Capítulo 18 (Sebastián)

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El reflejo que entra por la puerta me despierta y agudiza mis sentidos. La cabeza me estalla, me llevó las manos a la cabeza como acto reflejo ante ese dolor, pero de pronto dejo de tomarle importancia y caigo en cuenta de que no me encuentro en mi habitación, estoy completamente desnudo

«¡Qué diablos hago desnudo!»

Me levanto de golpe, la cama está manchada de sangre. ¡Qué hice! Me cubro con la sabana y salgo corriendo cuando pongo atención que la puerta de la habitación está abierta de par en par.

Ella podría haber escapado, o estar herida. ¡Cómo demonios paso algo así! "Porque eres un idiota"me acusa una voz mental.

La busco en toda la planta baja de la casa, pero no hay rastro de ella, al comprobar la puerta de entrada me doy cuenta de que sigue con llave, tal como la deje la noche anterior

La sala está hecha un caos, parte de lo que recuerdo es haber destruido media sala y beberme la botella entera de whisky —reflexiono por un instante—, ¡Carajo!, ¡La cocaína!, inhalé suficiente de ella como para cometer una maldita locura.

Subo de nuevo hacia las habitaciones, aún más desesperado luego de ir recordando parte de las atrocidades que cometí, pero al comprobarlas todas veo que se encuentran cerradas, salvo la que le destiné, vuelvo a entrar y en el camino choco con algunas partes de su ropa, todo a mi alrededor parece un desastre del  cual soy el único responsable.

Caigo en cuenta que el baño tiene la puerta cerrada, quizás esté ahí, pero no puedo presentarme tal como estoy, aún no sé lo que hice, y mis sospechas no me dicen nada bueno.

Abro mi habitación que permanecía bajo llave, me aseo lo más rápido que puedo a medida que lo hago, los indicios que encuentro en mi cuerpo, no hacen más que preocuparme de lo sucedido. Cuando estoy presentable corro directamente a su habitación.

Al girar el picaporte noto el cerrojo. Era de imaginarse que estaría encerrada, pero lo que más me preocupaba era el estado en el que la encontraría.

—Ábreme, por favor, necesitamos hablar —digo en tono pacífico.

No hay respuesta alguna y mi preocupación va en aumento.

—Prometo no hacerte daño —vuelvo a intentarlo.

Al no obtener respuesta, decido que es momento de actuar, sé que en algún momento le prometí que ese sitio sería su lugar seguro, pero esta es una emergencia, no puedo dejarla ahí adentro sin comprobar su estado actual, puede que con eso me odie aún más, pero no me importa, necesito saber que tanto daño le causé, saco el juego de llaves y pongo manos a la obra.

Al abrir la encuentro tirada dentro de la tina, su ropa esta mojada, no me mira, se esconde tras esa mata de pelo rubio, sin embargo, su posición me recuerda a la de un animal herido y acorralado.

Ella solo repite que no le haga daño, cada palabra me parte el corazón.

—Te prometo que no lo haré, en serio —le susurro acercándome lentamente.

—No es verdad, tú no cumples tus promesas —me dice en un tono casi inaudible.

Me quedo mudo, porque tiene toda la razón, la he cagado completamente. Lo que le hice ha sido demasiado, he perdido la confianza que tanto me costó ganar.

La observo quedarse en silencio y romper en llanto, uno profundo y lleno de dolor.

Ahora estoy a unos centímetros de ella, puedo apreciar su cuerpo, el camisón que lleva se le trasparenta a causa de o mojada que está, pero en este momento nada de eso provoca ningún tipo de deseo en mí, ante mis ojos está una chica herida y destrozada.

Tiene moretones por algunas partes del cuerpo, le descubro con cuidado la cara, lo veo todo. Tiene moretones en la cara, el ojo morado, el labio roto y está temblando. La imagen me toma por sorpresa, ¡soy un monstruo! No puedo dejar de pensarlo. Me parece imposible que haya hecho todo eso, yo que juré cuidarla e ir a su paso.

Ella ni siquiera me miraba, permanecía con la mirada baja, una clara señal de sumisión. ¿No era lo que querías? —me pregunta una voz mental en forma de reclamo. Sé que al principio quería su sumisión, pero no a costa de quebrar de esa forma su espíritu, cuando descubrí lo bien que me hacía su felicidad me di cuenta  de que la prefería sonriente, disfrutando.

