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Mérida abrió los ojos, pero no se movió. Yacía acostada, envuelta en una especie de manta. Olía a sangre y a tierra mojada, también a lluvia. Esa fue la prueba que necesitó para comprobarse a sí misma que para bien o para mal no estaba muerta.

Distinguió sobre ella dos siluetas negras borrosas, estaban arriba, como si la observaran fijamente, contuvo la respiración y escuchó con atención en caso de que fueran Alice y La Sombra. No podía echarlo a perder ahora.

– ¿Su hermana?– preguntó la voz juvenil de un chico.

La pala se inclinó hacia ella y la tierra húmeda cayó sobre su estómago.

– Sí, yo la vi antes de que la noquearan– dijo otra voz masculina, esta era más aniñada todavía.

Más tierra la cubrió.

– ¿Viste los disparos también?

– Solo los escuché.

Jax.

Mérida se removió desesperadamente bajo la manta y al lograr quitársela, se sentó. Dos adolescentes de no más de dieciséis años la miraron entre aterrados y asombrados. Ella se sentía dolorida y confundida.

¿Jax?

– ¿Dónde está?– fue lo primero que preguntó mientras se levantaba con torpeza, estaba temblando del miedo.

No hubo respuesta inmediata.

Se abrió la chaqueta y dejó ver las bolsas de sangre que estaban cosidas a esta, la dejó caer en el hueco en el que la habían metido. El chaleco antibalas estaba bajo la blusa, la bala seguía ahí.

Uno de los chicos finalmente habló.

– Estás viva...

– ¡¿Dónde está Jax?!– rugió con impaciencia.

Lentamente, con la pala, uno de ellos señaló a su izquierda. Mérida se giró con horror y no consiguió tragar. Salió del agujero y observó otro idéntico a un metro de distancia. La diferencia es que este tenía un cadáver adentro, igualmente envuelto, pero nadie había salido con vida de él.

Ella se acercó lentamente, con los ojos cristalizados y el labio inferior temblando. Nunca sintió tanto miedo como en ese momento. Se metió y removió la sábana que lo cubría. Vio su rostro, su perfecto rostro manchado de sangre y con un hueco en la frente. Supo en ese momento de que sería una imagen que nunca olvidaría.

– No... No... Por favor.

Lloró y se aferró con fuerza a su cuerpo frío. Lo abrazó con fuerza, deseando así que pudiera mágicamente volver a la vida.

– ¡Jax!

Soltó un grito desgarrador, y una ola de odio y venganza más fuerte que ninguna otra golpeó con furia su cuerpo y su mente. Lo meció en sus brazos mientras se deshacía de las lágrimas que caían en cascada.

– Lo siento tanto...– le dijo antes de depositarlo nuevamente sobre la tierra húmeda, se sentía incapaz de dejar de llorar–. No te dejaré– le prometió con la voz entrecortada–. Cuando acabe con todos volveré por ti.

Sacó dos verijeros que mantenía ocultos en una funda dentro de cada bota y salió de un salto. Con rapidez los sostuvo bajo los cuellos de ambos adolescentes quienes estaban tan asombrados con la escena como para irse corriendo. Los miró a los ojos. Eran unos niños apenas, pero eran tan responsables como Alice y el hombre para el que trabajaban.

– No nos mates...– uno de ellos soltó la pala y levantó los brazos en señal de rendición, estaba temblando y su expresión era puro pánico–. ¡Por favor!

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora