Capítulo 7 (Lucía)

1.1K 41 0
                                    


No estoy segura donde me encuentro, todo parece tan ligero. Quizá estoy muerta.

Una figura se enmarca delicadamente a mí alrededor. Poco a poco va tomando forma: cabello claro, ojos color chocolate y una mirada dulce.

—¡Mamá! —susurro

Ella sonríe como respuesta.

—Tranquila —me dice su voz

—¿Has venido por mí?

—No cariño, aún no es momento

—Entonces —la miro desilusionada—, este solo es un sueño.

—Debes ser fuerte Lu. Aún te falta mucho por aguantar, pero podrás lograrlo, yo siempre estaré contigo —posa su mano sobre mi corazón— ¡Aquí!

Entonces nos abrazamos y ambas lloramos. Porque sé que en cualquier momento despertaré, y volveré al infierno donde ahora me encuentro.

Abro los ojos lentamente. Mis ojos tardan en acostumbrarse a la luz. La luz es cegadora. El ambiente es muy diferente al que antes me encontraba, debe ser un sueño, de nuevo tu mente te traiciona. Es cálido y a la vez sombrío en sus colores, de pronto me siento miserable, he sido arrojada de aquel plácido sueño con mi madre a una realidad donde no quería volver. Sus brazos me hacen tanta falta, su protección, me siento tan vacía y sola aquí.

El brazo me duele, al mirarlo noto que tengo una intravenosa ¿Qué me pasó? Con la mano que tengo libre me toco el cuerpo, ¡Mi ropa ha vuelto! Toda felicidad desaparece cuando noto que alguien me mira.

¡Y ahí está él!,  casi doy un brinco sobre la cama.

Es la primera vez que lo veo, antes solo veía su silueta en la oscuridad. Es muy distinto a como lo imaginé, tiene el cabello castaño claro, un corte rebelde que hace que los pequeños mechones de su cabellera le caigan hacia un lado, sus ojos son grandes y de un verde profundo, labios delgados resaltados por una mandíbula tensa. Es obvio que está molesto. Es más que obvio que es por mí. La rabia me invade, ¿molesto? Yo debería de estarlo, me tiene aquí contra mi voluntad.

En un arranque de valentía decido romper el silencio.

—¿Qué me pasó? —susurro tanteando el terreno, mi voz se escucha más trémula de lo que pretendía.

Me vuelve a observar, se aclara la garganta y luego de unos minutos vuelve a hablar.

—Esto no es más que el resultado de tu desobediencia. Por tu bien espero Ratoncita que no vuelvas a intentar desafiarme. Como te darás cuenta tú siempre serás la única perjudicada—su tono es serio, prepotente.

Resisto el impulso de repetirle que tengo un nombre, pero sé que solo sería una pérdida de tiempo.

Así que solo asiento.

—Imagino que tienes hambre, ¿no es así? —parece más tranquilo, sin embargo, hay cierto aire de triunfo en su voz.

—Sí —Respondo ignorando su arrogancia.

—Bueno, por desgracias en adelante tendrás que ganarte la comida—Me mira lascivamente —. Lo pasaré por alto esta vez, pero luego de que comas harás lo que te ordene, No quiero que te desmayes, te necesito fuerte para lo que tengo preparado —anuncia.

Entonces se acerca a mí —lo miro asustada—, él me ignora y con cuidado me quita la intravenosa, con cuidado, aunque me arde un poco, pero evito que demostrarlo, parece que sabe lo que hace, ¿habrá estudiado medicina? ¿Tendrá algún tipo de entrenamiento? —no puedo evitar preguntarme.

—He tomado cursos, y la experiencia me respalda, aun así, puede que se sintiera un poco molesto, es normal. —responde sin que yo le preguntara nada.

¿Cómo lo supo?, pinta de psíquico no tiene

—Aunque no lo creas, te conozco, todo te delata; Tu mirada habla por ti... —parece que quiere decir más, pero enseguida cambia de expresión —, en fin, eso no importa en este momento. Iré a buscar tu comida, pero escúchame —me mira amenazante—, ¡A la primera señal de que quieres escapar recibirás un castigo que no olvidaras en tu vida! — concluye antes de salir y cerrar la puerta por fuera.

En cuanto no escucho sus pasos alejarse intento bajar de la cama, pero las piernas me flaquean y caigo de sentón en el suelo, me duelen las nalgas por el golpe y me siento un poco mareada, si estuviera presente seguro se burlaría de mí, aun estando ausente logra mantener en mí el sentimiento de humillación.

Después de unos minutos intento de nuevo levantarme, esta vez con mucho más calma, para mi fortuna lo consigo, doy pasitos pequeños, pero seguros —mi corazón palpita a mil—. En mí deambular me doy cuenta de que todas las ventanas tienen un vidrio oscuro, del tipo polarizado. ¡Mierda!, nadie podría ver nada de lo que hay dentro de esta casa. Maldito encierro.

La habitación no tiene mucho que descubrir. Unos cuantos burós que no tienen nada dentro, un ropero que está cerrado con llave y la cama donde me encontraba acostada.

Me acerco a la única puerta que parece estar sin llave. Por supuesto que se trata de un baño pequeño, busco y busco, pero no encuentro ningún objeto dentro que pueda servirme para atacarlo. Solo hay las típicas cosas de higiene personal.

Claro, no es lo suficiente estúpido como para dejarme en una habitación sin antes haber revisado que no hubiera nada que yo pudiera utilizar en su contra.

Después de unos minutos comprendo, que no existe la mínima posibilidad de escape. Incluso este lugar es un nuevo encierro.

Camino lentamente de vuelta a la cama, sintiéndome fracasada, rendida, me tiro a la cama, mirando el techo. De repente me encuentro pensando en sus ojos. Son bastante bonitos, pero también sombríos, y atormentados, pensar que una cara tan bonita esconde una persona tan mala.

Dejo que el sueño me lleve a otro lugar, donde no exista ese hombre con ojos del color de la esperanza, pero alma oscura, encierros llenos de  pesadumbre, vergüenzas, miedos o dolor. 

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora