Capítulo 31 (Lucía)

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Nos hemos mudado de nuevo, como era de esperarse, la nueva casa está en un lugar apartado, mucho más apartado que las casas anteriores.

Es una propiedad muy grande, tiene una gran extensión de áreas verdes y muchos árboles, con grandes muros que me separan del exterior.

Este lugar es una fortaleza en toda la extensión de la palabra. Tengo permitido andar por todos lados del jardín, pasó varías horas al día merodeando los alrededores, para no sentirme tan encerrada.

Tengo casi ocho meses de embarazo, cualquiera pensaría que cada día me siento más aliviada de estar cerca de la libertad, pero es todo lo contrario; me siento asfixiada, entre la culpa y la necesidad de irme hoy mismo de aquí.

Falta más de un mes y siento que ya no puedo más, estoy incómoda con mi cuerpo, mis emociones y la confusión que siento en la mente.

Sebastián se ha portado tan bien conmigo, ya no le temo tanto, el miedo que se ha colado en mi pecho tiene como origen los sentimientos que van creciendo poco a poco.

Me asusta que, si me quedo más tiempo, si le permito entrar un poco más, me arrepienta y me quiera quedar a su lado. No quiero ser esa chica, estoy llena de incertidumbre.

Le pedí muchas veces que me tratara solo como la mujer que está gestando a su hija, pero que siento es lo que menos hace. No sé qué hacer al respecto, ¿No me debería sentir feliz de que sea tierno y considerado?, o ¿Debería mantener mi guardia alta?, cuando se trata de él, me quedo sin muchas opciones. Ese siempre ha sido el problema, cuando está cerca de mí e incluso lejos, no tengo el control de nada, hace mucho que eso me fue arrebatado, estoy frustrada, hay noches que lloro, tengo una gran cantidad de sentimientos encontrados, el descontrol hormonal me está matando.

Sebastián intenta apoyarme pacientemente, a veces descargo mi ira con él, pero no se queja, solo aguarda tranquilamente hasta que después de un tiempo nota mi calma y vuelve a acercarse.

Quiero hacer lo mejor para este embarazo, pero nada está siento sencilla, no sé en qué momento pensé que eso ocurriría.

Aprovechando que me encuentro sola y después de hacer un poco de ejercicio en el jardín, son las 4:30 cuando regreso con calma a la casa y subo las escaleras, que cada vez me resultan más agotadoras de utilizar.

Me recuesto en la cama, luchando por encontrar una posición cómoda, estos últimos meses eso ha sido todo un reto, no sé en qué momento me quedo dormida, el tacto de unas manos sobre la piel de mi vientre me ponen alerta, abro los ojos de golpe, Sebastián se encuentra a centímetros de mi rostro, una de sus manos descansa en mi vientre, su mirada me pone los vellos de punta, intento moverme, pero la mano que tiene libre me sujeta uno de los brazos, mi nuevo peso corporal me impide ser lo suficiente ágil, ¿Acaso será capaz de lastimarme sin importarle que esté embarazada?, le ruego que me dejé libre, él sonríe mostrándome esos hoyuelos que en el pasado llegaron a gustarme tanto, pero que en este momento enmarcan una expresión grotesca.

No dice ni una palabra, pero sus expresiones hablan por él. Me retuerzo tratando de librarme de su agarre, pero me aprisiona colocándose sobre mí, aplastándome el vientre, chillo de dolor, mientras él ahoga mis exclamaciones con un beso.

Despierto de golpe, observando la habitación, me encuentro sola, Sebastián no está.

Todo ha sido un sueño —me digo, con la frente bañada en sudor y las lágrimas corriendo por mis mejillas—, mis manos se encuentran instintivamente sobre mi vientre, protegiendo esté bebé que nunca había sentido más mío.

Me levanto con cuidado y busco desesperadamente el número que Diego me entregó, necesito pedir ayuda y marcharme de aquí.

Después de unos minutos y mucha ropa revoloteada, encuentro la tarjeta que me entregó, junto con algo más, tomo ambos y salgo de la habitación, bajo las escaleras lo más de prisa que mi abultado estómago me lo permite.

Hace unos días le robé uno de los celulares a Sebastián, no planeaba usarlo enseguida, solo buscaba tener una garantía por si algo salía mal y al final no me dejaba marchar, sé que no se dio cuenta por qué de lo contrario me habría encarado.

Con las manos temblorosas marco el número que viene en la pequeña tarjeta, para mi desgracia el celular indica que no tiene señal disponible, ¡SERÁ CABRÓN!, con razón me trajo en medio de la nada.

Lloro de frustración y de la sensación de ser una completa estúpida, pero unos minutos después una nueva idea me devuelve un poco de esperanza; salgo al jardín, está empezando a atardecer, sé que debo darme prisa, levanto el celular buscando obtener recepción, conforme voy caminando se van marcando dos barras, pero no es suficiente para realizar una llamada, cuando estoy justo en el límite de la propiedad, donde se encuentra la barda que acompaña la puerta de entrada, la señal en las barras se vuelve intermitente.

A mi izquierda un grupo de arces llaman mi atención, son tan altos, quizá podría aprovechar eso, cuando era niña solía trepar los árboles del rancho, propiedad de un tío que murió meses después que mi madre, estoy embarazada, pero quizá no sea tan difícil, valía la pena intentarlo, no sabía cuánto tiempo tenía, Sebastián podía llegar en cualquier momento.

Decidida, meto el celular y la tarjeta en la bolsa que trae la blusa que llevo puesta, comienzo a intentar trepar, el tamaño de mi vientre dificulta el proceso, pero sin rendirme sigo intentándolo hasta conseguir subir un poco, agradezco llevar ropa cómoda que facilita un poco la tarea.

Las ramas gruesas del arce me proporcionan seguridad, el aire arriba es más fresco y aunque la luz del crepúsculo me ciega por momentos, los estímulos anteriores solo me dan ánimo, saco el celular y la tarjeta de mi bolsa, observo triunfante que casi todas las barras que indican la recepción móvil se encuentran visibles, comienzo a marcar el número.

De repente la tarjeta se cae de mis manos, bajo la mirada observando cómo va a parar al pasto, mi distracción hace que pierda el equilibrio, intento agarrarme de las ramas que me rodean, pero es inútil, solo consigo rasparme y golpearme con las ramas mientras voy cayendo, el sonido es fuerte, un dolor agudo que se sitúa en mi vientre se apodera de mí, solo puedo pensar en la bebé, quiero levantarme, pero no puedo, la molestia es muy fuerte, mis manos palpan la humedad que se escapa entre mis piernas, compruebo horrorizada que se trata de sangre, grito pidiendo ayuda, a pesar de saber que es inútil.

Utilizo las pocas fuerzas que me quedan colocando mis manos en mi abdomen, como si con esa fuera suficiente para proteger a mi bebé. Me duele demasiado, lloro inconsolablemente mientras siento que estoy por perder lo más valioso que la vida me ha dado.

No sé cuánto tiempo pasa, escucho a lo lejos el sonido de lo que parece un motor, alguien baja, el rostro de Sebastián se hace visible, está arrodillado a un lado de mí, su expresión está cargada de pánico, me habla, pero a penas y lo entiendo, como si todo fuera en cámara lenta.

Le pido que ayude a la bebé...

Le pido perdón a los dos...

Pronuncio palabras que ni yo comprendo, luego de eso solo recuerdo su vos pronunciando una y otra vez; ¿Qué hiciste, Lucía?

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora