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Apenas salió de la casa de la familia Cárdenas Liz le llamó llorando para informarle que Will ahora se encontraba en un coma inducido ya que algo había salido mal durante la cirugía y lo más seguro era que necesitara un trasplante de hígado.

Su hermano estaba en coma.

William "pudo ser peor" Hammer en coma. Sonaba tan irreal, tan lejano que no lo pudo asimilar bien los primeros minutos. Mérida se sentía ida, como si una parte de su alma hubiera sido arrancada brutalmente. Sin embargo, sabía lo que tenía que hacer, y por eso fue a casa.

Aunque quien la esperaba en las escaleras del porche la hizo rodar los ojos con fastidio.

– Oh, súper duper... Tu otra vez, fantástico... porque lo que más deseaba era verte la cara después de dos horas.

Bajó del vehículo e ignoró la presencia de Roger mientras subía para abrir la puerta.

– Ya entregué a Alice– informó–. Creo que van a tener que hacer milagros para sacarle el cuchillo porque...

– Lárgate.

Abrió la puerta y vio todo el desastre que habían hecho Leia y Joey. Habían roto una alfombra y mordido casi todas las sillas del comedor. A mamá le iba a dar un infarto cuando llegara, ojalá pudiera estar ahí para presenciarlo.

– Hola chicos– los saludó a ambos y se dispuso a alimentarlos.

– ¿Puedo pasar?– preguntó el rubio mientras entraba.

Mérida trató de ignorarlo hasta que se diera por vencido y la dejara tranquila, aunque eso no sucedió en los siguientes minutos así que explotó.

Y aquí hermosas personas es donde empezamos.

Los vecinos podían escuchar sus gritos, pero sin duda nadie se atrevería a intervenir entre la discusión de la pareja, no a menos que quisieran conservar su integridad física.

La pelinegra de veintiún años daba vueltas por toda la sala con las manos en la cadera, sus ojos cafés se movían de un lado a otro rápidamente, como si es su cabeza los engranes de un cerebro tan eficiente como una máquina estuvieran planeando un elaborado plan, pero en realidad estaba intentando poner en orden las distintas maneras que tenía pensadas para mandar a Roger a la mierda.

– ¡Aléjate de mi!– le ordenó cuando él intentó abrazarla sin éxito alguno, la vena en su cuello se hacía más notoria cuando gritaba de esa manera–. No sé si de repente te salieron pelotas o es que eres estúpido... Olvídalo, me voy por la última.

– ¡Sabes que no fue mí culpa!– el tono del rubio era peor cuando ella se ponía así.

Ambos eran como explosivos de mecha corta en cuanto se trataba de discusiones.

La chica soltó una carcajada irónica y abrió los ojos con una fingida sorpresa.

– Oh vaya, ¿en serio?– se llevó la mano al pecho indignada–. Pues perdóname por culparte, si es que tu eres un ángel caído del cielo, debo ser una completa idiota al atribuir semejante desgracia a tan perfecto ser, ¿verdad, querido?

– ¡Yo no lo sabía!

Mérida nunca había sido una mujer violenta, generalmente procuraba resolver las cosas dialogando (casi siempre a gritos), a las buenas, porque sabía que siempre habían mejores maneras; pero en los pocos casos donde su persuasión fallaba y no había más opción que la violencia, ella siempre golpeaba primero, y lo hacía fuerte. La cicatriz vertical que recorría parte de su mejilla y ceja izquierda eran la prueba infalible de eso. Pero justo en ese momento, lo último que quería era hablar civilizadamente y resolver la situación como dos adultos maduros.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora