Capítulo 20 (Sebastián)

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Mis estupideces me han costado muy caro en todos los sentidos posibles; he tenido que mostrar la mejor de mis caras a Diego, sé que no es una mala persona, pero en estos días no tengo humor para interactuar con él, es un alivio que pertenezcamos a especialidades distintas, aunque eso disminuye nuestras interacciones, no he podido evitar encontrarme con él en más de una ocasión.

Últimamente, ha insistido con vernos, sé que lo hace por convivir y me considera su amigo, una parte de mí sabe que podría ser un buen amigo, pero otra no acepta la idea de tenerlo tan cerca y que eso pueda ser un cabo suelto en mis planes, por eso me frustra tanto que quiera acercarse.

La jornada laboral ha sido una verdadera pesadilla, he tenido que cumplir un horario extra, a causa de la falta que tuve días atrás. Me gusta mi profesión, pero ha habido más emergencias obstétricas que de costumbre, lo cual genera que esté más tiempo en el hospital del que me gustaría, a penas y puedo estar al pendiente de Lucía, ahora que lo pienso decir Lucía suena raro, pero he decidido hacerlo. Aún no la llamo así en su presencia, de hecho, a penas y hablamos. Por eso no he tenido la oportunidad de llamarla por su nombre "más bien no me he atrevido". No sé cómo reaccionaría.

Además de eso, últimamente no sé nada sobre ella, vivo en la incertidumbre. Y por Dios que estoy desesperado. Un hombre como yo, acostumbrado al control, le es difícil vivir así.

A pesar de saber lo mucho que merezco su trato, no me acostumbro al silencio que ahora me aguarda, a la falta de su risa, de su mirada llena de luz. Yo podría resistir su comportamiento si tan solo decidiera ingerir algo más que agua, cada día la veo más pálida y decaída.

Las estúpidas jornadas de trabajo, hacen difícil que Lucía se vuelva mi prioridad, mi instinto y mi ojo clínico me dicen que está en riesgo su salud.

Solo de pensar en lo mucho que se está haciendo daño "aunado al que yo le hice", me dan ganas de golpearme por mis actos pasados.

Sé que no puedo cambiar lo que vivió, que ella jamás será la misma, pero no puedo darme por vencido, no estoy acostumbrado a perder. Se lo debo. Y haré lo que sea con tal de verla, por lo menos comiendo algo sólido.

Así que lleno de empeño me dirijo con la bandeja del almuerzo. Como de costumbre, llamo a la puerta y no responde, por lo que tengo que decidirme a entrar.

Esta vez está sentada en la cama, mirando al vacío, cuando me la encuentro de ese modo es como observar a un zombi. Un escalofrío inunda mi espina dorsal, acompañado de una sensación que tenía mucho que no experimentaba: el remordimiento.
Por más que deseo gritarle que vuelva en sí, por más que deseo que sea como antes, no me atrevo a mencionarlo, el temor a causarle una herida mucho más grave me atormenta.

Acomodo la charola en la mesita de noche y miro lo que le dejé antes de irme al trabajo, como es de esperarse está intacto, solo el vaso que contenía la leche permanece vacío.

―No desayunaste nada —le digo con la voz cansada.

—El vaso de leche ―susurra casi de forma inaudible, sin mirarme.

―No me refería a eso, sino a que no tomaste el desayuno completo, un vaso de leche no es suficiente, enfermarás.

—También tomé bastante agua —dice señalando una jarra que ahora permanece vacía.

—Por favor, —suspiro sintiéndome cansado— no intentes ofender mi inteligencia, ambos sabemos que los líquidos no pueden mantenerte sana.

―No tengo hambre —se limita a contestar.

―¿Qué tengo que hacer para que comas? —le pregunto mientras me acerco lentamente, hasta queda a unos centímetros de ella.

―Ya te lo dije ―su voz es calmada, pero sin rastro de emociones, su mirada continua fija en algún punto de la habitación y no se mueve a pesar de ver que me he acercado.

Enseguida pienso en aquella micro conversación que mantuvimos el día anterior, cuando me dijo que solo comería si prometía liberarla, sé que pude mentirle y romper la promesa después, ¿pero qué caso tenía?, planeaba que estuviera conmigo indefinidamente, mentir sobre ese tema no me serviría, por eso decidí no contestarle, pensé que mi silencio le había indicado que no daría vuelta atrás en mi decisión, pero no se daba por vencida, algo que me encantaba de ella, pero que en esta ocasión me exasperaba. Al parecer sería otro  día más de desunión.

—Sabes que eso no está en discusión, pídeme otra cosa y te juro que te lo cumplo, por favor Lucia —le explico, utilizando por primera vez su nombre real.

De repente se pone de pie y por fin, después de tanto tiempo, me devuelve la mirada, solo que en ella hay algo más que resentimiento; Odio. El corazón se me encoge ante aquella situación.

—No me llames así, mi nombre no es Lucía, tú más que nadie debería saberlo —su mirada está cargada de desprecio.

―Por supuesto que te llamas así, si no, ¿Cómo? ―le pregunto confuso, ¿Qué le estaba pasando?

―Soy Ratoncita, una zorra más, la que abusaste sexualmente, que golpeaste y utilizaste peor que a una basura —la voz se le corta un poco mientras pronuncia esas últimas palabras.

Yo solo la miro impactado.

En su voz hay rabia, y comienza a llorar mientras casi me escupe a la cara lo que siente. Intento hablar, pero de nuevo consigue dejarme anonadado.

―Lucia era una chica alcohólica, con un padre drogadicto, que quizás tenía una vida miserable, pero jamás un infierno como él que me has hecho pasar, No "S", ella no existe.
¡Te odio!, No entiendo por qué me hiciste esto —me grita mientras golpea con sus puños mi pecho. Pero la noto débil y decido tomarla de los brazos, antes de que diga algo más se desploma en mis brazos.

Enseguida la cargo y la deposito en la cama, para comprobar su estado de salud. ¿Qué clase de ser despreciable soy? ¿Qué le he hecho a esta criatura? Pero, sobre todo, ¿Qué iba a hacer desde ahora?

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora