Al despertarse por la mañana, Tamaki se frota los párpados con ambas manos a la par que se incorpora en la cama. Estático, observa sus manos sobre las mantas durante varios segundos eternos hasta que se decide por levantarse de la cama y vestirse para el trabajo. Se coloca su traje de héroe y va a desayunar algo a la cocina; la verdad es que no tiene apetito, pero debe ingerir cualquier alimento para poder usar su quirk, cosa que no logrará si tiene el estómago vacío. Revisa la despensa y encuentra una bolsa de pequeños cangrejos fritos que decide comer acompañados de un vaso con agua. Posteriormente va al baño y se asegura de vaciar su vejiga y lavar su boca.
Una vez listo, sale de su departamento sin llamar demasiado la atención. Luego de unos minutos de caminata, llega a la agencia del héroe pro regordete; como suele hacer cada día, registra su hora de entrada para que se pueda tener control de quién ingresa y sale del establecimiento y a qué hora. Posteriormente, se encuentra con Fat Gum que lo saluda alegremente, como de costumbre, y comienza a explicar su trabajo para ese día.
La policía de la ciudad desea mover unos reclusos a una cárcel de mayor seguridad, puesto que se trata de villanos con quirks peligrosos y han pedido que algunos héroes vayan como escolta extra. El héroe, que por el momento se haya en su forma de civil mientras consume cantidades industriales de comida, le indica a su subordinado que se le encargará la tarea de ir, acompañado de un héroe de la agencia Endevoar.
—Pero, Fat Gum...
El aludido alza una mano y lo calla de inmediato antes de que el azabache comience a despreciarse y alegar algo.
—Irás— dice el mayor, con las mejillas rellenas por la comida como un hámster—. No importa lo que digas, Tamaki. Creo que es un buen trabajo para ti. Ya no eres solo un pasante y necesito dejarte tareas cada vez más complicadas. Lo harás bien.
Los ojos oscuros le observan y asiente con cierta inseguridad, tragándose las quejas y tratando de ocultar sus miedos en lo profundo de su mente. Escucha en silencio las explicaciones de su superior y, cuando éste culmina, Tamaki afirma que todo le ha quedado claro.
...
Preparándose para dormir, destiende la cama de la habitación y dobla su ropa casual en el interior de los cajones que posee su armario.
El pasillo está iluminado por una luz más blanca que la que se encuentra en el cuarto, que resulta un poco más cálida por el color anaranjado tenue que tiene; la puerta se mantiene entre abierta, puesto que se siente asfixiado si la cierra por completo, mas no desea dejarse expuesto por completo.
Dado a que ya es entrada la noche, el recinto se encuentra en una calma imperturbable pues la mayoría de los trabajadores e investigadores se encuentran ya en sus casas, exceptuando uno que otro que ha alargado su jornada laboral.
Entonces escucha unos suaves y temerosos pasitos que se van acercando hasta la puerta.
—¿Mirio?— la vocesita de Eri suena débilmente a sus espaldas.
Al girarse, ve a la niñita en un camisón de color blanco con flores rojas y moradas, calzando unas pantuflas esponjosas de conejitos y con los ojos cansados.
—¿Qué pasa?— le pregunta el muchacho antes de observar que el reloj marca más de la media noche —. Pensé que estarías en la cama ya.
—No puedo dormir— responde Eri, removiendo nerviosamente sus pies y meciendo las alargadas orejas de los conejos—. ¿Podría quedarme aquí esta noche?
—Por supuesto. Anda, ven acá. Es muy tarde para que sigas levantada.
La menor, sin dudarlo ni un solo segundo más, se apresura hasta llegar junto al muchacho de ojos azules. Se quita las pantuflas y se trepa sobre la cama que a penas es lo suficientemente grande como para ella y Mirio.
—¿Quieres que cierre le puerta? — pregunta Togata, viendo como ella se acomoda en la cama y sujeta las mantas bajo su barbilla con ambas manitas.
—No. Así está bien.
—Entonces solo apagaré la luz, ¿sí?
La cabecita de Eri sube y baja, asintiendo. Mirio entonces cumple lo que ha dicho para, a continuación, meterse bajo las cobijas junto al pequeño cuerpecito de la niña, procurando no aplastarla en el proceso y acomodándose de lado.
—Lamento molestarte— dice Eri, encogiéndose en su sitio.
—Está bien. Pero, ¿por qué aún te cuesta dormir?
—No... No me acostumbro a este lugar.
—¿Te da miedo? — gracias a la luz que se cuela por la abertura de la puerta, Togata ve que ella asiente con vergüenza—. Es un lugar extraño, ¿cierto?
La niña vuelve a afirmar con un movimiento y el rubio sonríe conmovido para la inocencia y pureza de la chiquilla.
—¿No podemos volver a Japón?
Un suspiro sale de Togata sin remedio porque comprende totalmente a la niña; es un ambiente diferente y desconocido y él también quisiera volver a su hogar donde yacen sus amigos y familia junto a todo lo que ha conocido hasta el momento.
—No. Aún no— responde él, metiendo el brazo izquierdo bajo la almohada y dándole palmaditas en la pancita a la niña—. Tenemos muchas cosas pendientes que hacer aquí.
—Entonces, ¿cuándo volveremos?
—Yo...— ante los ojitos sinceros de la menor, al rubio le parece imposible mentir—. No lo sé, Eri. Quizás en unos meses o en un año. No estoy seguro.
La chiquilla no responde y, por un momento, Togata ha pensado que ella se ha quedado dormida, cosa que no resultaría extraña por la hora y el exhausto trabajo de todo el día.
—Mirio— el nombre suelta un sonido para afirmar que le está haciendo caso—. ¿Te quedarás conmigo?
—Claro. Eso planeo hacer.
—¿Aún si no sabemos cuánto tiempo pase antes de volver?
—Sí. Estaré siempre contigo.
—¿Lo prometes? — la menor le mira, con cierto atisbo de temor y anhelo.
—Te lo prometo.

ESTÁS LEYENDO
Sentimientos por la Luna
Fiksi PenggemarEl Sol estaba enamorado de la Luna, pero ella no sabía que brillaba por él.