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Roger visualizó la casa y detuvo la camioneta de golpe, al no ver el auto azul por ningún lado supo que Alice se había ido. Salió disparado del vehículo y abrió la puerta de una patada, no había tiempo para tocar con amabilidad.

Adentro no vio nada, era una sola planta y no había rastros de Mérida por ningún lado. Cuando vio las escaleras las bajó rápido y trató a ciegas de buscar una perilla, pero no había ninguna, solo una gigantesca manivela metálica como la de un barco, la agarró y la giró hacia la izquierda. Al empujarla se encontró con una habitación totalmente iluminada y contra una pared estaba la chica inconsciente.

No, no podía estar...

Solamente estaba dormida, se dijo el rubio cuando corrió hacia ella.

Liz y Will abrieron los ojos de par en par y una pequeña esperanza volvió a crecer en ellos después de tres minutos. Ambos observaron cómo Roger cargaba a Mérida y la sacaba de esa maldita habitación.

– ¡Tenemos que ir por ellos!– rugió Liz desesperada porque ya no podía ver lo que sucedía.

– Están muy lejos– pronunció uno de los técnicos.

– ¿No dijiste algo de un helicóptero?– curioseó Will.

Roger depositó a Mérida sobre el porche y quedó arrodillado junto a ella. Le quitó el chaleco de la cara y la observó por varios segundos esperando que volviera a respirar.

¡¿Qué debía hacer?! ¡¿Por qué seguía quieta?!

– Ok, Roger, eres un maldito doctor, puedes salvarla...– se dijo mientras ponía ambas manos en el pecho de la chica dispuesto a hacer RCP–. Pero ella no es solo una paciente, es Mérida.

Y empezó.

Uno, dos, tres.

Uno, dos, tres.

Nada.

– Vamos, no puedes irte– uno, dos, tres–. Todavía tengo una cita pendiente... y tiene que ser contigo, ya no quiero conocer a nadie más.

Cuando hizo treinta compresiones, se detuvo, acomodó su cabeza y abrió su boca, tenía que hacerle respiración artificial. Por algún extraño motivo Roger pensó en la película de Las locuras del emperador, la parte cuando Pacha intenta reanimar a Kuzco luego de que ambos cayeran por las cataratas. El recuerdo lo hizo reír a pesar de que por dentro estuviera totalmente asustado, más bien era como una risa nerviosa. Y sin darse cuenta empezó a llorar.

Puso su boca sobre la de ella e hizo dos insuflaciones.

Estaba a punto de empezar las compresiones nuevamente cuando Mérida abrió los ojos como el monstruo de Frankenstein. Roger la miró perplejo y lleno de alegría mientras ella tomaba grandes bocanadas de aire y tosía.

– Ya, ya... está bien– le dio unas palmadas en la espalda y ella fijó sus ojos en él.

– ¡Roger!– susurró sorprendida, luego sus ojos se abrieron con horror–. ¿Estoy muerta?

– No sabes el susto que me diste.

Y la abrazó. A pesar de que ambos seguían asustados, la felicidad y el alivio eran mucho mayores.

– Perdóname por decirte todas esas cosas la vez que peleamos en el hospital. Fui estúpido y grosero, tú siempre has sido una buena amiga conmigo y no merecías que te tratara así.

En ese momento una vocecita en la cabeza de Mérida gritó bien fuerte: ¡Friendzone!

El celular de Roger comenzó a sonar, apenas lo sacó le mostró a la chica el nombre y la imagen en la pantalla.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora