6

45 7 2
                                    

El camino no fue agradable, fue más bien incómodo considerando el ánimo de la mujer amante de los jarrones de porcelana y su caótico hijo, tras su discusión en la cocina. Liz estaba agotada, comprar todos los preparativos de la fiesta del domingo, ir a la cabaña sola y organizar todo por allá la había dejado sin energía (un evento que sucedía cada cientos de milenios cuando los planetas se alineaban de determinada manera), finalmente se dejó caer rendida todo el camino sobre el hombro de su hermano mayor. Roger se colocó los audífonos y puso su lista de reproducción favorita. Mérida simplemente se dedicó a mirar por la ventana sumida en sus pensamientos.

La cabaña era mejor de lo que Liz les había dicho, parecía una mansión hecha de madera y cristal. Una habitación para cada uno con baño propio, una cocina gigantesca, una sala de estar impresionante, en el patio una hermosa piscina ovalada con sillas dónde tomar el sol, un asador cubierto y dos regaderas, pero lo mejor era lo que había frente a la casa: un océano azul con olas suaves y brisa salina esperándoles. Todos se sorprendieron al ver que el lugar no tenía conexión Wi-Fi ni televisión por ningún lado, apenas y había una línea de señal. Luego Mérida leyó la línea de un cuadro que colgaba en la pared del pasillo, decía: "Hace 15 años el internet era un escape de la realidad. Hoy la realidad es un escape del internet. Disfruta la desconexión".

Cuando todos se instalaron en sus respectivas habitaciones, Will propuso hacer una fogata para asar malvaviscos, todos aceptaron con la única condición de que no la prendiera él. Y así vieron el sol esconderse tras el mar mientras comían malvaviscos. Todos felices y tranquilos, mirándose entre sí como unos boyscouts.

Ya caída la noche, Liz parecía tener más energía que nunca luego de la siesta de dos horas y la sobredosis de azúcar de los malvaviscos. Mérida, Roger e incluso William estaban algo cansados así que nadie aceptó meterse con ella en la piscina, aun así su hermana quiso acompañarla y se quedó sentada en el borde con las piernas metidas hasta las rodillas, después de todo tenían que aprovechar todo el tiempo que pudieran estar juntas.

– ¿Ya te entregaron las notas que te hacían falta? – preguntó Liz mientras nadaba de un lado a otro.

–Sí, todo sobre 9, ¡incluso finanzas!–  soltó fascinada–. Roger puede ser un poco engreído pero no puedo negar que es muy bueno con los números.

–Sabía que se iban a llevar bien.

–Es agradable–reconoció, y en tono más bajo susurro para sí misma: – E inusualmente atractivo...

– ¿Dijiste algo?

– ¿Ah? – Mérida se hizo la loca–. Yo no dije nada.

Pero Liz la conocía perfectamente, sabía cómo pensaba, conocía sus manías y sus gustos, y eso incluía a los hombres, y Roger definitivamente era alguien que a su hermanita pequeña le llamaría la atención sin duda alguna, es que  por favor, era un hombre carismático, joven, inteligente, divertido, y físicamente no estaba nada mal.

– ¿¡Te gusta Roger!?

– ¡No! – Mérida abrió los ojos escandalizada y se giró a ver que no hubiera moros en la costa–. ¿Qué te pasa? ¡Apenas y lo conozco!

–Eso no te ha detenido antes para hacer otras... cosas– comento moviendo las cejas de arriba abajo con una sonrisa en los labios.

–Que él no me gusta.

– ¿Te parece bonito? – curioseó Liz, Mérida hizo una mueca, esa no es la palabra que ella usaría.

– ¿Bonito? ¿Cuántos años tienes? ¿Ocho?

–Entonces guapo, sexy, atractivo... – enumeró sin borrar la sonrisa–. ¿Tendrías sexo con él?

Definitivamente.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora