Capítulo 38 (Sebastián)

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Hoy ha sido un día realmente largo. Hace meses que renuncié a mi antiguo trabajo. Aún estoy acostumbrándome al ambiente del nuevo hospital en donde me encuentro.

El que Diego haya recibido esa oferta en Francia, hizo para mí las cosas más sencillas. Por eso renuncié, no podía correr más riesgos. Ahora que Diego no estaba y que en donde me encontraba laborando nadie conocía mi antigua historia no había nada que pudiera poner mi vida en evidencia.

Claro que Lucía solo sabía una parte de la historia, con eso era suficiente. Era feliz con la vida que le brindaba y eso era lo importante. Con el paso de los meses hemos logrado muchos avances en nuestra relación y todo irá para mejor.

Aparco fuera de mi casa. Hoy se me ha hecho más tarde que de costumbre, el tráfico estaba muy pesado. Seguramente mis dos bellas mujercitas deben estar dormidas.

Sorprendido me encuentro con Lucía, que está sentada en el sofá mirándome. Le sonrió al instante de verla.

―Buenas noches, cariño

—Buenas noches mi vida―me acerco y le doy un beso en las comisuras de los labios—, pensé que estarías dormida.

―Quería esperarte, ¿Quieres cenar algo? —me dice.

―No cariño, ¿Cómo está, Valentina?

―Muy bien, profundamente dormida en su habitación —me contesta.

Me acerco a un más a ella rozando su cuello con mi nariz, Lucia suspira al instante lo que me indica que está disfrutando. Desde que comenzamos a tener sexo de nuevo, estoy atento a cualquier señal de incomodidad o de resistencia. En cada momento busco que disfrute y que se sienta querida.

―Te deseo, Lucía—Le susurro al oído.

―Yo también, Sebastián—lo dice con las palabras entre cortadas a causa de la excitación.

La tomo en brazos y la llevo arriba, hasta llegar a nuestra habitación. La deposito sobre la cama y comienzo a despojarla de su ropa, mientras ella me ayuda con la mía. El mirar su cuerpo desnudo me excita demasiado. Tiene una cintura tan pequeña, unos senos redondos, perfectos para chuparlos.

Beso su boca mientras mis manos recorren su cintura, su cadera y finalmente masajean sus nalgas. Ella no deja de gemir. Bajo hasta su cuello al que ella enseguida me da acceso, lo beso de forma lenta, sé que ama que lo haga, conozco su cuerpo demasiado bien. Después de eso voy directo a sus senos. Están inflamados, lo que hace que se vean aún más grandes. Beso y jalo, uno de los pezones con cuidado, pero sin detenerme, ella se mueve de placer, mientras los masajeó con mis manos, lo que hace que se le escapen unas gotas de leche materna, que enseguida atrapo con mi boca, tiene un sabor dulzón, pero no me desagrada, al contrario, me incita.

Bajo depositando pequeños besos por todo su estómago, cuando llego a su abdomen, acaricio con cariño la cicatriz de la cesárea, que cada día se nota más recuperada, luego le abro las piernas mientras la miro a los ojos.

—¿Te gusta lo que hago, Ratoncita?

―Sí, me gusta mucho "S", no te detengas—me contesta entre jadeos.

Hace unos días me confesó que le causaba morbo, la forma en que antes nos llamábamos. Al principio no lo creí conveniente, pero luego de un tiempo admití que a mí también me provocaba los mismos sentimientos. Por lo tanto, cada que nos entregábamos cambiábamos nuestros nombres por esos apodos.

Comienzo a besar su pubis, mientras mis manos le dan placer a su clítoris, que ya se encuentra hinchado. Mi boca juega con cada parte de su feminidad, mientras mi lengua recorre el camino hacia su entrada; fruto de su humedad.

Ella gime cada vez más de prisa, sé que pronto tendrá un orgasmo y quiero sentirlo alrededor de mi pene. Afortunadamente, ella se encuentra completamente después de un rato de jugueteo, se encuentra húmeda y lista para lo que viene.

Me sitúo entre sus piernas sin dejar mirarla y lentamente la penetro. Entro y salgo de ella de forma acompasada mientras me rodeo la cintura con sus piernas atrayéndome aún más.

―Si... Más por favor —me pide mientras no deja de gemir.

―Lo que tú pidas Ratoncita —contesto mientras la embisto con fuerza. Mi cuerpo choca con el suyo, el sonido proveniente me provoca aún más deseo.

No dejo de besarla atrapando sus jadeos entre mi boca, mientras voy acelerando mis acometidas, notando como se tensa. Meto una mano entre nuestros cuerpos y comienzo a masajearla. Sé que pronto estará perdida.

Ella me aprieta las nalgas con sus manos, yo gimo también. Todo es tan placentero, su cuerpo es todo mío, su amor también. Alcanzamos juntos el orgasmo mientras nos miramos uno al otro. Sus pupilas están dilatadas, nuestros cuerpos jadeando.

―Te amo Lucia —Le susurro extasiado.

―Yo a ti Sebastián, no te imaginas cuanto —susurra.

Nos quedamos unos minutos así, mientras nuestra respiración y nuestro pulso vuelven a la normalidad. Salgo de ella con cuidado y nos mantenemos abrazados uno del otro, disfrutando de esa noche.

En momentos como este temo que lo nuestro termine. Parece tan perfecto. Que la idea que algo venga y lo eche a perder me atormenta. Porque ahora es toda mía, y pretendo que permanezca así por siempre.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora