15. Dos puertas

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Dánae se ha traído una colchoneta hinchable enorme en forma de sandía y me la presta mientras nos bañamos. Estamos los cuatro en el agua, bastante alejados de la orilla, pero mi mente todavía parece que sigue en la arena, junto a las toallas. Hay dos cosas que me preocupan: una de ellas es que hemos dejado todas nuestras cosas en las toallas sin supervisión alguna, y la otra es que hace solo unos minutos desde que mi mano estuvo metida dentro del pantalón del ex novio de Naomi. No sé cuánto tiempo más debe pasar para que mi cerebro deje de referirse a él de esa forma.

—Stella, ¿no llevas mucho tiempo ahí? ¿Cuándo me la dejas? Estoy cansado.

Marco se queja por tener que nadar sin dar pie. No se hunde pero se nota que le falta técnica. Parece una ranita tratando de mantenerse a flote.

—Tú y tu afán de tocar siempre las narices. Déjala, se la he prestado.

Le agradezco a Dánae su comentario, sin embargo pienso que no sería justo que tuviera la colchoneta siempre yo. Levanto la cabeza y comienzo a reincorporarme para volver al agua. No me da tiempo a terminar. Capto el movimiento rápido de Louis: su mano agarrando el plástico y levantando la colchoneta casi en el aire. Le da un vuelco, y a mí con ella. Caigo al agua de espaldas, o más bien de culo. Logro que no me entre agua por la nariz y salgo a toda velocidad a la superficie. Me paso las manos por los ojos para retirar el agua y maldigo en voz alta como pocas veces.

—¡Pero qué haces, gilipollas!

Todos se están riendo, como era de esperar. Él no manifiesta sus carcajadas internas, solo se limita a mostrar una sonrisa traviesa. Cómo disfruta riéndose de mí. Se nota que estas pequeñas cosas le dan vida. Lo peor de todo es que realmente no estoy tan molesta como aparento. Sé que tiene su gracia, sé que he debido de verme muy patética dando una vuelta como una cucaracha y cayendo al agua con un fuerte impacto. ¿Sabes lo que sí me fastidia de verdad? Que aparente tanta normalidad y tranquilidad después de lo que hemos hecho.

—¿Vais a empezar una guerra de agua ahora? —pregunta Marco, ya encima de la sandía. Se tumba sobre ella como si tomara el sol.

—No vale la pena —respondo, haciéndome la indiferente.

Cuando salimos del agua estamos casi arrugados. Caminamos sobre la arena caliente en dirección a nuestras toallas mientras Marco bromea con golpearle a Dánae con la colchoneta constantemente.

—Oye —se me acerca el guapito—, lo siento por lo de antes, pero es que me lo pusiste en bandeja.

—¿Qué? —Lo miro con el ceño fruncido. ¿Cómo se atreve?

—Estabas tan tranquila... Eras un objetivo fácil. No pude resistirlo.

—Me estás echando la culpa de algo que has hecho tú.

—No, no es eso.

—Claro que sí —insisto. Espero que no se me note el nerviosismo mientras hablo con él. En mi cabeza solo escucho el "vamos, Stella", y solo veo mi mano ahí metida. Se repite, una y otra vez. ¿Qué coño hemos hecho?

—Sabes que en el fondo te tengo aprecio.

Aprecio... Esa es una palabra horrible para decirle a una chica que te acaba de tocar la polla. ¿Qué habría pasado si Marco y Dánae no hubieran llegado tan pronto? Me estremezco solo con pensarlo.

—En el fondo del mar es donde deberías haberte quedado.

Y se ríe. Se atreve a reírse.

—Me echarías de menos.

—Tus ganas —espeto y me adelanto, solo para no tenerle más tiempo al lado. Me pone nerviosa, en un sentido bastante diferente al que me tenía acostumbrada. Todo ha cambiado otra vez. Hemos pasado por ciertos niveles de confianza: yo contándole mis penas sobre Peter, yo durmiendo en su piso y él ayudándome con aquella foto, y ahora... Ahora nos hemos vuelto locos.

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