Capítulo 11

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Kirshima trata de seguir al pelinegro, dispuesto a explicar el porqué de las circunstancias, mas un rubio se le adelanta.

—Lo lamento, Kirishima— dice Togata, ocasionando que los ojos rojizos del menor se claven en su persona—. Por ahora yo me haré cargo de calmarlo, pero necesito que hables con él después, ¿de acuerdo? 

El pelirrojo se queda observando al mayor por unos instantes, notando la angustia en su rostro a pesar de que posee una sonrisa. El menor asiente, cediéndole el control a Mirio. Sin más que decir, el rubio se retira de la sala y con pasos rápidos se dirige a la habitación de su mejor amigo.

...

Tamaki entra abruptamente a la habitación, cerrando la puerta detrás de sí y comenzando a sentir como la ansiedad hace acto de presencia en su cuerpo. ¿Qué ha sido eso? ¿Por qué lo ha hecho? Miles de preguntas forman un torbellino en el interior de su mente. Su corazón bombea sangre de una manera sumamente bruta y acelerada, ocasionando que el pecho le duela de una manera indescriptible. El calor en su cara le confirma el hecho de que se encuentra sonrojado hasta las orejas e incluso el cuello, ocasionando que Amajiki se imagine que su rostro es uno realmente patético.

De pronto siente que el aire no es suficiente y, con la mano sobre el pecho, se dirige a la ventana de su habitación y la abre sin dudar, de lo contrario puede asegurar que se asfixiará. Ya con el aire circulando por el cuarto, el pelinegro se sienta sobre la cama y descansa su espalda contra la cabecera de ésta, doblando sus piernas y acercando sus rodillas al pecho para abrazarlas.

La puerta se abre, pero Tamaki no parece percatarse de esto por culpa del ataque de ansiedad. Una mano se posa en el brazo del pelinegro y ocasiona que éste clave la mirada en el recién llegado.

—Mirio...— musita, sorprendiéndose por no tartamudear, pero usando una voz bajita y débil, ahogada.

—Hey. Ven— dice el de ojos azules, moviendo al contrario a complacencia como si fuese un muñeco de trapo; lo acerca a sí y lo acurruca contra él, abrazándolo de manera protectora y acariciando su espalda —. No pasa nada.

—¿Cómo puedes decir eso?

Mirio lo aleja un poco de él y con ambas manos acuna su rostro de manera gentil, sonriendole con un cariño entrañable.

—Todo estará bien. Porque yo estoy aquí.

...

Eijirō está dispuesto a ir y hablar con su senpai de orejas puntiagudas, por lo que camina decidido hasta la habitación de éste. Una vez frente a la puerta, sus nudillos golpean la madera con seguridad, pero no con fuerza. Espera unos segundos largos que poco después se vuelven minutos y le parece que debe intentarlo de nuevo. La respuesta vuelve a ser la misma; Tamaki no abre la puerta y eso hace que el pelirrojo suponga que éste se encuentra fuera.

No le da mucha importancia y piensa que quizás podría hablar con él en otro momento, pero mientras más pronto mejor pues no quiere que el pelinegro le odie o algo por el estilo.

Da media vuelta y se marcha.

...

Mirio se queda bajo la sombra del árbol en el que su espalda se encuentra recargada, mirando sus pies de manera meditabunda y relajándose por el silencio y la quietud de aquella parte de la escuela.

Hace unos momentos Nejire ha estado con él, hablando de todo y nada, sin Tamaki puesto que el pelinegro se encuentra en cama, durmiendo para olvidar sus preocupaciones. El rubio sabe que él y la chica de cabello azul pueden ser algo ruidosos y lo menos que quieren es perturbar al de orejas puntiagudas, por lo que han optado por estar ahí, hasta que Nejire anuncia que debe encontrarse con un compañero para hacer un trabajo en pareja. Así que ahora el rubio está solo. 

Han pasado un par de días desde que el pelirrojo besó a Tamaki, y Mirio continua preguntándose por qué fue eso. Dado a que Kirishima no ha tenido oportunidad de hablar con el pelinegro, ni éste ni Togata conocen la razón exacta que explique sus acciones. Y la verdad que el rubio no ha querido ir a preguntarle nada a Eijirō porque siente que no es su problema y que no debe inmiscuirse en asuntos de Tamaki a menos que él se lo pida.

Unos pasos acercándose ocasionan que el chico alce la mirada y se encuentre con nadie más que Midoriya Izuku. Le otorga una sonrisa que el pelinegro corresponde a la par que éste se sienta junto al rubio.

—¿Ocurre algo, Mirio-senpai?— pregunta el muchacho de pecas.

—¿Mh? ¿Por qué la pregunta Midoriya?

—Pues es que lo veo muy pensativo y serio. No es muy usual de usted.

—Es...— suspira, pasándose las manos por los cabellos y encogiéndose de hombros para restarle importancia—. Es que tengo algo que podría definirse como un problema.

—¿Qué problema? ¿Le puedo ayudar?

—No creo, es algo más personal— ríe el mayor para posteriormente guardar silencio; ¿y si le dice al menor qué es lo que sucede? Había pensado en confesarle a Nejire lo que ha acontecido hasta ahora, pero descartó la idea en cuanto recordó que ella es una chica bastante parlanchina y a veces no mide lo que dice, y la discreción no es su fuerte, quizás termine diciéndole a Amajiki y no quiere correr ese riesgo—. Pero me gustaría contártelo. ¿Podría?

—¡Por supuesto, senpai! Puede confiar en mí.

—Lo sé. Es por eso que no temo decirte esto— inhala con fuerza mientras el menor le observa con expectación e inmenso interés,  y, finalmente —. Es que me he enamorado de Tamaki.

Sentimientos por la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora