Capitulo 41

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JOEL


Llegar a la escuela, ir a ese lugar sin duda fue la peor decisión, la peor escapatoria que pude haber tomado. Las miradas despectivas, burlonas y socarronas que me veían ya no tratando de ser discretas, eran insoportables. Muecas de asco, repulsión, los notorios murmullos me revolvian el estómago, al igual que los descarados gritos despiadados que me decían.

«Ahí va el tonto juguete de Velez»

«Es tan patético»

«Al final lo dejó, es obvio que lo haría»

«¿En verdad creyó que alguien de nosotros se juntaría con él?»

Mi insegura respiración luchaba por no descomponerse, mis piernas fallaban más a cada paso que daba, y los puños hechos por mis manos ya no funcionaban para encerrar el agudo nudo en mi pecho. Yo... ya no podía seguir en este lugar. Salí, primero caminado seguido por unas burlescas risas que me recordaban lo cobarde o lo fácil que era de destrozar, no correría hasta asegurar que nadie viera lo que habían logrado hacer. No les daría esa satisfacción, ni más motivos de burlas.

Fue por un trueno que me hizo despertar que supe donde había llegado. Miré a mi alrededor un tanto confundido, veía una espeses de árboles rodeando mi entorno, una gota me golpeó la cabeza, alcé los ojos encontrando la cobija de unas ramas. Como siempre desde hacía unos días, mi salida de escape era la misma. Esa banquita de parque donde observé ese cielo salpicado por brillantes luces silenciosas y parpadeantes. El crepúsculo avisaba lento en el arriba. Que sólo me hacía desear poder verlo con mayor intensidad, para recordarme porque debía seguir confiando en él, en su mirada, en sus palabras.

Saqué el aparato que funcionaba para comunicarse con las personas que no tienes en ese momento a tu lado, pero que sólo me funcionaba las últimas semanas para decirme NO CONTESTARÁ.

Pero yo era necio, y seguía creyendo que lo haría. Sostuve el pequeño aparato entre mis dedos, apoyado en mis piernas, veía la pantalla, mi dedo estaba a una tecla de llamarlo. Por un segundo pensé en ya no hacerlo, pero, ¿Si todo resultaba una confusión? Me sentiría una basura al saber que en algún punto dudé. Lo pulsé y esperé.

Silencio. «Piiiiii» Silencio. «Piiiiii» Silencio. «Piiiii» Una sonrisa torcida formó mi boca.

Miré de nuevo el cielo. Las estrellas aparecían de a poco, algunas grises nubes impedían su aparición del todo igual el rostro blanco de la luna fue cubierto del todo por ellas. Pensé en lo desafortunado que resultaba eso, no podría ver las hermosas estrellas como en ese día. Un sonido, no común en una noche desierta, no al menos de la nada. La conocía, era una canción, mí favorita. Mis manos temblaban... no,

¿Vibraban?

Bajé los ojos al móvil de entre mis manos, mi respiración se descontrolo y mi corazón casi se sale de su sitio. Ahora sí, mis manos temblaron en un terrible movimiento incontrolable. La pantalla avisaba la llamada entrante

Christopher.

Me levanté de un salto, intenté responder de inmediato, pero el teléfono casi se cae de mi agarre, y maldije a mí suerte y torpés. Mis palmas sudaban, estaba seguro que mi pecho se veía en la posibilidad de un paro cardíaco.

-¿Hola?- Era su voz. Mis ojos se inundaron de alivio.

-Hola...-

Fue lo único que salió de mi boca, después de todo, no debía demostrar que estaba al borde de las lágrimas.

-Joel- dijo al parecer como único. Un intento de sonrisa salió.

-Christopher- respondí, pero a diferencia de él, no sería lo único que saliera de mí boca después de casi tres semanas -¿Cómo has...?-

-Joel- repitió interrumpiendome -necesito decirte algo-

Algo, no sé qué, apretó acorralando mi corazón, mi respiración se encontraba errática y cada se me hacia más difícil

-Ya lo estás haciendo...- contesté, en un tonto de broma mal hecha, intento de quitar tensión al momento.

-...Verás, creo que no has entendido que ya terminé- Su voz, era dura, fría, sus palabras me sentaron rendido y cansado.

-Terminaste, ¿Qué?- Era estúpida mi pregunta, pero aún necesitaba creer en algo, porque entonces toda la espera habría sido una completa idiotez y pérdida de mi orgullo. Del poco que había conseguido.

-¿Eres idiota o qué?- dijo con desdén, pero me encontraba incapaz de imaginarlo diciéndome eso -Este jueguito contigo, se acabó, me aburrí. Ya me cansé de tus molestas llamadas todos los días. ¿Acaso no entendiste que todo fue un entretenimiento? Creí que al menos comprenderías que ya no me importabas dejándote así-

Estrujé el teléfono en mi mano, cerré los ojos dejando salir el agua de ellos. Liberandolas para hacer menor el ardor en ellos.

-... Lo siento- dije para mi sorpresa, importandome muy poco mi voz rota -perdóname por ser tan patético, lo siento si no fui suficiente entretenimiento para ti...- Ya no pude contener más el dolor en mi pecho, pero mordí mi labio inferior para sacar una última fuerza y decir algo más sin que mis lágrimas y el dolor contenido en mi cuello, me lo impidieran -Perdón por pensar que podía confiar en ti-

-...¿En serio lloras?- Esa ya no era su voz, y eso rompió algo un poco más dentro de mi -Eres tan estúpido, seamos realistas Pimentel, ¿Quién se fijaria en ti?-

Mis labios se apretaron, reteniendo un sollozo roto. Las temblorosas manos que sujetaban el aparato que mediaba tan dolorosas palabras, lo apartaron de mi para colgar. Una gota cayó en la pantalla táctil, y otra más. No era yo. No eran mis lágrimas, esas se perdían entre las que el cielo empezaba a lanzar. El cielo que alguna vez me pareció hermoso, lloraba, lloraba, y lo hacía cada vez con mayor intensidad, lloraba sobre mi, qué patético era. Me convencía de que mi rostro era empapado por las lágrimas de las nubes que habían llegado a desenmascarar esas mentiras, que no eran más que la verdadera cara de eso que pensé era lo único bueno en mí vida.

Ya no importaba tratar de ser fuerte, más ridiculizado no podría estar. Más idiota no podía ser. Mas roto y quebrado no me podía sentir. Una presión, un dolor, un golpe dentro de mi, el temblor del ahorcamiento que me estrujaba sin piedad alguna, con una crueldad que no debía ser posible, me derribó impidiendo el uso mis acciones. Ya no pude más, con una mano en el pecho abracé mis piernas contra mi, en un intento de cubrirme de las heridas. El sonido ensordecedor del agua golpeando el frío suelo, no escondía el gimoteo de mi garganta en combinación con mis desesperados
sollozos.

Soy tan idiota. Tan estúpido. Un tonto crédulo. Robert tenía razón, ¿Quién me querría? Todos terminaban yéndose, mí madre al abandonarme, mí padre cuando perdió le interés en mí, mis amigos al ver lo lento y broma absurda que resultaba ser, Christopher que se aburrió del juego que era todo lo nuestro.

¿Cuando terminaría de entender que los buenos finales no existen?

Como si no nos hubieramos amado || VirgatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora