52. No te das cuenta

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En la discoteca somos muchos, y la mitad de todos los que están aquí son los chicos y chicas de clase. Evidentemente, Eliana no está ni Hanlon tampoco. Me queda claro que este tipo de salidas no van con ellos. A mí me gustaba más cuando lo hacía de vez en cuando con Erika... Cuando no estaba sola, básicamente. Ahora estoy con Louis y con otros de clase cuando a Louis, que es más sociable que yo, se le acercan otras personas. En uno de esos momentos conocí a Vanesa, que se sienta con frecuencia en las primeras filas del aula. Nunca había hablado con ella hasta hoy. Ese es el efecto de unas cuantas bebidas, nos hace más extrovertidos de repente.

Vanesa, una chica pequeñita con una melena castaña por encima del hombro, ha bebido muchísimo más que yo. No es que haya estado controlándola, pero es evidente por la forma en la que arrastra las palabras.

—¿Te imaginas... que te caiga ese foco... justo encima? —se pregunta, mirando hacia el techo. Las luces de colores iluminan su cara.

—Espero que no —hablo, alzando la voz para que se me escuche por encima de la música.

—Tengo que... ir a mear.

—Yo también. —Asiento con la cabeza y nos abrimos hueco entre la multitud.

Le doy un pisotón a alguien sin querer y me disculpo rápidamente. Entramos en el baño, cada una en un cubículo, y escucho que empieza a cantar.

Los pollitos dicen... ¡Pío, pío, pío! Cuando tienen hambre... Cuando tienen frío...

Me rio, tras recordar esa canción infantil. Me suena de cantarla en el colegio.

La gallina busca... —Sigue cantando, a pleno pulmón—. El maíz y el río...

—¡El trigo! —la corrijo.

—¡Esooooo...!

Salimos las dos, casi al mismo tiempo, y va hacia el lavabo. Se tira agua en la cara, como una cachetada, y yo la miro con desconcierto. El rímel empieza a correr por sus mejillas.

—¿Qué haces? —Me rio.

—Tengo un color de la hostia.

—¿Color?

—Calor —corrige—. Calor.

Saco el móvil de mi bolsito para ver la hora. Parpadeo varias veces para enfocar. Son las dos y media.

—Voy a buscar a Andrea... —balbucea y sale del baño.

Tras ella, entran otras dos chicas. A estas sí que no las conozco. No son de clase. Yo ya me voy. Los pies me empiezan a doler, pero todavía aguanto más. Vuelvo a la sala, aunque no sé muy bien adónde dirigirme. Estoy sola nuevamente. Voy caminando entre la gente, buscando los huecos, sin un rumbo exacto.

Tarareo la canción que está sonando hasta que noto una mano en mi cintura. Me giro bruscamente, dispuesta a atacar.

—Ah —digo, relajándome—. Eres tú.

Tú sí puedes tocarme.

—¿Me estabas buscando? —me pregunta Louis, sujetando un vaso en la mano. Se lo quito, huelo y doy un trago. Solo es refresco. Siempre tan sanito... Yo no voy a beber más. No quiero acabar en el baño cantando canciones infantiles o echándome agua en la cara sin motivo aparente. Suficiente tengo ya.

—¿Y tú a mí? —le devuelvo la pregunta.

—Yo sí —responde, y ahora me quita el vaso para beber él—. El angelito vestido de blanco es fácil de encontrar entre la multitud.

—Yo soy el angelito... —Me rio como una tonta. Maldita bebida.

—¿Te lo estás pasando bien? ¿Hiciste amigas nuevas? —Se burla, probablemente porque me vio cerca de Verónica. Vanesa, quería decir Vanesa.

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