado, junto a la gigantesca ventana que ocupaba toda la pared, estaba su padre más joven -aun así, ambos hombres no se llevaban tanto de edad- se llamaba Rafaello y le encantaba presumir su cabello rubio, pues no era un color común en ese lugar.

- ¿Qué haces aquí, querida? –preguntó Scott al mismo tiempo que se levantaba de su sillón- Deberías estar estudiando, te quejas de que se burlan de tu poco conocimiento y, sin embargo, no haces nada para mejorarlo.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de la chica, una sonrisa que no les dio muy buena espina a sus padres. Keyla extendió la palma de su mano, la que había tenido todo este tiempo escondida en el bolsillo de su falda, en ella tenía un guante negro que cubría desde la punta de sus dedos hasta su muñeca. Había imaginado ese momento cientos de veces. No tenía demasiado tiempo antes de que notaran que algo extraño estaba sucediendo.

-Dame tu arma

El guardia a su lado derecho colocó una pistola gruesa y pesada en sus manos y ella apuntó con tranquilidad hacía Scott.

- Contra la ventana, ahora –ordenó-

- ¿Qué estás haciendo hija? –intervino Rafaello-

- Cierra la boca –lo apuntó con el cañón por unos momentos antes de regresar al hombre de cabello azul- Junto a la ventana, no lo volveré a decir.

Scott retrocedió con las manos en alto y estuvo a punto de tropezarse contra la esquina del sillón, pero finalmente se posicionó junto a su esposo.

- ¿Qué hemos hecho mal? –la voz de Scott apenas sonó audible-

- ¿Qué han hecho mal? –río irónica- ¿A caso creen que mi vida es fácil? ¿A caso se preocuparon en mí alguna vez? Soy diferente a todos en este planeta, puede que sea por eso que me adoptaron, ¿Cómo sé que no experimentaron al menos una vez conmigo cuando era apenas un bebe?

Ambos permanecieron en silencio, la mirada de la chica se endureció y tomó algo de su bolsillo, un circulo plateado no más grande que su dedo pulgar. Con su dedo índice lo golpeo como si solo se estuviera deshaciendo de una pelusa, y el objeto se pegó en la ventana, casi al instante esta se partió en millones de pedazos antes de caer dentro y fuera de la habitación.

- Este planeta no es más que basura, gracias a ustedes. –escupió- yo seré mejor que ustedes, después de todo, no pienso como todos los demás.

- No lo hagas –la voz de Rafaello tembló- Por favor, hija...

- ¡No soy su hija! –rugió- ¿O acaso una hija haría esto?

Su dedo se movió firme sobre el gatillo y este no hizo más ruido que al destapar una botella. La bala se incrustó en el pecho de Rafaello y Scott soltó una exclamación que no terminó antes de que la bala atravesara su cráneo. Ambos cayeron de espaldas en el espacio vació en el que antes había estado una ventana que se consideraba imposible de romper. Escuchó varios pasos a la distancia y colocó la pistola en la mano del guardia y después tomó el cuchillo de su cinturón, hizo una cortada profunda en su frente y vio de reojo como el líquido rojo se deslizaba por su rostro, tiró el cuchillo al suelo y se quitó el guante, este desapareció casi al instante.

Se oyeron unos golpes agresivos en la puerta y Keyla se dejó caer de rodillas al suelo, con su mirada posada sobre la ventana, tomó su cabeza fingiendo desesperación y empezó a gritar con terror. La puerta se abrió de golpe, una lágrima falsa corrió por su mejilla.

- ¡¿Por qué?! –Rompió el silencio con otro grito desgarrador-

Un guardia se acercó al instante y la tomó del brazo con delicadeza, pero ella fingió no verlo.

- Los mataron... -continuó su actuación con un tono desconcentrado- Mis padres confiaban en ellos y sin embargo...

El guardia miró hacía los Eléctricos que seguían bajo el efecto del aerosol, después miró a sus compañeros.

- ¡Ejecútenlos!

Una pequeña sonrisa cruzó el rostro de la chica.

Perdido Entre LágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora