Los vecinos podían escuchar sus gritos, pero sin duda nadie se atrevería a intervenir entre la discusión de la pareja, no a menos que quisieran conservar su integridad física.
La pelinegra de veintiún años daba vueltas por toda la sala con las manos en la cadera, sus ojos cafés se movían de un lado a otro rápidamente, como si es su cabeza los engranes de un cerebro tan eficiente como una máquina estuvieran planeando un elaborado plan, pero en realidad estaba intentando poner en orden las distintas maneras que tenía pensadas para mandar a Roger a la mierda.
– ¡Aléjate de mi!– le ordenó Mérida cuando él intentó abrazarla sin éxito alguno, la vena en su cuello se hacía más notoria cuando gritaba de esa manera–. No sé si de repente te salieron pelotas o es que eres estúpido... Olvídalo, me voy por la última.
– ¡Sabes que no fue mí culpa!– el tono del rubio era peor cuando ella se ponía así.
Ambos eran como explosivos de mecha corta en cuanto se trataba de discusiones.
La chica soltó una carcajada irónica y abrió los ojos con una fingida sorpresa.
– Oh vaya, ¿en serio?– se llevó la mano al pecho indignada–. Pues perdóname por culparte, si es que tu eres un ángel caído del cielo. Debo ser una completa idiota al atribuir semejante desgracia a tan perfecto ser, ¿verdad, querido?
– ¡Yo no lo sabía!
Mérida nunca había sido una mujer violenta, generalmente procuraba resolver las cosas dialogando (casi siempre a gritos), a las buenas, porque sabía que siempre habían mejores maneras; pero en los pocos casos donde su persuasión fallaba y no había más opción que la violencia, ella siempre golpeaba primero, y lo hacía fuerte. La cicatriz vertical que recorría parte de su mejilla y ceja izquierda eran la prueba infalible de eso. Pero justo en ese momento, lo último que quería era hablar civilizadamente y resolver la situación como dos adultos maduros.
– Quiero que te largues– gruñó al tiempo que apretaba los puños con fuerza. Sintió las uñas perforando las palmas de sus manos.
– No. No lo haré, no quiero.
Otra vez con eso.
– ¿¡Crees que me importa lo que quieras!?– le gritó avanzando peligrosamente hacia él, dispuesta a echarlo por las malas de su apartamento. Roger retrocedió involuntariamente–. En este punto, me importaría más si una hormiga se parte una pata antes de lo que tú quieras.
– Mérida...
– Lo que hiciste... no, más bien lo que te dejaste hacer era lo último que podía esperarme de ti.
– No podemos terminas así. No nosotros.
– ¡Deja de hablar en plural!– exclamó ella que sin darse cuenta estaba llorando–. Esto, esta enorme y perfecta burbuja de esperanza en la que vives es la que no te ha dejado ver lo que está pasando, así que permíteme aclarártelo, Roger. Tú y yo, se acabó. No hay más nosotros. Game over.
– Tiene que haber una manera de que vuelvas a confiar en mí.
– Se secará el Pacífico antes de que eso pase, te lo aseguro.
– Pero yo te amo.
– Piri yi ti imi– imitó ella–. ¡Ya lárgate antes de que lo empeores!
Roger estaba desesperado, no sabía que más podía decir o hacer para que ella lo perdonara, aunque en el fondo sabía que nunca obtendría tal cosa. Era una jodida misión imposible. Él la había traicionado a un nivel estratosférico y para ella habría sido menos doloroso que le clavaran una daga al rojo vivo en el corazón, pero había algo que les constaba a los dos y es que él nunca se rendía.
– El simple hecho de que esté aquí es algo descarado de mi parte, pero...
– ¿Te parece?
– ¡Déjame hablar!
– Esa es la cosa, no quiero escucharte.
– ¡Pues te toca! Te conozco mejor que nadie...
– Eso no es cierto.
Roger ignoró su nueva interrupción y prosiguió.
– Y sé que estás sufriendo, por eso quiero ayudarte. No quiero que estés sola.
Mérida no le creía nada. No lo quería ver. Apenas y toleraba el hecho de que respiraran el mismo aire.
– Estoy sufriendo, es cierto, me sorprende que lo notes para ser sincera, pero algo te puedo asegurar– su respiración se estaba volviendo irregular, tenía un horrible nudo en la garganta que a medida que soltaba las palabras la iba ahogando cada vez más–, si estoy así es porque Will está al borde de la muerte y Can en una fría y horrible habitación en un maldito hospital.
– Déjame ir contigo– le suplicó.
– No te quiero ver, Roger. Ya hiciste suficiente.
– ¿Crees que esto es fácil para mí?
Mérida lo ignoró y lo hizo a un lado para caminar a su habitación. Necesitaba ropa limpia y un cargador para su celular antes de regresar al hospital. El rubio la siguió.
– Seguramente.
– Me siento tan culpable como tú.
–Y tienes más razones para hacerlo– aseguró sacando un par de camisetas y pantalones al azar–. Por ti mi hermano está en coma.
Esas palabras atravesaron a Roger como una flecha. No esperaba que alguien le soltara la verdad que se había empeñado en negar de una manera tan... directa. Y que lo dijera la mujer que amaba lo hacía más doloroso todavía.
Se quedó petrificado, con la mirada perdida y el ceño fruncido, y por primera vez Mérida notó que no tenía nada que decir, ella tampoco. El daño estaba hecho y lamentarse sería la cosa más inútil del mundo.
Y no me malinterpreten, bellas personas, esta no es una historia de romance como otra cualquiera. Esta es una historia que muestra que el amor puede surgir incluso en las peores situaciones y en los momentos más inoportunos para sacar lo mejor y lo peor de nosotros, pero que a pesar de eso algunas veces simplemente no resiste.
Ya sabes el fin, ahora te invito a que conozcas el inicio, tal vez así comprendas porqué las cosas no podían terminar de una manera diferente.
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El Fin (Completa)
ActionMérida y Roger terminaron su relación de un segundo a otro. Muchas personas dirían que tras la ruptura ambos se volvieron personas totalmente diferentes, y claro, no se equivocaron del todo, pero el motivo por el cual cambiaron va mucho más allá de...