56. ¿Qué se te olvidó?

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Para el coche. Desde que encuentra un hueco, se sale de la carretera y frena. Se suelta el cinturón de seguridad y gira su cuerpo hacia mí. Me mira con expectación.

—¿Qué pasa? —Sonrío.

—¿De verdad que no es broma?

—No lo es —insisto, presionando los labios para ocultar una sonrisa. Es una sonrisa inquieta, nerviosa... Nerviosa por su reacción.

—Vaya —murmura, alzando las cejas.

—Dijiste que podía confiar en ti, ¿no? —bromeo, restándole seriedad al momento—. Pues espero que en un futuro no lo vayas a usar en mi contra para hacerme daño.

—Stella... —habla con expresión apenada, como quien mira a un cachorrito—. No voy a hacer eso.

Me acaricia la cara fugazmente la cara y me echo a reír. Me rio para disimular que el contacto con su piel me ha dejado loca.

—¿Quieres hablar de ello? ¿O mejor no te hago preguntas?

Me encojo de hombros.

—Nunca he hablado de ello —admito—. Solo conmigo misma, y tampoco me lo permito con frecuencia. Es algo en lo que no suelo pensar.

Una cosa que me he repetido siempre con bastante empeño es que no necesito saber de dónde vengo para saber adónde voy. No es un tema que ronde mucho por mi cabeza porque no lo viví. No echo de menos algo que no recuerdo... y no me agrada preguntarme a mí misma cómo habría sido mi vida si ella no hubiera caído enferma. No quiero pensarlo. Quizá en otro momento de mi vida me lo cuestione, pero no ahora.

No marca ninguna diferencia. Para mí, mi familia es mi familia. Es mi padre, es mi madre y es mi hermana. No he conocido otra realidad que esa.

—Entonces no hablamos de ello —declara.

—¿Adónde vamos? —cambio de tema—. ¿A comer?

—¿Tienes hambre?

—No mucha, pero si me pusieras comida aquí delante... me la comería.

Sonríe y vuelve a poner el coche en marcha.

—Pues después vamos a comer.

—¿Y ahora?

—Ahora vamos a comprar libros —anuncia.

Frunzo el ceño.

—¿Comprar libros? —pregunto, sin embargo, no responde nada más. Se hace el misterioso, conservando una sonrisilla en su rostro durante el resto del camino.

☆☆☆

—¿Habías venido aquí alguna vez?

Niego con la cabeza, todavía asimilando lo que veo. Estamos en un mercado callejero situado unas calles por encima de la facultad.

—Venden de todo, como podrás ver —me explica, andando a mi lado—, pero es más conocido por los libros. Están al fondo de esta calle.

Pasamos por puestos de dulces, bisutería, artesanía, juguetes, frutas, ropa, comida rápida... y entonces llegamos a los libros. Hay decenas de pilas unas encima de otras. Cientos de títulos... miles de páginas... Son muchos colores y grosores. ¿Cuánto tardaría en leer todos estos títulos? Son cientos de libros de segunda mano, o de tercera y cuarta... Quién sabe. Algunos lomos están desgastados, algunas páginas han ido adquiriendo un color amarillento... pero todo en sí forma una imagen demasiado impactante para asimilar. Ni en las grandes librerías me había quedado tan atontada.

—¿Cómo no sabía que este lugar existía?

—Yo lo descubrí hace poco. —Se mantiene a mi lado parado con las manos metidas en los bolsillos—. Pensé en ti cuando lo vi.

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