capítulo 17 (Lucía)

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ATENCIÓN: el siguiente contenido puede dañar la sensibilidad del lector.


Mi sueño era confuso. Aunque "S" estaba ahí y no me causaba temor, había incertidumbre en mi interior, por la forma en que su mirada estaba puesta en mí, ya que no era parecida a la que solía bríndame. En ella había algo más oscuro. Entonces comencé a sentir la piel de punta, solo sabía que tenía que escapar, trataba de correr, pero mis pies parecían no responder, el pánico estaba apoderándose de mí.

Me despierto de golpe. La habitación permanece en penumbras, tardo un poco en recuperar la calma perdida a causa de mi anterior pesadilla.

Afuera está lloviendo y el ruido que se filtra por la ventana parece estar silbando, el sonido consigue calmarme.

Me siento demasiado cansada a causa de todas las emociones vividas, así que lentamente cierro los ojos y me pierdo en la inconsciencia, espero que aquella pesadilla no me ataque otra vez.

Un estruendo me despierta, el corazón me late desmesuradamente. Parece como si algo se estrellara contra el suelo. Mi mente comienza a maquinar mil explicaciones, «quizás es un ratero», «¿y si algo le pasa a "S" y me quedo aquí encerrada por siempre?»

No dejes que el pánico se apodere de ti —me digo en voz baja, en un intento de tranquilizarme—, mientras me voy incorporando de la cama.

Todo es inútil, escucho muchos gritos. Me levanto con el cuerpo temblando tanto de frío como de miedo, cuando estoy por caminar en dirección a la puerta un portazo la abre de par en par.

"S" me mira, pero en su sonrisa hay todo menos comprensión. Su mirada me recuerda a la de mi pesadilla. El pánico que había dejado que aquel mal sueño, se hace presente. Como si leyera mi mente; sonríe complacido, disfrutando la expresión de mi rostro.

—¿Qué tienes "S"? —Le susurro — mis palabras salen entrecortadas a causa del pánico.

Ignora mi pregunta, mientras se va quitando parte de la ropa que lleva puesta, hasta quedar en ropa interior, luego de eso comienza a acercarse, me empuja y la cama amortigua mi caída, luego de eso se abalanza sobre mí, su aliento huele a alcohol, todo indicio del hombre bueno y comprensivo ha desaparecido.

—¡Lo prometiste!, prometiste que no me harías daño—le grito mientras siento como mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas y de rabia.

Pero él ya no está conmigo, en su lugar tengo a un hombre con mirada llena de lujuria, tan parecido al amigo de mi padre.

Comienza a besarme el cuello, intento zafarme, pero sus manos comienzan a presionar las mías por encima de mi cabeza, trato de mover mi cuerpo para impedirle que siga, pero es demasiado fuerte.

Sus labios irrumpen mi boca, saben demasiado a alcohol, decido responder a su beso y en cuanto pienso que está confiando, lo muerdo lo más fuerte que puedo, notando el sabor metálico en mi boca.

—¡Eres toda una puta! ¿Así que quieres que te lo haga rudo? —Su tono es amenazante.

El golpe llega sin que lo espere, es fuerte y hace que todo me dé vueltas. Él aprovecha cada instante, siento como me arranca la bata de dormir, dejándome en calzones, mis senos están al descubierto, ahora que me ha dejado libres las manos, intento cubrirlo, pero me siento muy débil, jamás me había sentido tan expuesta, su toque es obsceno, casi grotesco. Muerde mis pechos, los chupa y duele, grito, pero solo sirve para que me dé una fuerte bofetada.

No sé por cuanto tiempo todo se vuelve borroso, cuando recupero la consciencia y abro los ojos lentamente él se encuentra completamente desnudo, susurrando a mi odio palabras grotescas.

No intento nada más, solo conseguiría que me golpeara por tercera ocasión, sé que ahora estoy desnuda por completo, y lo siento excitado. Su miembro roza mi abdomen, mientras él se regocija con la sensación.

