60. Un libro por ti

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La universidad termina por hoy. Se me hizo corto el día, aunque supongo que tiene que ver bastante el hecho de que no hayamos entrado a clase desde primera hora. Abandonamos el campus por el sendero, como el resto de estudiantes. Andamos hasta la parada de autobús, hasta donde sabemos que debe ser la despedida. Me paro, me sujeto bien el tirante del bolso al hombro y suspiro.

—Bueno... —alargo—. Nos vemos mañana.

Todo este cuentito de hadas debía terminar. Ahora me toca volver a mi casa de siempre con mi hermana y mis padres.

—¿Te vas? —me pregunta.

—Se supone que es lo que debo hacer. —Sonrío, señalando con la mirada el autobús que se acerca.

—Me refería a...

—Ya —le interrumpo—. Te referías a si me iba contigo otra vez.

Se toquetea el flequillo para peinarlo y baja la mirada al suelo.

—Será mejor que aparezca por casa de vez en cuando para que mis padres no se olviden de que tienen una hija.

—Cierto. —Me sonríe.

—No sé si se habrán dado cuenta de que no pasé la noche allí. —Saco el móvil de mi bolso para comprobar posibles notificaciones—. Por el momento, no tengo mensajes ni llamadas.

—Quizá solo es la calma que avecina la tormenta.

Le doy un golpe suave en el brazo.

—No seas malo —le advierto—. Hasta mañana.

Mi autobús acaba de frenar para que la gente comience a subir.

—Hasta mañana —repite, resignado, y me da un beso rápido en los labios.

Pago con el ticket sin que se me borre la sonrisa de la cara y la mantengo durante todo el trayecto, mientras los flashbacks sexuales no parar de ir y venir.

☆☆☆

Por la tarde me surgió un debate mental importante: ponerme a estudiar o ponerme a escribir. La segunda opción llamó más mi atención, honestamente. No puedo aguantar más las ganas de volcarme por completo en mi nueva historia, una historia al margen de la editorial y que de momento solo me apetece desarrollar porque es una manera de sacar todos mis sentimientos y pensamientos sobre mi situación actual. Lo necesito.

Se dice que los escritores escriben cuando se están enamorando o cuando se están desmoronando.

Yo ahora mismo me encuentro en la primera fase.

Cuando llega la noche, después de ducharme y cenar, continúo hablando con Louis a través de mensajes. Me tumbo en la cama, dispuesta a prestar toda mi atención a la conversación, hasta que una llamada entrante me sorprende.

—Hola —respondo, en voz más bien baja.

—Hola.

No sé si podría decirse que estoy exagerando, pero escuchar su voz a través del teléfono me ha hecho darme cuenta de que la extrañaba. Cuando llevas horas hablando con alguien por mensajes y luego escuchas la voz de esa persona... es como que toda la conversación anterior adquiere sonido. Te imaginas los mensajes con esa voz, y no solo como un murmuro en tu cabeza.

—He estado pensando en las cosas que tenemos pendientes —sigue hablando—. Ese beso en el balcón por no habértelo dado cuando estuvimos allí y me contaste que habías soñado conmigo.

—Sí... —le sigo la corriente, tratando de que llegue ya al punto al que quiere llegar.

—Era evidente que tenías ganas de enrollarte conmigo allí. Ahora lo veo claro.

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