26. No quiero

403 57 12
                                    

Ahí está, en la tienda, con un vaquero azul claro y una camiseta blanca con la imagen de unas palmeras en el centro. Se mete el móvil en un bolsillo y se pone una cazadora vaquera negra. Mira a todas partes, hasta que me encuentra. Sonríe brevemente y camina hacia mí. Respiro aire profundamente. Espero tener todo colocado en su sitio. Espero tener el pelo y el maquillaje como lo dejé antes de salir. Me he vestido con unos vaqueros sueltos y rotos, un jersey fino de punto negro con cuello alto y un cinturón bien apretado para marcar la cintura. En los labios me he puesto barra rosa, un rosa suave y natural, y me he hecho la raya negra del ojo. Huelo mucho a perfume y me he cepillado los dientes como tres veces.

—Qué puntual eres —comenta cuando llega a mi lado. Se para frente a mí y mete las manos en los bolsillos.

—No me gusta hacer esperar a la gente —me excuso.

—Vamos fuera. Hay un bar de copas muy bueno en esta calle.

Le sonrío, y le sigo. ¿He quedado con Riley Evans? He quedado con el puto Riley Evans. Es tan guapo...

—Has cumplido la mayoría de edad, ¿no?

—Claro —respondo, rápidamente. No sé si era un intento de broma o si realmente era una pregunta seria.

Ambos presentamos el carnet de identidad y pasamos dentro. La luz baja, el aire se caliente levemente. El suelo es de madera y la gente se sienta en pequeños sillones de color vino. La luz también es más roja que blanca, y la música es suave. Un empleado vestido de blanco nos ofrece una zona, pero Riley le dice que vamos a estar en la barra. Camino detrás de él observándolo todo. Creo que huele a vainilla, mezclado con el olor dulce del alcohol. Me gusta el ambiente de este sitio, tengo que venir con más frecuencia.

Nos sentamos en las butacas de madera y al segundo otro empleado, tras la barra, se acerca para atendernos.

—¿A ti qué te apetece? —Riley se me queda mirando un rato. Ese piercing en la nariz le queda demasiado bien. El piercing de la nariz fue inventado para este hombre.

—Lo que tú pidas —respondo. No estoy acostumbrada a venir a un bar de copas sofisticado como este. No tengo ni idea de qué puedo pedir. Un poco de vodka con refresco no sé si es una opción.

Y pronuncia un nombre raro. El empleado toma nota mentalmente y se aleja.

—¿Primera vez que vienes?

Asiento con la cabeza. ¿Se notó? Probablemente. Suspiro, dejo el bolso sobre la barra y apoyo los codos en la madera. No se me ocurre tema de conversación. No sé qué preguntarle. Me intimida. Estoy nerviosa.

El chico nos salva trayendo las bebidas.

—Gracias —pronunciamos a la vez.

Frente a mí deja un vaso con un líquido tirando rojo, tirando a naranja, hielo y media rodaja de naranja encima. Me acerco el vaso a los labios sin pensarlo. Pruebo solo un poco y saboreo.

—Es con whisky —aclara.

Me gusta, así que bebo un poco más. Evito mirarlo durante unos segundos, pero cuando lo hago me doy cuenta de que algo capta su atención. En uno de los sillones hay una chica de piel negra con trenzas rubias. Dánae nos mira con poco disimulo. Aparto la vista y pongo los ojos en blanco. Justamente tuve que encontrarme con ella. Riley se ha percatado de que nos mira, aunque no comenta nada.

—Stella.

Alzo la mirada, sintiendo el corazón a mil por hora. Mi nombre. Está pronunciando mi nombre. Soy una paranoica.

—Dime —respondo.

—¿El chico de tu libro soy yo?

Casi me ahogo con el puto whisky. Toso con disimulo y dejo el vaso en la barra. Me paso la lengua por los labios y los presiono.

Las novelas de Stella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora