Capítulo 66

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Masticando una papa frita, el rubio siente la mirada interesada de la menor que se halla sentada a su lado en el restaurante de comida rápida. Se gira a mirarla y, suponiendo qué es lo que ella quiere, le extiende la caja de papas para que tome una, cosa que hace sin dudar, sonriendo y haciendo un leve reverencia en forma de agradecimiento.

Y Tamaki admira como ambos se llevan una papa francesa hacia la boca, a la par, y la mastican haciéndole pensar que lucen como dos hámsters tiernos. Simplemente sonríe, enternecido, antes de sorber un poco de soda de su vaso. Vislumbra que Mirio tiene las comisuras de los labios llenas de ketchup, por lo que le entrega una servilleta y éste la recibe pensando, ingenuamente, que es para que limpie a la niña, que tiene toda la boca llena de mayonesa, mostaza y ketchup, igual que la punta de la nariz.

Luego de que Togata retira cualquier rastro de comida de la pulcra cara de la menor, Amajiki le hace un gesto para que se acerque a él. Obedece, y pronto siente que su mejor amigo le pasa una servilleta por los labios, quitando todo el aderezo, para luego continuar comiendo como si nada. Los ojos alegres de color azul admiran casi de manera embelesada al muchacho encogido en su sitio, dando mordisquitos a su hamburguesa con tocino.

—Pensé algo— dice la niña, con un nugget en la mano y llamando la atención de ambos—. Uhm... Quizás es mucho pedir, pero... Me gustaría tener una mascota.

—¿Mascota?

—Sí. ¿Puedo?

Sus ojitos brillantes miran al morocho y al rubio de manera consecutiva, esperando una respuesta y viendo que ambos intercambian un gesto cómplice. El morocho se limita a encogerse de hombros sin saber que responder, dejándole la decisión al otro.

—Dejame pensarlo, ¿sí?— contesta Mirio y la niña únicamente asiente, zanjando el tema.

La comida continua entre charlas alegres entre Togata y Eri mientras Tamaki escucha y a veces responde cortamente. Para cuándo terminan, se levantan de su sitio y se retiran. La menor camina evitando las líneas y el rubio le imita, ambos tomados de la mano y siendo observados por un atento azabache que solo sonríe divertido. Luego de algunos minutos, llegan a la casa del mayor y la pequeña rápidamente se marcha a su habitación para retirarse el disfraz y ponerse la pijama.

—¿Crees que sea una buena idea?— pregunta Mirio, cruzándose de brazos y mirando al más bajo que se acomoda en el sofá.

—¿Qué cosa?— cuestiona Tamaki, inclinando la cabeza—. ¿Conseguirle una mascota?

—Sí. Es decir, casi nunca estoy en casa, a penas puedo cuidar de ella...

Los ojos obsidiana ven como el contrario se soba nerviosamente la nuca, recargandose contra el brazo del sofá y mirando de manera pensativa al suelo.

—Tal vez sea una buena idea— musita Amajiki—. Cómo has dicho, no siempre estás aquí y ella no puede estar todo el tiempo sola. Quizás un perro que la acompañe no estaría mal y también que pueda cuidarla.

—Pero...

—Mirio, yo estoy aquí. Te voy a ayudar en todo lo que necesites— el aludido ve al menor jugar tímidamente con sus perforaciones—. Para lo que sea. Hasta para criar a Eri o a un perro.

El más alto sonríe y se acomoda lentamente junto a su mejor amigo que mantiene la cabeza gacha para evitar contacto visual con él. Togata entonces, sin querer contenerse, le deposita un beso cariñoso en la mejilla, logrando que ésta se tiña de rojo brillante y que el muchacho se gire apenado hacia él, mirándolo nerviosamente entre sus hebras oscuras y sintiendo que su corazón enloquece, estrujandose los dedos con cuidado. Siente la suave palma de Mirio contra su mejilla izquierda y su pulgar acaricia su piel con suavidad. Quizás son cosas suyas, pero los ojos cían del mayor parecen reflejar amor puro e irreal, únicamente dirigido a él y casi haciéndolo suspirar embelesado. Siente que la piel le cosquillea y un agradable calor se esparce desde el lugar que Togata toca hasta el resto de su cuerpo. Incapaz de seguir sosteniendo la mirada del fornido, sus ojos oscuros descienden e inconscientemente se clavan en los rosados labios de éste. Y su respirar se acelera cuando percibe que el rostro de Mirio se acerca lentamente, amenazante. Expectante, Amajiki deja caer sus párpados con rapidez, sintiendo el calor que emana el rubio al estar cada vez más y más próximo a él. El tiempo se le pasa lento, pero velozmente a la vez, y ni siquiera piensa en lo extraño que es esa percepción de las cosas, simplemente está concentrado en que los labios de su mejor amigo están a tan solo milímetros de distancia. Bien podría estirar la boca y rozar la del contrario, pero está tan ensimismado que no puede reaccionar. Se encuentra paralizado, ansioso y tembloroso.

La nariz de Tamaki roza contra la del rubio y sin darse cuenta contiene la respiración. Las mejillas le arden e incluso el cuello y las orejas también lo hacen. Sus dedos ciñen la tela de su pantalón debajo de ellos, buscando evitar lastimarse a sí mismo al jalarse la piel alrededor de las uñas y el sudor moja la ropa ligeramente. Todas las preguntas llenas de pánico que crean caos en su cabeza desaparecen en cuanto siente, por fin, que los suaves y dulces labios de Togata se posan contra los suyos. Logra sentir el sabor de helado de vainilla, pues Mirio se ha comido uno en McDonald's, pero no le da mucha importancia; se concentra por completo en la maravillosa y espléndida sensación que el beso le proporciona, mandando corrientes eléctricas curiosas por todas sus extremidades y revolviendo su estómago.

El rubio se aleja un segundo, apenas unos insignificantes milímetros, en los que el azabache aprovecha para respirar aunque sea un poco antes de volver a sentir que sus labios se presionan otra vez. Su mente se encuentra prácticamente vacía en estos momentos, y le resulta totalmente increíble.

Entonces escuchan los pasitos animados de Eri que baja las escaleras demasiado rápido y esa es señal suficiente para que Amajiki entre en pánico total. No duda ni un segundo en apartarse del contrario que le observa atentamente antes de girarse a mirar a la niña que aparece, sin saber lo que ha estado pasando.

—¿Qué vamos a hacer?— dice ella, alegre y acercándose al sofá con brinquitos.

—Lo siento. Tengo que irme— anuncia el morocho con voz extrañamente débil y temblorosa a la par que se pone en pie de un salto—. Recordé que... Hay cosas que de-debo terminar.

Y se apresura a ir hacia la entrada, calzandose sus zapatos y colgándose nervioso la mochila en los hombros mientras Eri le sigue con curiosidad. Está tan avergonzado y nervioso que se sorprende por aún poder moverse.

—¿De verdad? — el muchacho asiente enérgicamente—. Está bien. Nos vemos luego, Tamaki-san. Tenga buen viaje a casa.

—Adios, Eri— responde, sonriendo toscamente a la menor.

Se espanta cuando ve que Mirio se levanta de su sitio luego de su estupefacción y se acerca hasta donde se encuentra, claramente alertado.

—Espera, Tamaki...

—Realmente debo irme— interrumpe el pelinegro, bajando la mirada y haciendo una reverencia—. Ha-hasta luego...

Así, da la media vuelta y se marcha como si su vida dependiera de ello, dejando a Togata con las palabras en la boca.

Sentimientos por la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora