55. Solo quedar

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Lo hacemos todo lento, como si por fin tuviéramos todo el tiempo del mundo. Sus manos por mi espalda se deslizan despacio, de arriba a abajo, apretando ligeramente con las yemas de los dedos. No parece que quiera continuar más abajo, al menos de momento. Quizá manosearme el culo se lo está reservando para más adelante. Yo no me despego de su boca. Jugueteo con sus labios a mi antojo. Por una vez que me está dejando hacer lo que quiera con él... No se resiste a nada. Me sigue el juego, con expectación.

Me despego. Vuelvo a quedar sentada sobre él notando cómo mi pecho sube y baja constantemente. Me sujeta por las caderas y me mira por una eternidad. Me mira a los ojos, a las tetas y a todas partes. Trago saliva, solo por imaginar lo que puede estar pasando por su cabeza al mirarme de esa forma.

Me desabrocho el sujetador y lo lanzo al suelo. En su rostro se refleja una sonrisa ladeada, traviesa. Sus manos comienzan a ascender. Caderas, cintura, costillas... y tetas. Me toca con suavidad, con calma, hasta que poco a poco va apretando más con ambas manos. Las miro. Me distraigo observando la imagen de sus dedos alrededor de mis pechos. Sentir el tacto me vuelve loca, pero ver cómo me toca no se queda muy atrás.

Respiro con cierta brusquedad cuando, al moverme un poco, siento todo su paquete duro contra mi culo. El chándal gris. Es una tela muy fina.

Muevo las caderas encima de él, a propósito, para notar la erección todavía más. Observo su reacción mientras siento que todo el calor se me va acumulando ahí abajo.

Aparta las manos de mis tetas y me agarra la cara por ambos lados. Me arrastra hacia él para besarme otra vez. Dejo caer mi cuerpo semidesnudo sobre su pecho y me concentro en su boca, en su lengua... y en sus dedos que, por fin, se deslizan por la tela de mi pantalón.

No sé cuánto tiempo pasa. Me da la impresión de que mucho. Simplemente no hay prisa, solo seguimos besándonos en la misma posición por un rato. Yo no me canso, él tampoco. Es adictivo y no quiero parar, no importa cuánto dure. Quizá es para compensar todas las veces que deberíamos habernos comido la boca y no lo hicimos.

Estamos en nuestro mundo, en nuestra pequeña burbujita caliente, hasta que un ruido nos saca a ambos del paraíso. No sé qué ha sido, probablemente él tampoco, pero sabemos que ha sido real y bastante cercano. Permanecemos en silencio, sin movernos, mirando en dirección a mi puerta cerrada.

Pasos. Escucho pasos.

—¿Stella? —La voz de Karlie suena tras la puerta—. ¿Estás ahí?

Me cago en mi vida.

Me despego de Louis a toda velocidad, cubriéndome la delantera hasta que doy con mi sujetador.

—¡Sí, estoy aquí! —Mi respuesta se nota más inquieta de lo que pretendí, con la voz entrecortada y más aguda de lo normal.

—Huele a comida rica —sigue hablando y, por cómo suena, sé que está justo pegada a la puerta—. ¿Qué has hecho?

Me pongo la camiseta y me giro para ver a Louis. Se lleva una mano al pelo, con cierta frustración por haber sido interrumpidos, pero conserva esa sonrisilla. Lo sé, nos acaba de joder por completo, sin embargo, puede tener cierta gracia. Para él, al menos.

Corro hacia el espejo para disimular el aspecto de haberme estado enrollando con alguien. Me peino el pelo con los dedos. Al menos eso puedo arreglarlo. ¿Los labios rojos de besarlos y morderlos cómo los oculto?

Vuelvo a mirarle a él. Está sentado en el borde de mi cama, recolocando los apuntes y el ordenador. Reconstruye la escena de estudio, como estaba antes de que yo me hubiera lanzado sobre él.

—Tápate eso —le exijo en susurros, lanzándole uno de mis cojines justo al paquete. Se ve ese bulto a kilómetros. El maldito chándal gris.

Me hace caso y utiliza el cojín para esconderlo. Se peina el pelo con los dedos, como hice yo, y sonríe de manera exagerada, como si esa fuera su señal para decirme: estoy listo.

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