Le levanto la barbilla con delicadeza para que me mire.

—Raton... —Me detengo antes de acabar la frase—, escucha, yo no quería lastimarte, en verdad lo siento mucho, sé que no tengo justificación —lo digo con el corazón en la mano. Pero ella no responde, su mirada está apagada, como si no hubiera nada vivo dentro de ella.

Mira, estás muy mojada, será mejor que te cambies o te enfermarás, sé que es el peor momento para hablar, te daré privacidad para que te cambies, y volveré con algo de comer. Ya habrá tiempo para lo demás —le suelto la barbilla y enseguida vuelve a mirar hacia el suelo.

En realidad, deseo quedarme con ella, abrazarla, darle mi apoyo y curar sus heridas, pero sé que es una mala idea. Lo que menos debe querer es que la toque. Por eso lucho contra ese impulso y le doy espacio.

Salgo del baño y cierro la puerta dejándola, con la esperanza de que me obedezca, no porque me lo merezca, sino porque sería lo mejor para ella.

Enseguida me dedico a limpiar la habitación. Recojo la ropa, cambio sabanas tratando de ignorar la idea del ser despreciable en que me he convertido. Quedo conforme hasta que todo luce como antes, «ojalá pudiera borrar también los recuerdos de su mente».

Resisto la idea de volver a ir a verla, Antes de abandonar el lugar dejo un juego de ropa limpia sobre la cama. Salgo cerrando la puerta, esta vez sin seguro. Preparo algo ligero: fruta y jugo, aunque sé que no debe tener hambre, no puede estar sin comer, lo que menos quiero es que se enferme.

Cuando tengo listo su almuerzo, se lo subo. Toco dos veces la puerta en señal de mi presencia y me voy, con la esperanza de que abra y tome su desayuno, lo que me hace sentir un tanto tranquilo.

Mientras arreglo el caos de la sala, compruebo el lugar donde escondo mis objetos personales: llaves, dinero, celular, entre otras cosas más, agradezco haber escondido todo para que no escapara, porque, aunque lo hubiera conseguido, no habría podido ir muy lejos, al menos aquí podía ayudarla. Al prender el celular veo que tengo varias llamadas del hospital, se suponía que debía haber vuelto hoy de mis vacaciones laborales, paso una parte del día hablando con algunos médicos, excusándome por mi falta en el trabajo, como siempre he sido un excelente médico, me dispensan la ausencia. Al final cuelgo prometiendo presentarme a la mañana siguiente cubriendo horas extras. La manipulación siempre es la mejor arma.

Cuando el reloj marca las ocho de la noche decido que es tiempo de subir a llevarle su cena, unos macarrones con queso que había cocinado hacían unos momentos.

Pero al subir me encuentro con su almuerzo entero. Estaba casi seguro que ni siquiera se había molestado en abrir la puerta. Dejo su cena a un lado de la de su almuerzo y después de llamar dos veces a la puerta y no obtener respuesta decido entrar.

Ella está ahí, recortada en la cama, dándome la espalda, está sollozando. Tiene puesta la ropa limpia que le dejé sobre la cama. Solo puedo pensar en que soy el culpable y por más que daría todo para haberle evitado tal dolor, no puedo hacer nada para quitárselo.

—No probaste la comida —decido por fin hablar.

Ella no responde, continúa llorando y esta vez con más fuerza.

—Por favor, dime algo —le digo en tono de súplica acercándome un poco a donde se encuentra.

Al hacerlo noto como se encoge, tiembla y se esconde tras su cabello. Yo evito tocarla, no quiero hacerle más daño.

—No tengo hambre, ¡déjame por favor! ¡Ya no me lastimes! —susurra temblando, esta vez sus ojos llorosos me miran y en ellos hay miedo.

—Yo.... —la miro―, Lo siento. — y salgo de la habitación precipitadamente.

¿Qué podía decirle? Ojalá las disculpas pudieran arreglar un alma herida, ojalá pudiera regresarle su inocencia, pero es tarde y no sé qué más hacer. Me tiro al suelo sollozando, sintiendo como el mundo se me viene encima

¿Cómo arreglar mi estupidez? 

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