Mi cuerpo no responde a sus caricias, es como si se hubiera escondido. Estoy completamente seca. Pero a él eso no le importa, está desnudo entre mis piernas a punto de penetrarme, no necesito un manual de instrucciones para saberlo, su mirada me lo dice sus palabras también.

—Por favor "S" te lo ruego, no me lastimes —Le suplico tragándome lo último que me queda de orgullo.

—Ahora si te mostraré quién manda Ratoncita —En sus palabras no parece existir la piedad.

Mi corazón palpita cada vez más fuerte, tengo demasiado miedo, mi cuerpo tiembla y no es a causa de excitación. Entonces lo hace, primero siento su miembro en mi entrada, y luego hace varios intentos para entrar en mí, cada uno de ellos más dolorosos que el otro, cuando por fin lo consigue el dolor es intenso, agudo. Las lágrimas comienzan a brotar de forma incesante, mis gritos son sofocados por su mano, mientras no deja de moverse, a pesar de que mis músculos internos luchan contra él.

«Ojalá me hubiera noqueado con sus golpes»

—Estás tan estrecha, joder que bien se siente —dice gimiendo

No digo nada, el dolor me tiene paralizada, siento como algo caliente escurre entre mis piernas, sé que es sangre, pero no quiero pensar demasiado en ello, me encuentro demasiada traumatizada para eso.

Pronto soy un títere que sigue tomando a su antojo, entra y sale de mí, gime y hace ruidos asquerosos. Yo no me resisto, solo lloro y no dejo de llorar, estoy cansada, adolorida y humillada por completo.

No puedo aguantar más, cuando pienso que estoy a punto de morir de tanto dolor, un grito sale de su boca y en un arranque de placer parece que se viene dentro de mí.

Se queda inmóvil mientras su respiración vuelve a la normalidad, no sé cuánto tiempo pasa, pero comienzo a sentir su cuerpo mucho más pesado. Está aplastándome.

Entonces comienza a roncar. Intento moverlo, pero es inútil, está completamente dormido. Con las pocas fuerzas que me quedan lo empujo haciéndolo a un lado de la cama. Sus labios hacen un ruido extraño y lo miro petrificada, me acerco un poco y compruebo que sigue durmiendo.

Una vez que pongo los pies en el suelo me desplomo, mis piernas fallan, restos de sangre y de líquido blanquecino escurren entre mis piernas, mi interior arde. Me apoyo de la cama para levantarme, me visto con lo primero que encuentro.

Hasta ese momento noto que la puerta de la habitación está abierta de par en par. No lo pienso más. Camino lo más rápido que el dolor me lo permite, bajo las escaleras, ni siquiera me detengo a ver como es la casa, mi única meta es encontrar una salida, ¡es ahora o nunca! La sala está destrozada, restos de vidrios de diferentes formas lucen hechos añicos a mi alrededor.

Me dirijo a la primera puerta que veo. Pero para mí desgracias está cerrada, ¡solo yo pude pensar que estaría sin seguro! Busco algo que me sirva para abrirla, pero no parece haber nada, no hay cuchillos o alguna otra arma que pueda usar como protección. Todo está bajo llave.

Como mi última opción subo de nuevo a verificar la parte de arriba, pero todas las puertas están cerradas, menos la mía donde él sigue durmiendo. En mi último intento de huida busco entre toda su ropa que se encontraba tirada en el suelo, pero no hay nada, el maldito escondió las llaves, quizá cuando estuve inconsciente.

Me meto al baño y cierro con llave, no tengo otro lugar donde ir. La chica a la que encara el espejo es otra, ya no es Lucia, en su lugar una chica pálida, ojerosa y llena de golpes le devuelve la mirada. Eso es todo.

«No hay salida», me digo mientras las amargas lágrimas comienzan a brotar. Entro a la regadera y dejo que el agua limpie mi cuerpo, el líquido se torna carmesí al contacto con mi piel, pero nada puede borrar las marcas que en mi alma se han formado. Rodeo mi cuerpo en un intento fallido de mantener todas sus partes juntas, pero todo es en vano. No hay forma de arreglar algo así.

Me abrazo al dolor mientras dejo que consuma cada parte de lo que queda de mí.

Lloro y lloro...

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora