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Nueve meses atrás...

Ese sábado Mérida tenía que ir a visitar a sus padres a pesar del montón de trabajos que tenía por hacer. Según su madre solo sería un almuerzo sencillo, nada más que un par de horas. Por lo tanto se levantó dos horas antes de lo habitual para adelantar un poco de sus deberes. Sin embargo, no miró el reloj hasta que llegó el medio día y cayó en la cuenta de que ni siquiera se había bañado.

– Voy tarde...– canturreó mientras sacaba la ropa del armario, una blusa blanca de mangas cortas y cuello redondo ceñida al cuerpo, con un pantalón caqui holgado que todo el mundo odiaba por la cantidad exagerada de bolsillos que tenía, pero si a ella le gustaba la opinión de los demás le resbalaba–, como siempre.

En ese momento su celular sonó y decidió no contestar, no tenía tiempo. Se bañó rápido, se cepilló los dientes, se cambió y se recogió el cabello. Cuando salió del baño se puso los mismos tenis blancos de siempre y revisó quien la había llamado, era su hermano mayor, William.

Le quiso devolver la llamada pero no tenía saldo.

Bajó los dos pisos apurada y agarró su bicicleta para ponerse en marcha escuchando música de los ochentas. Quince minutos después estaba frente a la puerta de la casa de sus padres. Una bella casa color blanco con altas columnas negras, gigantescos ventanales tan relucientes como el mismo sol y un aspecto inexpugnable que haría creer a cualquiera que adentro residía la realeza.

Mérida llamó tres veces y se intentó peinar un poco los cabellos rebeldes. Quien abrió la dejó boquiabierta, fue como mirarse en el espejo.

– ¡Liz!– gritó asombrada y corrió a abrazar a la joven frente a ella, pensó que estaba en Suiza todavía.

El saludo de las dos hermanas fue explosivo, lleno de risas y gritos. Tres años era mucho tiempo para dos personas que parecían una misma, es decir, eran gemelas pero su parecido iba mucho más allá que solo apariencia.

– ¿Por qué no me dijiste que vendrías?– exclamó la gemela seis minutos menor–. Pude haberte ido a buscar al aeropuerto.

– Acordamos que sería una sorpresa, quise venir a pasar nuestros cumpleaños juntas– le dijo Elizabeth sonriente.

– Me gusta mucho esa idea.

Mérida le dio una sonrisa afectuosa y la volvió a abrazar. La había extrañado mucho.

– Will y Roger me están ayudando a encargarme de todo– aseguró. Su hermana se mostró confundida. Vaya, en persona el acento se le empezaba a acentuar más–. Roger es al que le gritaste que Slytherin es mejor que Ravenclaw.

– Ah, el que nunca ha conocido a un peluquero– a Mérida le pareció haberlo visto durante algunas videollamadas con su hermana–. Cómo olvidarlo...

– Ese mismo– Liz sonrió y entrelazaron sus brazos–. Vamos adentro, te estábamos esperando.

– Apreciada madre, estimado padre, querido hermano y... Roger, les informo que mí pequeña hermana ha llegado a casa– anunció Liz con voz educada.

– ¡Llevamos siglos esperándote!– exclamó Will señalándola con un vaso vacío. Parecía muy aburrido hasta ese momento a juzgar por la manera en la que estaba prácticamente echado en el sofá y tenía un montón de figuritas de papel hechas con servilleta en las piernas–. Ya me salió mí primera cana desde que llegué y papá se jubiló.

William siempre había exagerado todo a lo grande, Mérida no lo saludó de beso a él, simplemente le empujó la frente con un dedo haciendo que sus rulos negros se sacudieran.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora