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Ya eran pasadas las once de la noche y todos estaban sumamente agotados, desde que llegaron al pequeño apartamento en la residencia de Mérida no se habían deteniendo ni un minuto de ayudar a la misma con sus compromisos. Las gemelas trabajaron horas enteras en un taller de producción audiovisual levantándose únicamente para beber algo o ir al baño. Roger había ayudado con las finanzas y contabilidad empresarial pues era excelente con los números, luego tuvo que explicarle a Mérida lo que había hecho y a ella por poco se le derrite el cerebro tratando de entender el montón de ecuaciones.

– Estoy muerta– murmuró ella entre bostezos.

– Y yo hambrienta. Pide una pizza con extra queso y lávate la cara– Liz se levantó del escritorio y estiró los brazos al cielo–. Todavía nos falta mucho por terminar.

Mérida obedeció y veinte minutos después se levantó emocionada a recibir la pizza familiar.

– Son quince con cincuenta– le dijo el repartidor con cara de "odio mi vida".

Mérida pagó, agarró la pizza y antes de cerrar la puerta vio que su vecino de enfrente estaba entrando a su departamento.

– Hola Sam– saludó con una brillante sonrisa, el chico apenas y la miró.

– Hola.

Sam, de cabello castaño y ojos negros era estudiante de odontología y además trabajaba medio tiempo en una ferretería, por lo cual siempre se veía cansado y nunca había accedido a salir con Mérida a tomar un café, por más que la chica se muriera por él.

Mérida cerró la puerta de su departamento pero se olvidó de que tenía compañía y aún tenía esa sonrisa idiota en la cara.

– Eh... ¿Eso qué fue?– le preguntó su hermana.

Mérida se hizo la estúpida mientras abría la caja.

– ¿Qué? ¿De qué hablas, Liz?

– Ese "Hola Sam"– contestó batiendo las pestañas exageradamente y agudizando la voz.

– Es mi vecino, estudia odontología... creo.

Roger le pasó una rebanada a su amiga, agarró un pedazo para él y se sentó sobre la alfombra a comer mientras escuchaba la conversación de las hermanas.

– ¿Te gusta hace mucho?

– Más o menos.

– ¿Desde cuándo?

– Desde que empecé la universidad.

– ¡¿Qué?!– Liz casi escupe lo que estaba masticando–. ¿Tres años y nunca han salido?

– Lo he intentado, pero el muy imbécil siempre está ocupado.

– Es porque no le gustas– intervino Roger bebiendo un trago de cerveza, ¿en qué momento la tomó de la nevera?

– Eso es cierto– apoyó Liz–. Si quisiera salir contigo lo demostraría un poquitín más.

– ¿Nunca lo has visto salir con alguna chica o chico de alguna clase o algo?– le preguntó el rubio, Mérida hizo memoria.

– Hace como un mes escuché ciertos sonidos comprometedores.

– ¿A qué te refieres con eso?

– Jadeos, gemidos, la cabecera de la cama chocando contra la pared, gritos de: ¡Ay sí, no pares!

– Ok, ya entendí– Liz levantó la mano para que se detuviera–. ¿Y qué hiciste?

– La noche anterior a ese no muy grato evento no había dormido nada por estudiar para un examen y cuando llegué aquí lo único que quería era dormir quince horas seguidas, cuando estuve a punto de lograrlo suena el pra pra pra... y ya sabes cómo me pongo cuando no duermo bien.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora