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No consiguió seguir durmiendo tras la pesadilla. Cuando el cielo comenzó a aclararse allá afuera simplemente se levantó y en el baño se limpió las heridas, lo último que quería es que alguna se infectara. Su reflejo cada día le asustaba más. El golpe que le dio Jax había dejado todo su pómulo morado, casi del mismo color de sus ojeras. Se veía delgada, y muy pálida, parecía muerta en vida. Por eso tomó los maquillajes de su madre y se pintó como una puerta, mientras lo hacía trató de recordar la última vez que lo había hecho, no lo consiguió. Mérida detestaba el maquillaje al igual que detestaba la manera en la que llevaba su vida últimamente; era feliz, pero en el fondo todavía sentía ese miedo latente en la boca del estómago que en ocasiones le impedía pasar los alimentos y al final terminaba vomitando. Debía dejar de esperar que la vida dejara de golpearla y centrarse mejor en empezar a devolver el golpe más fuerte todavía, en eso era más que experta. Iba a encontrar la manera de salir del pozo de arena movediza en el que sentía que estaba metida ahogándose poco a poco e iba a usar el cerebro para hacerlo, era siempre había sido su mejor arma desde el principio y ahora más que nunca la iba a usar a su favor, estaba más decidida que nadie, ni Chuck Norris podría detenerla (bueno, tal vez exagero un poco ahí, pero ya se podrán hacer una idea de la determinación de nuestra chica).

Bajó las escaleras ya vestida y se hizo un desayuno decente mientras escuchaba algunos CDs de su padre. Bruce Springsteen sonaba. Can se quedó sentado tras de ella observando sus movimientos, esperando que le lanzara algo de comida como solía hacer siempre.

– ¿Mango o pera?– le preguntó ella mirando sobre su hombro, el animal sólo se relamió y ella le lanzó un trozo de cada fruta–. Can tienes tu comida ahí, debes comértela antes de que Joey se la coma por ti y dejar de perder el tiempo velándome.

Se comió tres sándwiches con jugo de naranja y luego una ensalada de frutas bañada en zumo de limón. Estaba a punto de ir por el cereal cuando escuchó las escaleras crujir. Pensó en Jax, pero en realidad era su padre.

– Buenos días– saludó mientras pasaba junto a ella rascándose la cabeza–. ¿A dónde vas, hija?

– Al hospital, hoy operan a Will.

Su padre abrió los ojos sorprendido.

– Ah mi madre, es verdad... lo había olvidado por completo– agarró una banana y se devolvió rápido por donde vino–. Espérame, yo voy contigo.

Papás vergas. Su padre era de esos que se olvidan de todo, como cuando se le olvidaba ir a buscarla a sus prácticas de boxeo y la pobre Mérida tenía que caminar dos horas para volver a casa.

Ella hizo otros dos sándwiches y sirvió un poco de leche en un vaso para Jax. Subió y entró a su habitación, él todavía estaba dormido. No lo quiso despertar así que simplemente dejó el plato en la mesa de noche y se giró para bajar.

– ¿A dónde vas?– preguntó él en un murmullo ronco tomándola de la muñeca y haciéndola sentar en la cama.

– Al hospital, espera aquí hasta que mi papá y yo nos vayamos.

– ¿Son para mí?– preguntó señalando el plato.

– No, son para el demonio que habita debajo de mi cama– respondió sarcástica–. Sí idiota, son para ti.

Él se sentó y se frotó la cara con las manos. Tenía el cabello castaño increíblemente desordenado y aprovechando que estaba sin camisa Mérida aprovechó para obsérvalo mejor a la luz del día. Sus tatuajes eran hermosos, uno en el pectoral izquierdo le llamó la atención. Era una cita que decía: "Te morirás algún día. Mantente muy vivo hasta entonces". Ella sonrió de lado y puso su palma sobre él, sintió los latidos de su corazón por varios segundos, el ritmo era estable y normal, de alguna manera la hizo sentir tranquila.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora