58. En bajito

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Me deja caer en el sofá como si fuera un saco de naranjas, y él cae a mi lado. Me pasa un brazo por encima de los hombros y se queda mirando al frente, a ninguna parte en concreto.

—¿Te quedas a comer aquí? —Rompe el silencio.

—Debería avisar a mis padres.

—Avísales. Diles que vengan a comer aquí todos.

Suelto una carcajada y me quedo mirándole con cara de incógnito.

—Qué valiente eres, ¿no? —me burlo—. Cuando llegaron a mi casa, literalmente saliste corriendo.

—Bueno, eso es verdad. En realidad me da vergüenza.

Me fijo en su cuerpo sin camiseta y frunzo el ceño.

—¿No deberías ir a recuperar tu ropa?

—Cierto. —Se levanta de golpe y camina hacia la puerta—. Dile a tus padres que hoy no comes en tu casa.

Sonrío para mí misma, escuchando la puerta abrirse y cerrarse. Me quedo sola en su salón, sentada en su sofá, con la mirada fija en su balcón. Paso las manos por uno de los cojines, aprieto, y me muerdo los labios. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo ha pasado? Creo que aún no lo he asimilado. Me parece tan irreal... tan mi imaginación y mis historias...

Escucho unos toques en la puerta y me levanto para abrir.

—Sana y salva —me informa, con la camiseta ya puesta. Vaya... Habría preferido que se quedara sin ella, sinceramente. Me gustaba lo que veía antes.

—Te acabas de poner una camiseta que ha pasado por el suelo de la calle —le recuerdo.

—Ay, mierda. —Sus ojos se agrandan y se la saca por la cabeza de inmediato—. Voy a coger una limpia.

Cierro la puerta y me quedo observando sus movimientos, hasta que le vuelvo a tener delante, con una camiseta negra.

—¿Qué haces mirándome? La comida no se va a hacer sola. —Me coge por los hombros y me hace girar hasta la cocina.

—Creía que me la ibas a hacer tú —me quejo.

—Y voy a hacerla, pero necesito tu ayuda. Se nos da bien trabajar en equipo, ¿no?

Presiono los labios para ocultar una sonrisa.

—Hasta que nos distraemos y acabamos comiéndonos la boca... Lo sé, pero antes de que eso pasa, somos productivos. —Me dedica una miradita para convencerme.

—Está bien —accedo—. Trabajo en equipo, entonces.

—Saca un sartén pequeño.

—¿Dónde están los sartenes?

—Ay, Stella... —Suspira—. Tienes mucho que aprender sobre mi humilde morada.

Nos reímos.

☆☆☆

—Sabes, he pensado en la oferta de tu hermana.

Frunzo el ceño mientras recojo los platos y vasos y se los voy dejando en el fregadero. Yo recojo y él lava, me parece justo.

—Lo de la sesión de fotos —aclara.

—¿Vas a dejar que te la haga? Le hace mucha ilusión, como pudiste ver.

—Eso parece. —Sonríe—. Le voy a decir que sí.

Levanto las cejas y me quedo a su lado, mirándole.

—¿Cuándo? ¿Ya?

—¿Ya? —pregunta, alarmado.

—La llamo ahora mismo. Si tiene planes, los cancelará, te lo prometo.

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