Capítulo 8

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¡Ayy no! Me miré en el espejo y toqué inmediatamente mi nariz roja. ¿Cuántas veces he venido ya al baño? Es que en verdad que me da una terrible pena limpiarme la nariz en frente de mis compañeros. Encima parece que el fluido nasal parece no terminar y yo, solo pensaba en irme a mi casa para dormirme en mi cama. Supongo que anoche el aire acondicionado y el clima al salir del restaurante fue el último empujoncito para que me enfermara, justo cuando llegué a mi casa después de haber pasado unas horas con Tristán, el dolor de garganta comenzó a molestarme y por la madrugada ya tenía la nariz congestionada. ¡Cómo odio no poder respirar bien!

—Ten, dice el señor del puesto que este jugo es antigripal.

Julieta me entregó el vaso de plástico transparente con el jugo de naranja combinado con otros cítricos, bebí el primer trago y eso me ayudó un poco a refrescarme. Ya me escuchaba ronca por toda la resequedad en la garganta y ya me he terminado el agua de mi termo, definitivamente el jugo que me ha traído ella me cayó del cielo.

—Gracias.

—¿Segura que quieres entrar a la clase? —Cuestiona Julieta—. Puedo pasarte los apuntes después, no dormiste nada.

—No, creo que sí me voy a ir a mi casa. Soy un foco de infección andante, no quiero contagiar a nadie, mucho menos a ti.

—Vamos, te acompaño.

Me puse de pie abandonando la banquita de concreto y tomé mi mochila, caminando con Julieta a mi lado rumbo al estacionamiento mientras yo continuaba bebiendo el jugo. Ella amablemente abrió la cajuela para meter mi mochila y después me recordó una vez más que descansara, que se encargaría de todo con los apuntes y con mi falta en la clase. Cerré la puerta de piloto y miré hacia el asiento de copiloto una vez más, una caja de kleenex y la pequeña frazada blanca con el estampado del arcoíris estaban ahí, en verdad no sé cómo tuve fuerzas en la mañana para salir de mi cama.

Conducir hasta casa se me hizo eterno, con la nariz tapada, un poco de fiebre y pocas ganas de seguir viviendo. ¡Cómo detesto cuando me enfermo así! Porque sé que no será solo por unos días, la tos suele durarme por lo menos unas dos o tres semanas y no quería ir por ahí interrumpiendo la clase con mi tos que siempre parece no cesar. Lo bueno de irme a casa temprano es que el tránsito fue casi nulo, como mis ganas de seguir fuera de mi cama.

Apenas llegué subí a mi habitación para ponerme la pijama mata pasiones —como suele llamarla Frida— de Hello Kitty y me metí bajo las cobijas, tenía demasiado frío y no era precisamente porque estamos en el mes de noviembre. Solo esperaba que este resfriado no empeore.

—¿Te sientes muy mal?

—Me quiero dormir un rato. —Le respondo a mamá, que está parada justo a un lado de la puerta.

—Mejor ya vamos a que te inyecte el médico, para que sea más rápido.

—¡Noooo! Así con el jarabe y las tabletas estoy bien, ya se me va a pasar, sólo necesito descansar y beber muchos líquidos.

—No puedo creer que a tus edad y estudiando una carrera del área de la salud, te den miedo las inyecciones.

Pues sí mamá, es posible que eso suceda. ¿Será acaso que he tenido mala suerte con la enfermera de nuestro hospital de confianza? La última vez que me inyectó antibiótico tuve dolor en el glúteo izquierdo durante dos semanas, no quería pasar otra vez por lo mismo.

—Bueno, duérmete un rato. Yo voy a ir a recoger a Frida a la escuela.

Mi mamá salió de mi habitación cerrando la puerta detrás de ella. Jalé la cobija y me cubrí para dormirme un poco, me volteé hacia el lado izquierdo y la fosa nasal derecha se tapó, giré al lado derecho y la fosa nasal izquierda ahora se tapó. Me levanté de nuevo de la cama para buscar más kleenex, uno, dos, tres, cuatro... La masacre parecía no terminar, sabía que pronto mi nariz quedaría aún más roja y ardiendo. ¡Cuánto odio enfermarme así!

Solo te quiero para que juegues conmigo [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora