54. Pregúntame algo

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Por la noche no me apetece cocinar así que Karlie y yo pedimos unas pizzas. Diría que después de la escena de secuestro de hoy no me han quedado fuerzas para mucho. Cada vez que recuerdo la imagen de Oliver Felton atado a la cama de mis padres me da miedo y risa a partes iguales. Mi hermana llegó poco después y continuó con su vida normal, ajena a todo lo ocurrido. Me pregunto si algún día se lo contaré. Me apetece, en realidad. Me apetece contarle que Louis y yo secuestramos a psicópata que lleva semanas siguiendo mis pasos y que, por dicho motivo, Louis pasó una noche aquí, conmigo. Ella estuvo durmiendo toda la noche, como si nada, mientras nosotros estábamos en la habitación de nuestros padres. Se volvería loca, probablemente. Me gustaría contarle todo eso porque, aunque sea mi hermana pequeña, siento que puedo hablar con ella, que me escucha y que le interesa lo que le digo. Ahora mismo es la única persona con la que puedo hablar.

—Deberíamos vivir tú y yo solas —comenta, mientras mastica un trozo de pizza con atún—. Es mucho más guay.

—¿Crees que, si viviéramos tú y yo solas, pediría pizza todas las noches? —Le sonrío.

—A lo mejor.

Comer pizza en el sofá mientras vemos una serie es un buen plan, no se lo voy a negar.

—¿Cómo te fue anoche? —cambia de tema, mirándome de reojo.

—Bien —respondo. Me apetece contarle cosas a mi hermana, pero cuando me pregunta directamente por esas cosas contesto con monosílabos. Supongo que hay un gran paso entre querer hacer algo y hacerlo realmente.

—¿Puedo preguntar dónde te quedaste?

Me quedé en la habitación de invitados de Louis, lo que fue una total decepción. No voy a mentir. Quedarme en su habitación, en su cama, habría estado mucho mejor.

—Puedes preguntarme —admito, con burla—. Que te responda no es seguro.

Ella cree que realmente tengo buenos chismes. Cree que existen muchas anécdotas emocionantes que me guardo para mí.

—¿Y el socorrista? —prueba por otro lado—. ¿Y Erika?

—Para —le pido, entre risas.

—Perdona por interesarme por el bienestar de mi hermana —finge que se ofende, hablando con la boca llena.

—No me preguntes por Erika —le pido, porque de todo lo que podría contarle, Erika es un tema de conversación que sí prefiero evitar—. Ella te diría que ni siquiera soy tu hermana de verdad.

Termina de masticar rápidamente y se pone seria.

—Es gilipollas —espeta—. No le hagas caso.

Se sacude las manos y se tira sobre mí en un abrazo. Piensa que me siento mal por el comentario y necesito apoyo emocional. ¿Lo necesito? ¿En realidad me dolió más de lo que creo? El caso es que no lo sé, y no lo sé porque no me gusta pensar en ello. Me he acostumbrado a evitarlo, a ignorarlo. No debería ser relevante. No debería marcar ninguna diferencia.

—Mañana hay que levantarse temprano para limpiar —le corto el rollo cuando se aparta y sigue comiendo—. Ya vienen mamá y papá y no quiero que piensen que somos unas vagas.

—¿Qué? ¡Joooo! —protesta—. Ya había quedado con Alan.

Levanto una ceja en su dirección. ¿Me está diciendo que yo le dije a Louis que viniera para hacer el trabajo porque no quería dejar a mi hermana sola, y ahora es ella la que tiene planes? Se me olvidaba que esta niña tiene más vida social que yo.

—Te levantas temprano, me ayudas a limpiar y luego te vas con Alan.

Resopla, como un caballo, y se resigna.

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