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Will, Mérida y Liz estaban a la vuelta del edifico de Roger. Allí fue cuando un número desconocido mandó la foto.

La primera era una mujer bañada en sangre de la cintura para abajo, tenía un vestido azul al momento que le hicieron esa horrible herida en el vientre y depositaron el bebé aún con el cordón umbilical intacto entre sus brazos. El resto solo era sangre y más sangre regados en el suelo de la habitación de la bebé.

Mérida dejó caer el celular y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Qué iba a hacer el doctor Cárdenas cuando viera a esposa y a su pequeña hija de esa manera?

Entonces gritó con tanta fuerza que Will tuvo que detener la camioneta de golpe. Mérida bajó del vehículo con torpeza, con la vista borrosa y los puños apretados con más fuerza que nunca. Se quedó ahí en andén arrodillada mientras sus hermanos observaban con horror la causa de sus gritos.

Golpeó el concreto con los nudillos, una y otra y otra vez hasta que se hicieron pedazos, pero ella ya no lo sentía y tampoco le importaba. Sus hermanos la tomaron por los brazos y la detuvieron.

Liz la agarró con fuerza y la obligó a verla a los ojos.

– Sabes perfectamente a quien culpar, y no es al maldito andén, así que levántate y vamos por esa asesina.

A Mérida le costó levantarse, estaba dolorida y temblando. Quería acabar con todo de una vez. Que Alice estuviera frente a ella para arrancarle la cabeza con sus propias manos, y partirle la cara cualquiera que se interpusiera, no importa si eran pandilleros o miembros de un cartel de mierda incluso a sus padres; ahora ya no le importaba, ellos habían ayudado de cierta manera a que Alice matara a una mujer inocente y a su bebé nonata.

– Voy por Roger– consiguió decir con la voz quebrada–. Huracán, conmigo.

Mérida y su compañero se pusieron en marcha.

En el elevador la chica no pudo evitar contener las lágrimas, Can solo la miraba con las orejas hacia atrás y lamía con delicadeza la sangre que goteaba de sus dedos, como si no quisiera herirla más.

– Tranquilo, amigo– le dijo–. Estoy bien.

Mérida caminó hacia el apartamento a paso apurado, pero antes de llegar a la puerta vio algo que la paralizó. Había otro oso de peluche con otra nota, una X hecha con sangre.

Que no fuera lo que estaba pensando, por favor.

No Roger.

Entró en silencio y lo que vio la dejó estática.

Roger estaba con la cabeza recostada en el sofá disfrutando del maravilloso sexo oral que Alice parecía darle, tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta mostrando puro placer.

Mérida miró al cielo, o más bien al techo, con enojo.

– ¿¡Es en serio!?– le gritó a cualquier dios que estuviera escuchándola–. ¿¡Qué puto karma estoy pagando!?

Roger abrió los ojos con horror y observó a Mérida y Can a su lado. Ella estaba roja y la vena en su cuello parecía que iba a explotar de furia. De inmediato apartó a Alice con asco y se levantó.

– Mérida...– susurró aún sin poder creerlo.

– ¿Interrumpí?

– Para nada querida, llegas justo a tiempo.

Todo en Alice cambió por completo al momento en que Mérida les hizo saber su presencia. La voz, ahora más aguda. El tono, ahora más bajo y sensual. La postura más recta. La mirada más fría.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora