46. Tus manos

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Me siento casi asfixiada cuando me doy cuenta de que realmente he cerrado una etapa muy importante de mi vida, y la he cerrado yo. La etapa Erika ha llegado a su fin, o al menos así es como lo siento ahora mismo. ¿Me arrepentiré de lo que le dije? ¿La echaré de menos hasta el punto de querer solucionar las cosas? En estos instantes no estoy por la labor.

—Ey. —Una voz llama mi atención.

Levanto la vista y me encuentro con Eliana sobre su bicicleta. Para justo frente a mí, mientras espero al autobús.

—Te llevaría —habla ella—, si no fuera por esto.

Hace referencia a su medio de transporte: una bicicleta en la que no caben más personas.

—La intención es lo que cuenta —le digo, tratando de mostrar una sonrisa amable, aunque la última conversación con Erika me lo dificulta un poco—. Oye, no digas nada de... ya sabes. Lo que dijiste de Louis en la comida.

Por lo poco que la conozco puedo deducir que es bastante sincera con todo el mundo, sin pelos en la lengua. No parece que le importe mucho lo que piensen los demás, así que trato de frenar otro posible ataque de sinceridad. Es capaz de soltar lo mismo en su presencia, y eso solo generaría una situación incómoda más a mi vida. Por el momento, tengo bastante estrés. No quiero más.

—Vale. —Asiente sin más, como si no tuviera importancia.

He pensado en lo que dijo, no voy a mentir. Dijo que ella aprecia el nerviosismo en él, lo de las manos... Tengo dudas con respecto hasta qué punto será verídico o no.

—Si alguna vez quieres dar un paseo en bici, avísame —propone, lo que me sorprende.

¿Me está proponiendo quedar? ¿Eliana quiere ser mi amiga? No me lo creo.

—No tengo bici —ignoro dicha sorpresa ante la propuesta y respondo con lo evidente.

—Deberías tener. —Se mantiene con los pies anclados al suelo y las manos rodeando el manillar—. La bicicleta es el transporte ecológico del futuro.

Pienso en eso que dice, y se me viene lo más obvio a la mente.

—¿Qué haces cuando llueve?

—Muy graciosa. —Frunce los labios, ligeramente irritada con mi intento de broma.

—Espero que en el futuro haga buen tiempo —añado, y sonrío un poco, solo para que sepa que bromeo.

—Y luego yo soy la antisocial... Te propongo un plan y te ríes de mí.

Cambio la expresión de inmediato.

—No me rio de ti —aclaro rápidamente—. Perdona. Es que... En fin, nada.

—Mi hermana tiene bici —cambia el tema. No parece afectada—. Si algún día te animas puedes usar la suya.

—Gracias —es lo único que se me ocurre decir, y entonces Eliana desaparece pedaleando con rapidez.

Me quedo mirándola, hasta que ya dejo de verla, con cierta confusión. Eliana es muy rara. No se me ocurren más palabras para describirla.

Cojo el autobús, contribuyendo así a la contaminación del planeta, y me bajo en mi parada habitual. Parece que hace días desde que no estoy en casa, cuando en realidad salí de aquí esta mañana. Saco mis llaves del bolso y las introduzco en la cerradura. No llego a girar la llave, porque un ruido capta mi atención. Ha sonado como si se hubiera caído algo, un bolso o una mochila, quizá. Miro a mi alrededor, pero no hay nadie. Se me ocurre asomarme por detrás de casa. Paso por la ventana de mi habitación y la de mis padres y echo un vistazo a la zona. No veo nada caído, ni a nadie por cerca. A lo lejos, solo veo árboles y arbustos. Regreso a la parte delante y entro en casa, tratando de no pensar en ello por mucho más tiempo. Algo está pasando, y cada vez estoy más convencida.

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