59. Me gustabas

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Inspiro aire profundamente, todavía con los ojos pegados. Qué rico. Huele a pan. Me remuevo en la cama, tapándome hasta el cuello y voy abriendo los ojos lentamente. Estoy sola en la cama. Mientras voy asimilando que debo levantarme, los recuerdos van viniendo a mi mente. Sonrío involuntariamente. Muchas veces me pregunté cómo sería ser su novia. Creo que ya di con la respuesta. Despertarse en su cama mientras te llega olor a comida, es justo eso.

No hay rastro de mi ropa. Luego recuerdo la razón: me quedé sin ella en el salón. Allí es donde debería estar. Me levanto y voy a su armario para coger una camiseta suya. De repente, la desnudez me incomoda.

Huelo la tela y disfruto de la sensación durante unos segundos, hasta que salgo de la habitación y me lo encuentro en su cocina. Está de espaldas, en calzoncillos, concentrado sacando el pan de la tostadora. Me siento como en una película. Típica escena mañanera en la que el protagonista guapo prepara el desayuno y la chica disfruta de las vistas. En este caso, no estamos en una mansión con grandes cristaleras y piscina. Es un piso pequeñito y muy blanco, con lo justo y necesario. Para qué más...

Desvío la mirada hacia el sofá. Ahí está mi ropa, apilada y bien doblada. No recuerdo haberla dejado así, sinceramente. La recuerdo tirada por el suelo. También me recuerdo a mí misma sentada sobre él, cuerpo con cuerpo, piel con piel.

Respiro hondo. Estos flashbacks sexuales van a acabar conmigo. ¿Cómo se supone que me voy a concentrar en clase después de lo de anoche?

Vuelvo la vista hacia él. No se ha enterado de que estoy despierta. Me acerco por detrás, en silencio y con mis pies descalzos, y le abrazo por la espalda. Se gira, sin esperar mi presencia, y me mira con los ojos bien abiertos.

—Buenos días —habla.

Lo son. Definitivamente, lo son.

—Qué silenciosa eres. —Me devuelve el gesto, rodeándome el cuerpo con los brazos—. Siéntate. El desayuno está hecho.

Me despego de él, siendo consciente del repaso visual que me da de arriba a abajo, y voy hasta un taburete. Tostadas, zumo de naranja y unos dulces con chocolate que parecen recién hechos.

—En realidad son de bolsa —admite, sentándose a mi lado—. No he ido esta mañana a comprarlos.

Pruebo uno y saboreo con gusto.

—Pues están bastante buenos para ser de bolsa —comento.

Mientras desayunamos, hablamos sobre el día que nos espera en la universidad. Hoy van a corregir una tarea que realmente terminamos en clase y en la última hora tendremos una charla con una ex profesora de la facultad que ahora está jubilada pero no ha perdido su pasión por lo estudios clásicos.

—¿No te parece durísimo pensar que debemos pasarnos cuatro años así?

Me rio.

—Sí, pero al menos ya casi hemos pasado el primero —apunto—. ¿Qué te gustaría estar haciendo que no sea ir a la universidad?

—Disfrutar de la vida.

—Podrás disfrutarla cuando tengas estudios.

—Quizá ni tampoco. Quizá ni consiga un buen trabajo. —Bebe un sorbo de zumo—. Quizá ni esté vivo.

—Qué bruto —le digo, y le toqueteo el flequillo para peinárselo. Su peinado de recién levantado es adorable.

—La vida es tan frágil, Stella...

Asiento con la cabeza, porque sé que lleva razón. Aun así, no me apetece estar hablando de la muerte ahora mismo.

—Ya, lo sé. —Mastico la tostada—. Literalmente pensé que te me morías en el baño de la facultad.

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