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– Esa me gusta más– señaló Liz como por tercera vez.

– Pero es más cara– objetó Roger nuevamente–. ¿Tú me la vas a pagar acaso?

Roger en la tienda de instrumentos despertaba una faceta oculta que a Liz le gustaba comparar con un abuelo tacaño que se negaba a dejarle herencia a sus hijos y pedía rebajas en las droguerías.

– Haz lo que se te dé la gana– bufó con fastidio–. Te esperamos afuera.

El rubio ni contestó, tenía una importante decisión que tomar. Era la batería roja o la negra. La más barata o la más completa.

Afuera Liz se encontró con Mérida quien comía helado de un color bastante raro, frunció el ceño pero no preguntó, prefería no saber. Ella casi siempre estaba comiendo algo, generalmente era una fruta pero a veces cuando veía helados no dudaba y compraba uno.

– ¿Qué tanto se demora?– preguntó Mérida hastiada, llevaban casi tres horas ahí–. Ni que estuviera escogiendo el vestido para el puto baile de graduación.

Liz le dio la razón, y como si el rubio las hubiera escuchado salió de la tienda con una expresión de satisfacción.

– ¿Escogiste la negra verdad?– preguntó Mérida, el asintió haciendo que su cabello rubio se sacudiera de arriba a abajo.

– La llevarán mañana a mí nuevo apartamento– informó feliz–. ¿Ahora qué?

– ¿Que de qué?– preguntó Liz cruzando los brazos.

– Estamos aquí parados en medio de la acera... como unos idiotas sin oficio– comentó Roger alzando los brazos y señalando todo alrededor.

– ¿Qué propones?– Liz no tenía ningún plan en mente, estaba un poco triste por tener que llegar a casa a empacar maletas.

– Podríamos ir a cine– propuso el rubio encogiéndose de hombros.

– Que divertido, abuelita– dijo Mérida con una mueca de disgusto que ya venía siendo casi normal en ella.

– ¿Tú nunca vas cine o qué? ¿Qué haces para divertirte en esta ciudad?– exclamó Roger, Mérida se mantuvo tranquila.

– Le dije a Will que después de dejar a papá y a mamá en el puerto viniera a recogernos para ir a Salvajiparque.

Roger frunció el ceño, no sabía lo que significaba eso, si se comía con salsa o era solo otra palabra típica del lugar.

– ¿Salvajiparque?– los ojos de Liz se iluminaron–. ¿Está aquí?

– ¿Eso qué es?– el pobre rubio estaba confundido.

– ¡El mejor y más extremo parque de atracciones del mundo entero!– explicó Liz a gritos emocionados.

– ¡Súper, un lugar ideal donde deshacerme del almuerzo!– dijo en respuesta usando un fingido tono alegre.

Will no tardó en aparecer con lo rápido que manejaba. Al llegar al lugar de destino todos se quedaron unos segundos admirando su inmensidad, Liz y Mérida como dos adolescentes en búsqueda de descontrol y locuras, Will con cara de otra vez estoy aquí, jodanme... y Roger con completo y absoluto pánico, no había entrado y ya sentía las tripas revueltas o quizá era por el ajetreo del trayecto donde Will demostró que se sentía Toreto en Rápidos y Furiosos.

– Yo... creo que me devolveré– dijo Will girándose lentamente.

– Yo lo acompañaré para que no atropelle a alguien– anunció Roger.

Las hermanas los detuvieron a ambos antes de que intentasen escapar.

– Ah no... Hoy es mí último día aquí así que lo vamos a disfrutar como se debe.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora