Una vez que salen del acuario, Mirio guía el camino hacia el parque de Sumida, suerte que éste se encuentra siempre abierto, pues en estos momentos el Sol está comenzando a esconderse en el horizonte.
Caminan un rato sin rumbo en específico y Tamaki compra unos dangos durante su marcha. Togata sonríe, viendo lo feliz que el morocho se encuentra al comer las bolitas dulces; siempre ha sido consciente del buen apetito del menor y de lo mucho que éste ama la comida, no solo por su quirk.
Amajiki parece sentir la mirada del rubio sobre su persona porque se gira a mirarlo con las mejillas llenas y, pensando que su mejor amigo quiere un poco, le extiende un palito con dangos. Mirio abre la boca en una reacción involuntaria y por un segundo cree que el morocho lo dejará colgado, pero no; atrapa el dulce que su mejor amigo le acerca a los labios y sonríe en agradecimiento a éste. Sorprendentemente, Tamaki no se incómoda, de hecho lo toma como algo muy natural, no se sonroja ni se pone nervioso porque el gesto le parece normal, sobre todo si lo hace con Togata. Lo más probable es que si fuese otra persona, el menor se negaría por completo a darle de comer en la boca.
Pasados unos largos minutos, se acomodan sobre el pasto de una zona cercana al río que pasa por el parque. Pueden apreciar las tortugas que yacen en las rocas del cuerpo acuático y las hierbas llenan el ambiente con frescura. Tamaki agradece que el césped no esté húmedo, porque no quisiera ensuciar sus pantalones grises. De manera inconsciente, en el silencio y quietud del lugar maravilloso, el morocho ingiere un dango para, a continuación, darle el siguiente al rubio; siguiendo con esto hasta que el bocadillo se acaba. El sitio se encuentra sin muchas personas alrededor, probablemente por la hora que es o por la zona en la que se hallan los dos muchachos.
Sin pronunciar palabra alguna, ambos están sentados uno junto al otro, con los hombros casi tocándose, y mirando embelesados el ocaso. El Sol va descendiendo, tiñendo las nubes cercanas de colores amarillos, naranjas y rojizos, mientras que por el otro lado sale la Luna, hermosa y plateada. Las estrellas son pequeños puntos luminosos que muy difícilmente se logran ver por las luces de Japón, pero a Mirio el paisaje le fascina.
—Me alegra tenerte de nuevo.
Togata se gira a mirar a su acompañante luego de lo que éste ha dicho en voz baja y calmada.
—Realmente...— Amajiki suelta el aire de sus pulmones con pesadez, abrazando sus piernas y mirando aún a la línea del horizonte—, era un desastre sin ti. Me hacías mucha falta, Mirio.
—Lo siento...
—No lo hagas— le sonríe Tamaki, cruzando sus miradas—. No fue tu culpa. Era algo que tenías que hacer. Y me alegro que hayas ido, porque ahora tienes tu quirk de regreso y ya puedes ser el héroe que siempre has merecido ser. Y ya estás de vuelta. Es lo único que me importa.
Mirio no puede contener el suspiro que escapa de sus labios y la sonrisa atolondrada que brota en su cara.
—A mí también— asiente Togata, soltando una risa nerviosa—. Se siente muy bien estar de nuevo en casa. Fue bastante complicado el estar en Alemania, a decir verdad.
—Me lo puedo imaginar.
Y el silencio vuelve a cubrirlos, cómodo y necesario. Tamaki vuelve a mirar el cielo, ahora apreciando las poquitas estrellas que brillan en éste, y Mirio sumerge su mano en el interior de sus bolsillos, sacando el par de pendientes que ha comprado hace poco.
—Tamaki— los ojos obsidiana del aludido se clavan en los suyos antes de reparar en la bolsita plástica blanca—. Te compré algo.
—¿A mí?— pregunta, sorprendido y tomando el obsequio—. ¿En qué momento?
—Cuando nos separamos en la tienda de regalos.
Amajiki asiente, comprendiendo, y sus delgadas manos abren la bolsa para tomar de su interior el par de aretes que ahora observa con ojos brillantes.
—Sé que te encantan las mariposas— comenta el rubio.
—Sí... Son bellísimas. Son bonitos, gracias— y como niño en Navidad, Amajiki comienza a sacar la joyería de su empaque para ponérselos inmediatamente—. ¿Me ayudas?
Mirio profiere un sonido de afirmación antes de tomar los aretes entre sus dedos, viendo como el azabache se retira los que tiene puestos. Mientras Tamaki guarda los pendientes sencillos de color negro y dorado en la bolsita de los recién recibidos, su mejor amigo le coloca éstos con muchísimo cuidado, procurando no lastimarle las orejas. En la mochila del menor es guardada la bolsita con las joyas ya no usadas y, una vez Mirio termina lo suyo, sus manos tocan a tientas sus nuevas adquisiciones.
—¿Cómo se ven?— pregunta el pelinegro, lleno de alegría por un gesto tan simple.
—Se te ven genial.
—Gracias— sonríe Amajiki, con un ligero sonrojo en las mejillas a sabiendas que Mirio no le está mintiendo. Pronto, recuerda algo—. Yo también te compré un recuerdo.
—¿Ah? — los ojos azules ven como el morocho rebusca en la bolsa plástica que hasta el momento ha llevado consigo, donde el rubio ha supuesto que lleva a la tortuga de peluche que ha comprado—. ¿Es un gorro de foca?
—No. ¿Querías uno?
Mirio niega con la cabeza al ver lo inseguro que su comentario ha puesto a Tamaki, cuyas manos sujetan una tela blanca junto a su pecho.
—Te conseguí esta playera.
Y ante los ojos claros del mayor se extiende la tela que Amajiki sostiene, dejando ver la impresión de un pingüino feliz y relajado, con la leyenda "Spirit Animal" en letras negras.
—Los pingüinos me recuerdan a ti— comenta el menor, apenado.
—¿Por qué?— responde Mirio, riendo y tomando la prenda para mirar mejor el dibujo.
—Porque son simpáticos y lindos.
—¿Y yo también lo soy?
—Por supuesto— afirma, con demasiada seguridad, casi como si la pregunta le ofendiera, mas se relaja y ve que su acompañante continua inspeccionando la prenda—. Espero te quede.
—Sí, no te preocupes. Muchas gracias.
Se miran con complicidad, sonriendose, y Tamaki se siente de una forma peculiar, extraña, una que no puede definir, pero que no es nueva porque es la forma en la que siempre se ha sentido con Mirio y nadie más, ni siquiera con Kirishima.
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Sentimientos por la Luna
FanfictionEl Sol estaba enamorado de la Luna, pero ella no sabía que brillaba por él.