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— ¡Me emociona mucho tenerte en mi casa! — comenta Abby alegremente, pasándole un vaso de jugo de naranja a Freddy, que agradece con timidez y una sonrisa ladina. Desde que puso un pie a los adentros de la casa de Abby se dió cuenta de las chispas enérgicas que desprende la pelirroja, que comento que tendría a Freddy acaparado porque quería hablar con el; su padre no puso oposición alguna y solo comento algo con ser cuidadosa de lo que llega a hablar.

¿Por qué tenía la impresión de que algo saldria mal?

Tal vez porque desde que entró en la habitación de la enérgica chica, fue recibido por un montón de pósters de hombres desnudos decorados con rosas y margaritas; y no se sentía precisamente cómodo con aquellos rostros deformados en placer.

La habitación de Abby era, en términos simples, el lugar más incómodo el cual ha tenido el placer de conocer: no solo los póster, también el montón de cómic esparcidos por la extensión del cuarto, el extraño olor a rancio, los platos amontonados sucios en la mesa de noche, la puertas de closet abiertas de par a par dando una perfecta vista de toda clase de tela incluyendo unas tangas de estampado de leopardo, los zapatos con un potente olor a queso justo al borde del cuerpo de la cama.

Le era agobiante aquel desastre, casi estaba tentado a ofrecerse de empleado de limpieza por el módico precio de una pizza de salchichón familiar.

Inconscientemente, su mano derecha se elevó hasta su antebrazo izquierdo, para permitirle a sus uñas rasgar su piel, dejando la zona rojiza y posteriormente blanca.

Carraspeó nervioso buscando silenciar a Abby de alguna cháchara que aún no lograba procesar.

— No te pareces mucho a tu madre — comento, Abby entrecerró los ojos soltando un cortó gruñido desde su garganta. Parecía que aquello no le había gustado nada. Freddy busco acomodar lo que había dicho —. D-digo, es que su cabello es distinto...

Parece que las aguas se calmaron, pues Abby sonríe de medio lado un poco más cómoda.

— Los colorantes no son caros ¿Sabes? Aunque yo quería mi morado, pero confundó los sobres; término gustandome el rojo — comenta sujetando un mechón de cabello —. Un amigo dijo que se verían bien puntas amarillas y me convenció de decorarlo un poco

— Realmente resalta en color de tus ojos — Fred sala de quien sabe dónde, sujetando un clavel. Abby miró la flor para mostrarle una mirada burlona.

— Mi mamá te matara si se entera que te has metido con sus preciadas flores.

— ¿En qué momento llegaste? — murmura Freddy.

Los adultos estaban en la planta baja, las dos mujeres conversaban sobre el trabajo de Octavia mientras Abel cocina con una alargada sonrisa.

— Más te vale no ponerle pimienta a mi plato, Abel — interrumpe Octavia su plática con Rose al ver a su esposo tomando el moledor.

— ¡Pero amor!

— ¡Nada! Sabes que me irrita

Rose no podía evitar pensar que Abby heredó el rostro de su madre y la personalidad de su padre; Octavia es verdaderamente atractiva, a pesar de las canas que decoran su cabello negro y las arrugas debajo de sus ojos, su rostro redondo y simétrico tenía un encanto maduro. No es especialmente conversadora, a menos que trate sobre su trabajo; es más de asentir y dar cortos comentarios que expresan con sencillez lo que desea que se entienda.

Abby por su parte.

— ¿No han pensado en besarse? — comento casual, Fred ahogo un grito de horror que se convirtió en fuentes tocidos y su propio ahogamiento en saliva, mientras Freddy sentía su mandíbula por el suelo y su cara arder en vergüenza.

- Luciérnagas - [Gold×Freddy] [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora