Hoy es un día determinante para mis planes. He dormido muy poco, mejor así. Me siento espabilado. Antes de las cinco de la mañana ya estaba despierto, de nuevo hice algunas llamadas, todo está listo.
Antes de irme al trabajo paso a ver a Lucía, que descansa plácidamente, su vientre sube de forma tranquila. Se le ve tan relajada. Tan dulce.
La tenue luz de la mañana baña ligeramente la habitación provocando que algunos de los mechones de su cabello brillen. A veces la veo y pienso que es un ángel, uno que llegó a mi vida para quedarse, para siempre.
Deposito un beso en su frente y luego otro en su vientre con cuidado de no despertarla. Ella balbucea algo incomprensible, pero permanece dormida.
De camino al hospital el paisaje permanece apacible. Las aves cantan alegremente. El viento sopla de forma serena.
Mientras bordeo la ciudad en dirección a mi lugar de trabajo repaso el plan armado días anteriores. Necesito hablar con Diego para tantear el terreno y que todo salga como lo he previsto.
Al llegar al hospital me encuentro con las enfermeras de turno que cuchichean sobre el nuevo tema que pronto correrá por todo el hospital "el anillo que llevo en el dedo anular"
Por supuesto, el chisme del día formaba parte de mi plan. Necesitaba que las personas en el hospital supieran de mi situación sentimental, eso haría menos sospechoso mi estilo de vida y por supuesto mis acciones.
Ignorando sus cuchicheos las saludo y me dirijo a mis labores. Pronto la sala se llena de mujeres con distintos padecimientos de los que yo pacientemente me encargo. Cada vez que una mujer embarazada toca a la puerta del consultorio, no puedo evitar ver reflejada en ella a mi dulce Lucia, lo que de vez en cuando me saca una sonrisa, que mis pacientes responden de inmediato.
Faltando una hora para terminar mi turno, me encuentro a Diego.
―Amigo que bueno encontrarte.
Sé que mi tono parece emocionado.
—¡Felicidades de nuevo, amigo! ―me da un codazo amistoso mientras señala el anillo—, sé que ya habíamos hablado de esto, pero ahora que medio hospital lo está comentando resulta mucho más interesante.
―Sí, lo sé. Tarde o temprano se enterarían. Cambiando de tema, a mi esposa y a mí nos encantaría invitarte a comer pasado mañana, ¿Qué dices, estás disponible?
―Por supuesto amigo, para ustedes siempre tendré tiempo ―Dice, mientras los ojos se le iluminan.
Conozco a Diego, es evidente que le hace ilusión la invitación.
—Gracias por aceptarla, la pasaremos muy bien, mañana te envío nuestra dirección por mensaje... —de pronto un par de gritos masculinos interrumpen nuestra plática, al observar de donde provienen, reconozco ese rostro. Jamás lo olvidaría.
―¿SEGURAS QUE NO LA HAN VISTO? ¡DÍGANME ALGO! ―Les grita a las enfermeras desesperadamente, mientras llega seguridad y empieza a discutir con ellos.
Se ve cansado, un par de ojeras ocupan gran parte de su rostro, oscureciendo sus ojos azules, pero no permito que los pensamientos intrusivos sigan ese rumbo. No se merece mi lástima.
―¿Qué ocurre? —le preguntó a Diego fingiendo sorpresa.
―Es ese hombre de nuevo, viene cada vez que tiene oportunidad. Ya lo ha sacado seguridad, pero parece que no entiende. Cada que puede inventa alguna excusa para colarse al hospital.
—¿Qué hombre? ―vuelvo a preguntar siguiendo mi actuación.
—No sé si recuerdas que antes de dejar el hospital, en una ocasión un grupo de adolescentes llegaron a la sala de emergencia a causa de una congestión alcohólica. Era un mes muy saturado y muchos de nosotros tuvimos que cubrir a los médicos encargados, —asiento invitándolo a que continúe― por lo visto ese día nadie notó que una de las chicas ingresadas se escabulló del área de recuperación y desde entonces, según estoy enterado no aparece.
Ese hombre que ves es el padre de la chica. No entiende que está en un hospital y no puede salir y entrar a su antojo a menos que sea una emergencia. Es lamentable su perdida, pero eso no justifica que entre sin respetar que hay personas convalecientes. Ojalá que pronto aparezca su hija porque por ahora el único que parece la víctima es ese pobre hombre, mira lo desesperado que se ve —dice señalándolo.
Enseguida pienso que Diego no debería sentir compasión por él, después de todo es y será un mal padre, si está así es porque se siente culpable, no porque ame a Lucía.
―Sí, recuerdo vagamente ese día —Le respondo cortante, guardando las ganas que tengo que exponer mi verdadera opinión.
Si tan solo Diego supiera que el padre de Lucia no merecía la menor compasión, así como tampoco la hija que tenía. Por eso me encargaría de no dejar que volviera a su lado nunca. No importaba que tuviera que mentir mucho más. Por eso tenía que asegurarme de algo más...
―¿Has visto alguna vez el retrato de la chica o la recuerdas?
Era necesario saberlo, lo que menos quería era que reconociera a Lucia, aunque había pasado poco más de un año y definitivamente se veía distinta, no podía correr ningún riesgo.
―No, nunca me he acercado a ver la foto que trae y mucho menos recuerdo haberla visto antes, ese día estaba demasiado ocupado para estar prestando atención a cada chico que entró por el pasillo. Solo recuerdo los casos más graves, supongo que ella no estaba en esa lista.
Asiento en silencio.
―Siento que hayas tenido que presenciarlo esto amigo, sé que hoy es un gran día. No dejes que te lo arruine.
—No lo hará ―respondo, y solo yo soy consciente del significado que esconden esas palabras.
Cuando termina el turno de Diego y el mío, el padre de Lucía ya no se ve por ningún lado. No menciono de nuevo el tema ni él lo hace tampoco.
Esa tarde me dirijo a la casa, consciente de que cada vez Lucía es más mía y menos de ese cabrón que se hace llamar su padre. Mañana haremos la mudanza a la casa provisional.
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Estocolmo
General FictionADVERTENCIA: material solo acto para +18 o en compañia de un adulto. Queda prohibida la copia parcial o total de este material o se tomaran acciones legales. EL autor no se hace responsable por los actos de las personas que lean la siguiente histor...