Capítulo 11

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No recuerdo la última vez que fui a un gimnasio, creo que fue en el último año de prepa cuando aumenté un par de kilos y quise involucrarme en dietas y en este mundo de mancuernas y sudor. Solo tengo claro que fui con Oliver y Fabiola un par de veces, antes de que ella se mudara al norte de la ciudad. Aún recuerdo esa primera vez, en mi vida había usado una caminadora y me la pasé un buen rato con la banda en velocidad 1.5, apenas avanzando hasta que Oliver la subió a 5.6. Ese día no corrí ni un poco y bajé de la caminadora toda mareada. Luego, Fabiola intentó enseñarme su rutina, ella ya cargaba más de 50 kilos y yo empecé con 5, torpemente siguiendo sus ejercicios.

Recuerdo que al otro día el cuerpo me dolía bastante, tuve que tomarme un analgésico y renuncié a las tres semanas. Finalmente terminé perdiendo peso el primer semestre en la universidad, el estrés fue mi aliado y comer más saludable también contribuyó bastante, aunque no era tan delgada como mi hermana Frida, estaba conforme con mi cuerpo. Nunca me he considerado fanática del gym como otras chicas.

—¿Lista? —Cuestiona Ingrid poniendo su huella en el lector de la entrada—. Porque yo no, vi unos vídeos en Instagram pero nunca he hecho ejercicios así.

—Creo que sí.

Caminamos juntas hacia el vestidor, no pude evitar voltear hacia todos lados, la gente corriendo en las caminadoras, unos cuantos en las elípticas y solo un chico le echaba ganas en la máquina de remo. Pasamos a un lado de las máquinas, jamás iba a entender porque los hombres gemían tanto en el gimnasio, como aquel barbón que lo estaba haciendo durante sus series en el press de pierna ¡y ni que se diga en el área de peso libre! Los que más tiempo tenían demostraban «su fuerza» cargando las barras con discos realmente pesados, las chicas más guapas —y nalgonas— del gimnasio entrenaban con diminutos shorts mostrando sus espectaculares piernas de envidia.

Finalmente pasamos por el área HIIT, definitivamente le copiaría la rutina del saco de arena para hacer glúteo a la chica morena que estaba concentrada en sus series. Bien, primero lo primero, dejar las cosas en el locker. Me acerqué al espejo para tomarme el cabello en una coleta alta y una vez que estuve lista tomé mi pequeña toalla rosa, la llave de mi locker y mi botella de agua, esperando a que Ingrid terminara de desenredar sus audífonos.

—¿Con qué empezamos? —Pregunta.

—¿Te parece que empecemos con el cardio en la caminadora?

—Vale.

Caminamos juntas hacia las caminadoras, corrimos con suerte de encontrar dos caminadoras contiguas vacías. Las encendimos prácticamente al mismo tiempo, comenzamos a caminar, velocidad 5.6, inclinación en 6.

—Mi mamá se va a ir a Hidalgo con su novio hoy. —Me dice Ingrid—. ¿No quieres venir a quedarte esta noche a casa? Podemos comprar pizza y vino.

—Me encantaría pero hoy es cumpleaños de mi amiga Cristina y quedé de ir, ¿lo podemos dejar para otro día?

—Sí, sí, voy a ver si Gabo tiene la noche libre o le hablaré a Mary, no lo sé.

Puse de nuevo la vista en los botones de la caminadora, apreté aquel que subía la velocidad, de 5.6 a 9, comencé a correr, escuchando a Ingrid echarme porras por hacerlo. Ella se puso los audífonos y continuó con su caminata con calma, ¿hasta cuándo duraría esta vez en un lugar como este? ¿Tres semanas como la última vez con Oliver y Fabiola? ¿Dos meses? ¿Me volvería adicta al gimnasio? ¿Sería capaz de dejar las papas a la francesa y el cigarro para adoptar una vida fitness? No lo sabía, quizás este era el principio de un cambio «positivo» en mi vida. 

 

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Solo te quiero para que juegues conmigo [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora